domingo, 30 de diciembre de 2007

Los deberes de Mario VI: Una esperada visita

Nerviosa y a la expectativa. Así es como estaba Alicia sentada frente a la pantalla de su ordenador. Sabía que vendría, pero no sabía la hora con exactitud, la incertidumbre sobre el momento y la espera obraban en ella a modo de acelerador de sus emociones, de su excitación y de sus ganas de ser poseída por Mario. Estaba desnuda, con las piernas abiertas y de puntillas para que los tacones de aguja infinita no se clavaran sobre la endeble tarima. Sólo un collar de perlas blancas adornaba su cuello y llegaba juguetón hasta su ombligo. La melena suelta cubría sus hombros de forma caprichosa y las puntas le producían cierto cosquilleo sobre su espalda. En la pantalla de su ordenador, el video que Mario le había dejado una hora antes: desnudo, masturbando su miembro y con órdenes precisas para ella. Alicia miraba el reloj del ordenador, tenía que estar a punto de llegar, notaba su sexo vivo y húmedo, sus pezones duros y la fina piel de sus aureolas erizada por el deseo.

Oyó el ruido de unas llaves y una puerta cerrándose bruscamente. El sonido de unas decididas pisadas subiendo las escaleras aceleró su corazón y el olor de Mario, no cabía duda de que era él, hizo que todo su cuerpo reaccionara y se pusiera en guardia. Sintió los labios de Mario besando su cuello, acariciándolo dulcemente al principio para morderlo con crudeza después. Alicia notaba cada uno de los dientes clavándose en su yugular, le dolía, pero a la par le excitaba. Mario rodeaba sus pechos con ambas manos y jugaba a oprimirlos y a juntarlos entre sí.

Bruscamente, giró la silla donde se sentaba Alicia y se encontró frente a frente con él. Mario llevaba unos pantalones vaqueros, una camiseta blanca y colgaba de uno de sus bolsillos una cuerda que sacó de inmediato. Tocó con la maroma el cuerpo de Alicia, utilizando un extremo para rozarle cada centímetro de su piel hasta llegar a su sexo y recrearse en él acariciando sus labios y abriendo su vulva con ayuda de los dedos. Era áspera y dura, sintió el grosor de su punta entrando levemente en su sexo. La excitación de Alicia se avivó en esos instantes y quiso ayudarse de una de sus manos para deslizarla aún más entre sus piernas, pero Mario se la apartó de un manotazo. Bajó la cremallera de sus pantalones mientras las primeras palabras salían de su boca: “Si quieres estar entretenida, diviértete con esto en la boca” Sacó su verga y la metió en la boca de Alicia. Insalivaba con profusión y en un instante, la sequedad de su miembro desapareció. Alicia se afanaba con tesón en darle placer mientras Mario ataba a la silla a Alicia convenientemente, haciendo que la soga siguiera un insinuante camino por su cuerpo, agarrando sus pechos y pasando entre sus piernas, haciendo que la cuerda quedara morbosamente aprisionada entre sus labios mayores. Alicia se acostumbró a la tosquedad de la misma y comenzó a sentir un placer exquisito por tenerla en tal lugar. Oprimía sus músculos vaginales y se rozaba con la silla para sentirla más aún. Su clítoris estaba abultado y los fluidos que su sexo empezaba a producir profusamente comenzaban a mojar la cuerda irremediablemente. Las comisuras de sus labios pintados de rojo oscuro brillaban por la saliva que resbalaba fuera de su boca en cada entrada y salida que Mario asestaba con su polla. “Así mi puta, cómetela entera” Alicia engullía el instrumento duro e hinchado de Mario, cada vez a mayor ritmo, mientras friccionaba su coño salvajemente con la cuerda. La verga en sus fauces ahogaba sus gemidos mientras sentía sus pechos estrangulados por la cuerda.

Sintió su boca llenarse aún más, la polla de Mario se endureció y se hinchó hasta estallar en un fulminante orgasmo que llenó de semen el paladar de Alicia, no dando abasto a tragarlo y resbalando en parte por fuera de sus labios. Una explosión siguió a la otra y Alicia percibió la maroma latiendo entre sus muslos. Alicia hizo un gesto a Mario con los ojos, suplicando que la desatara, pero Mario le guiñó un ojo y sonriendo, movió su cabeza de izquierda a derecha...


sábado, 22 de diciembre de 2007

La cena de Navidad

Hacía frío, tenía los pies doloridos y ya empezaba a estar cansada de buscar infructuosamente. La ocurrencia de su jefe no podía haber sido más peregrina: celebrar la ya tradicional cena de Navidad de la empresa de todos los años disfrazados de gatas y perros. De buena gana le hubiera dicho que le parecía una idea estúpida, como casi todas las que procedían de él, pero aún no las tenía todas consigo a la hora de que le renovaran el contrato. Lo único positivo de esa cena era que Arturo, del departamento de publicidad, acudiría también y tenía bastantes posibilidades de acabar en la cama con él. Ya habían tenido algún que otro escarceo en los servicios y en el almacén del material, pero la mala suerte y la casualidad habían evitado que aquellos encuentros no fueran más que una mera aproximación, unos fugaces roces robados al tiempo, demasiado poco para tanta pasión... Esa podría ser la noche perfecta para desquitarse y satisfacer al fin sus deseos. Arturo, como todos los integrantes de su empresa, acudiría sin su pareja, no había que desaprovechar la ocasión.

Pero no iba a ser tan fácil encontrar un disfraz de gata. En estas épocas y a pocos días de la Navidad, las tiendas de disfraces estaban saturadas de vestidos de Papá Noel, Reyes Magos y alguna que otra Virgen despistada. Ni rastro de animales provistos de cola. Después de visitar cuatro tiendas, comprobó que había llegado demasiado tarde a todas ellas y que sus compañeros de trabajo habían arrasado con las existencias. Se había descuidado un poco, la fiesta se celebraba a la noche siguiente, necesitaba encontrar de inmediato algo que le valiera. Al pasar por delante de una sex shop detuvo sus pasos y tras dudar unos segundos, decidió entrar. Preguntó al encargado y ante sus secas indicaciones se dirigió a la zona donde se exponían las prendas de ropa y lencería.

Allí había de todo, pero pocos disfraces: corpiños dorados, vestidos transparentes, livianas tangas, antifaces, disfraces de criada, vampiresa y enfermera... Toda una variedad de prendas para incentivar la imaginación calenturienta de más de uno. Alicia deslizó sus manos por todas las prendas, reconociendo los distintos tejidos, sintió la fría seda resbalando entre sus dedos, el sugerente brillo del látex, los excitantes vestidos de cuero. Sus manos tocaron algo largo, negro y peludo. Cruzó los dedos y sacó la prenda de la percha: nada menos que un disfraz de sugerente felina con todos sus complementos; body negro, enorme cola y medias de rejilla. Unas orejas que bien podrían pertenecer a alguna conejita de playboy completaban el conjunto. Alicia lo miró una y otra vez, le dio la vuelta e intentó imaginarse mentalmente como le quedaría. El encargado le advirtió que iba a cerrar una hora para irse a cenar, ese día no tenía sustituto. Alicia sospechó que en esos instantes, no había nadie en las cabinas del local y sólo estaba ella. No se había dado cuenta de lo tarde que era. La talla parecía la suya, así que, al ver la impaciente mirada del encargado, optó por llevárselo sin probar. Por fin tenía su disfraz para la fiesta.

Al llegar a casa, comprobó con agrado que Arturo le había dejado un mensaje: ya tenía su disfraz de perro bulldog dispuesto a enfundarse en él y atacar con su robusta mandíbula a una gata indefensa como ella. La fiesta prometía. Cenó y se acostó pronto, quería estar radiante para al día siguiente.

El día trascurrió a un ritmo vertiginoso, la jornada de trabajo discurrió sin apenas darse cuenta y por fin llegó la noche. Alicia llegó a casa, se duchó y comenzó a ponerse el disfraz. Las medias de rejilla hacían sus piernas largas y atractivas. El body de satén negro era visualmente provocador, tanto por su generoso escote como por su descarado remate trasero que dejaba sus nalgas completamente al aire, imposible llevar ropa interior debajo sin que se viera. Fue en ese momento cuando se dio cuenta de un pequeño detalle: no sólo quedaban a la vista sus nalgas, la estrechez de la tela en la entrepierna era tal que se observaban con toda facilidad sus labios mayores a poco que se agachara. El disfraz que había comprado era de gata, pero de gata callejera. Tendría que mantenerse en posición erguida durante toda la celebración a no ser que quisiera conocer profundamente a todos los compañeros masculinos de la plantilla.

Se colocó las orejas de peluche y el antifaz, comprobando que tenía visión suficiente como para caminar sin darse contra ninguna pared. Se le echaba el tiempo encima así que pintó con rapidez unos largos bigotes en su cara, cogió el abrigo y salió velozmente de casa.

Al llegar al restaurante comprobó el sorprendente impacto de su vestimenta: ni un solo perro que pasaba a su lado quedaba indiferente. Sólo confiaba en no tener que recoger nada del suelo para no ser la gata más conocida de su empresa.

El pastor alemán que charlaba con una jocosa siamesa tenía que ser el jefe de ventas, le delataba su oronda barriga. El caniche que llevaba gafas encima del antifaz era el contable, no cabía la menor duda. La gata persa tenía que ser Lucía, la secretaria del señor gerente, su disfraz parecía haber hecho incrementar por dos su ya enorme trasero. El dálmata apostado con una copa de vino en la mano que no paraba de tocarse la cola era Felipe, el encargado del almacén y asiduo lector de revistas porno.

Su jefe, disfrazado de doberman, hablaba con una escuálida siamesa, Alicia sospechaba que se trataba de María, su secretaria de dirección, y según rumores, con la que parecía que había tenido alguna aventura en horas de trabajo.

Alicia miraba a uno y otro lado pero no veía a Arturo por ninguna parte, ningún bulldog a la vista o nadie que se le pareciera, así que optó por sentarse entre dos perros a los cuales no fue capaz de poner nombre, ni siquiera respondían a sus preguntas. Quizás tenían un grave problema de audición o formaban parte del departamento de recursos humanos, que inmutables al pie del cañón hacían oídos sordos a todas las quejas de sus empleados.

Cuando ya se hallaban sentados en su mayoría todos los asistentes, apareció el bulldog que esperaba. Se colocó en una de las mesas que aún tenía sitios libres. Alicia le hizo un pequeño gesto para que supiera donde estaba, pero ni siquiera se fijó en ella, parecía muy apurado por haber llegado tarde.

La cena trascurrió entre chistes, maullidos y algún que otro ladrido subido de tono. Los camareros miraban al grupo entre risas y realmente debían de pensar que la cena no la había contratado una empresa, sino un grupo de chalados recién salidos del manicomio que celebraban de esa forma su liberación de la camisa de fuerza.

Tras la cena vino el baile. Dos camareros dirigieron a la comitiva a una de las salas donde un pinchadiscos comenzaba a poner música discotequera. Alicia no tuvo más remedio que bailar con más de un insistente compañero, pero seguía con la mirada a su bulldog, que ahora charlaba amigablemente con otra felina negra. Sintió celos y algo de mal humor por no haber tenido siquiera el detalle de saludarla, así que ni se dignó en acercarse. No iba a ser ella la que fuera en su busca.

La bebida caía y todos tenían cada vez más dificultades para mantenerse en pie. Gatos y perros se habían dispersado y ya se había formado más de una extraña pareja que intentaba esconderse de miradas ajenas. Alicia empezaba a ver borroso, había bebido demasiado, pero a pesar de todo se dio cuenta de que al lado de los servicios, dos gatas se lamían y acariciaban sin ninguna mesura. Intentó observar disimuladamente sus movimientos y descubrir quienes eran, pero no fue capaz. Una de ellas acorralaba a la otra, descubría sus pechos con el tacto de sus manos, rozaba con una de sus piernas los muslos de su compañera y Alicia incluso se imaginaba como ronronearían. Era excitante y morboso contemplar a ambas. Dio media vuelta intentando evitar ser indiscreta, pero sus ojos esta vez se quedaron fijos en un sorprendente hecho: una de las mesas en la que se habían colocado las bandejas de canapés tenía vida propia, los cubiertos depositados encima brincaban y el mantel parecía estar sometido a una corriente de aire. Alicia se agachó todo lo que pudo y pudo comprobar que debajo, un perro salvaje parecía estar entreteniéndose con una gata blanca. El hermoso culo y los sonrosados labios mayores de Alicia pudieron verse en ese momento con toda nitidez por todos los allí presentes. Alicia no se dio cuenta de que era el centro de atención. Ni siquiera el largo rabo negro que llevaba le cubría lo más mínimo. Seguía agachada, bebiendo su copa y pensando que la cena de empresa se empezaba a convertir en una orgiástica celebración. El tono de la fiesta había subido de nivel y también el de su excitación. Alicia se había dejado contagiar por la alegría del momento y ante la llegada de unos cuantos perros atraídos por la visión con la que les había deleitado, no dudó en echarse a los brazos de uno de ellos y juntar sus labios a los de él.

Por fin el bulldog se acercó a ambos, Alicia se olvidó del perro al que espontáneamente acababa de besar, de los demás canes que pululaban a su alrededor y se llevó a su posible compañía de cama de esa noche a una de las pocas esquinas discretas que aún quedaban libres. El ruido era ensordecedor y era inevitable gritar para ser oídos.
-Tenía ganas de estar contigo.
-Eres una gata realmente sexy. Me gusta como vas.

El bulldog reconoció la suavidad del satén con sus dedos y se paró en sus pechos, los acogió en sus manos y sintió una erección al sentirlos libres de ataduras. Acercó sus manos a sus nalgas y atrajo el cuerpo de Alicia hasta sentir todo el calor que manaba de ella. El disfraz tenía la holgura suficiente como para impedir que su miembro no siguiera una trayectoria ascendente. Se acercó aún más, hasta sentir su pene latiendo entre las piernas de Alicia.
-¿Te vienes a mi casa? –Dijo Alicia entre jadeos.
-No, mejor aquí, puede ser divertido…

Alicia miró a su alrededor y observó que la fiesta había degenerado en un gran bacanal. Sólo los más viejos del lugar se habían retirado hacía tiempo. Observó a su jefe besando sin control a su secretaria, al señor contable, que observaba con todo detenimiento los juegos sexuales de una pareja vencida por el alcohol, a Felipe, que, como en una de sus revistas, se masturbaba compulsivamente al ritmo de la música. Ella misma se había olvidado de todos sus prejuicios y ahora dejaba que Arturo se la comiera a mordiscos como si de un sabroso hueso se tratara. Éste había conseguido encontrar un hueco entre el pelaje para sacar su miembro y ahora luchaba por insertárselo a Alicia, que a pesar del alcohol aún sentía ciertos recelos en continuar. Sus pechos, fuera del body, vibraban cual gelatina con cada uno de los magníficos empujones con que Arturo la comenzó a torturar. Alicia cerraba los ojos, dejándose envolver por el goce de tener aquel miembro en su interior resbalando por su gruta oscura y húmeda, y los volvía a abrir al instante para volver a la realidad. Fue en ese momento de apertura visual cuando vio que en el otro extremo de la sala había otro bulldog, distinto al que gozosamente le atacaba. Quitó el antifaz del que la poseía y descubrió con horror que no era Arturo. Su compañero de juegos hizo lo mismo, quedando igual de confuso y sorprendido que ella. Ni siquiera sabía su nombre, debía de ser Iván, uno de los nuevos técnicos recién llegados de la empresa matriz. Pero el desconcierto duró tan sólo unos segundos, ni Alicia ni Iván, parecían estar dispuestos a quedarse en mitad de la función. Tan sólo unos empujones por parte de éste bastaron para que la excitación supliera sus prejuicios. Iván lo estaba haciendo muy bien, demasiado bien como para parar…

Alicia sentía estar en el momento cumbre de su excitación, miraba a su alrededor y flotaba como en sus sueños nocturnos. A su alrededor, el sexo era la palabra principal, el motor de la fiesta y el que seguía provocando peculiares parejas unidas por la lujuria. Al día siguiente nada se recordaría, nadie haría la más mínima referencia a lo vivido y más de uno se abochornaría sólo de pensar lo que había hecho por culpa del alcohol y de los extraños efluvios hipnóticos que parecían manar en aquel local.

En ese momento, Arturo, que había observado a Alicia de lejos, se acercó sin ánimo de interrumpir a la pareja sino más bien de unirse a ellos, comenzó a acariciar los brillantes y acalorados pechos de Alicia, a palpar sus nalgas, besar y mordisquear sus labios. Alicia se sentía en otro mundo, estaba con dos hombres a la vez, uno de sus anhelados sueños, la sensación de varias manos masculinas en su cuerpo fue superior a lo que ya podía aguantar. Sintió una explosión de palpitaciones que recorrió su cuerpo, mientras Iván, excitado por la presencia de Arturo, sacó su miembro y masturbándose, eyaculó sobre su disfraz.

Arturo sustituyó a Iván como pareja de Alicia. Ésta comenzaba a sentirse algo mareada tras el orgasmo, pero no por ello iba a descartar a su nuevo acompañante. Arturo era más suave en sus movimientos, menos rudo en sus empujones y su miembro era algo más grueso. Alicia sentía aquel tronco entrando y saliendo de su sexo mientras Iván, apoyado en la pared, observaba con detenimiento a los dos.

Un ruido ensordecedor proveniente de los altavoces hizo parar a la pareja por un instante, el pitido era tremendamente agudo y los tres tuvieron que tapar sus oídos. Era cada vez más fuerte y desagradable. Parecía que el pinchadiscos tenía un grave problema de acople.

Alicia abrió los ojos y paró el despertador con furia: eran las seis de la mañana y tenía que ir a trabajar. Vio su disfraz de gata en la silla, sintió la humedad entre sus piernas, el sofoco en su rostro y sonrió. Había tenido uno de los sueños más excitantes de toda su vida. ¿Acaso se convertiría en realidad esa misma noche?




viernes, 14 de diciembre de 2007

Concurso de Relatos Erotikugao

El relato "Querido pedro" ha sido seleccionado para la final en el Concurso de relatos eróticos Erotikugao. Os dejo el enlace para que lo podáis leer y dar vuestro voto si os gusta. El plazo de votaciones termina el 31 de diciembre de este año. Muchas gracias!!!!
"Querido Pedro,
Hoy, aprovechando mi día libre he pasado la mañana enganchada al ordenador. Por fin he puesto orden a la ingente cantidad de archivos que tenía en la carpeta de “mis documentos”. En ella me he encontrado las fotos y videos que tú y yo nos hemos hecho este año. Mirando hacia atrás, siento que estos doce meses se han esfumado sin quererlo, el tiempo a tu lado desde aquel día en que te conocí ha trascurrido rápidamente. Las fotos y los videos hablan por sí solos de todo nuestro pasado..." (LEER MÁS) (VOTAR)

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Mobbing

Ya se estaba empezando a hartar de Gloria. La persecución psicológica a que la estaba sometiendo era cada vez más insoportable. Y el caso es que, desgraciadamente, comenzaban a hacerle mella sus comentarios. De alguna forma se notaba más cansada, dormía peor, su estado de ánimo había caído y se sentía más insegura que nunca. Recordó el momento en el que Gloria llegó a su departamento, sustituyendo a Roberto tras un lustro en el cargo. Parecía una mujer abierta de miras, muy competente y bastante cercana en el trato. Y así resultó al principio. Alicia conectó con Gloria desde el primer momento e incluso en más de una ocasión, quedaban fuera de las horas de trabajo para ir de compras o tomar juntas una caña. Pero la relación de amistad duró no más de cuatro meses. El carácter de Gloria fue tornándose más arisco coincidiendo con un accidente que tuvo al caerse por las escaleras de su casa, increpaba a todos los trabajadores y el ambiente de trabajo se fue enrareciendo. Alicia percibió más que nadie el cambio, dado que, la amistad con Gloria se evaporó rápidamente e incluso sintió que la mayoría de sus protestas y de sus broncas iban dirigidas fundamentalmente contra ella.

Gloria comenzó a hacerle la vida imposible. Los proyectos que presentaba le parecían deficientes, a todo le sacaba pegas y se había hecho rutinario el hecho de que Gloria alzara su voz delante de todos para decirle lo inútil que era y lo mal que hacía su trabajo.

A Alicia le costaba cada vez más madrugar cada mañana para ir al trabajo. Era sonar el despertador y la angustia se apoderaba de ella, sintiendo que la desgana se hacía dueña de su cuerpo. Su apetito también había disminuido radicalmente. Malcomía al mediodía en el chiringuito de enfrente de su trabajo: un sándwich vegetal y una manzana componían su menú habitual. La ropa comenzaba a quedarle demasiado holgada. No podía abandonarse de esa manera.

Y para colmo, acababa de romper con Gabriel, su tabla de salvación en los malos ratos. No es que fuera el amor de su vida, ni siquiera tenía una gran conversación y un humor delirante, pero tenía una gran virtud: follaba de maravilla. Era en la cama el lugar donde Alicia olvidaba sus problemas laborales y sus roces con la jefa. Ahora estaba sola y sentía una gran necesidad de contacto físico, de alguien que la abrazara y le convenciera de que pronto, todo cambiaria.

Paco era el jefe de de los electricistas de la empresa. Llevaba trabajando dos años en la misma y dependía directamente de Gloria. La relación entre ambos era mala, peor incluso que la que tenía Gloria con Alicia, a Paco, directamente le ignoraba y no se molestaba siquiera en saludarle al cruzarse con él en el pasillo. No eran infrecuentes los rumores que achacaban esta indiferencia a una ruptura entre ambos tras una esporádica relación sexual en la que Paco tuvo el osado atrevimiento de dejarla por otra mujer, y encima compañera.

Porque Paco solía zascandilear con todas las mujeres del lugar, no en vano podía presumir de musculatura, ojos verdes y buen tipo rematado con un culo duro, pequeño y perfecto. Su baja estatura no mermaba en nada su atractivo. Paco hablaba frecuentemente con Alicia, le comentaba su descontento, lo harto que estaba de trabajar allí, de la agraviante política de reparto de productividad que nada tenía que ver con los objetivos conseguidos sino con preferencias personales y de amistad y más de una vez criticaba a Gloria abiertamente. Eso era de las cosas que más les unía.

Alicia siempre había evitado a Paco mientras mantuvo su relación con Gabriel, no le gustaba mezclar las relaciones personales con el trabajo, pero no podía evitar sentir cierto morbo por él. Más de una chismosa compañera le había narrado con todo detalle las hazañas sexuales de aquel hombre en la cama. Por lo que escuchaba, Paco era un experto en provocar más de un excitante cortocircuito…

Paco hacía tiempo que había dicho a las claras a Alicia que deseaba acostarse con ella. Seguramente se lo había pedido ya a todo el personal femenino del lugar, de eso no cabía la menor duda. Alicia rehusaba una y otra vez, siempre con una sonrisa en su boca.

Pero ahora todo era distinto: Gabriel había desaparecido de su vida, su moral estaba por los suelos y hacía siglos que no tenía sexo compartido: necesitaba a Paco. Así que se dejó “querer” por él y pensó que tampoco le vendría mal ahorrarse el tratamiento psicológico por el acoso laboral al que la estaba sometiendo aquella bruja y pegarse un sano y reparador revolcón con Paquito.

Lo primero que hizo fue comprar un programador para la calefacción. Aún tenía un mando manual y jamás se había molestado en cambiarlo. Ahora resultaba una excusa perfecta. Invitó a Paco a comer ese viernes, dado que era el único día que ambos libraban por la tarde, a cambio de que se lo instalara. Paco aceptó gustoso la invitación y más sabiendo que acababa de cortar por fin con su novio.

El viernes por la mañana, Paco se acercó a la mesa de Alicia.
-Tengo mis herramientas preparadas para instalarte el aparato.-Alicia no pudo evitar soltar una carcajada.
-Vale, espero que no me cobres por los servicios prestados.
-Esta vez no, pero cuando compruebes mi profesionalidad no querrás contratar a nadie más.
-Habrá que verlo…
-Te haré unos empalmes perfectos, mi técnica es la mejor.
-Eres un presumido...
-Presumo con razón, sino no lo haría.

La mañana transcurrió entre risas y frases con dobles sentidos. Paco iba calentando el ambiente y ninguno dudaba ya a esas alturas que esa tarde acabarían acostándose juntos. Por primera vez desde hacía tiempo, Alicia trabajó con ilusión y haciendo oídos sordos a las reiteradas críticas de Gloria, que no parecía ver con muy buenos ojos los devaneos entre ambos.

Terminaron la jornada y se encaminaron juntos al metro, atestado a esas horas de gente. Paco tomó posiciones detrás de Alicia y pegó la pelvis contra su culo de forma no muy disimulada. Alicia se reía por su absoluto descaro, mas comenzó a sentir que volvía a estar viva de nuevo, sobretodo entre sus piernas. Se apretó más a ella rodeando su cintura con un brazo. Podía sentir el aliento de su compañero en su nuca y su vello comenzó a erizarse en cada expiración. Paco se aferró a ella haciendo que su mano culebreara hasta tocar su suave piel bajo la blusa. La deslizó por debajo de su ombligo y, esquivando las apreturas de sus pantalones vaqueros, consiguió llegar hasta el monte de Venus sintiendo en su tacto el minúsculo triángulo de vello perfectamente recortado. Alicia situó su bolso delante, ahora agradecía haber comprado el más grande de la tienda, muy útil para no ser el blanco de indiscretas miradas en esos momentos. Paco acarició la suave pelusa de su pelvis mientras Alicia intentaba concentrarse en que su excitación no se viera reflejada en su cara. Alicia intuía la dureza y el calor del pene justo en medio de su culo. Cerró los ojos para concentrarse en las manualidades que Paco urdía en su vulva. El vaivén del vagón ayudaba a aumentar la temperatura de su deseo. Alicia presentía que su sexo se desharía en breve en espasmos, pero abrió los ojos y la decepción se apoderó de ella: habían llegado lamentablemente a su destino. Bajaron del vagón y en las escaleras mecánicas, Paco la besó, la estrechó entre sus brazos y aprovechó el momento para sobar sus pechos sobre la tela.

Llegaron a la casa de Alicia y nada más abrir la puerta, Paco se echó sobre ella, desabrochándose su camisa y bajando sus pantalones. Alicia quiso llevarle a su dormitorio, pero Paco, fogoso y salvaje, la empujó contra la mesa de estudio que Alicia tenía en un lateral del salón y sin más, la subió encima. Desvistió a Alicia con prisas, dejando sus bragas a mitad de sus muslos. Alicia intentó agarrarse al endeble tablero de conglomerado sobre el que estaba. Paco asomó su instrumento de electricista, se calzó en un instante un condón aislante y se lo enchufó de inmediato, provocando en ella ardientes chispazos. Se tumbó sobre Alicia, los caballetes que sostenían el tablero chirriaban peligrosamente en cada uno de los empujones que Paco propinaba a su compañera. Alicia confiaba en que tuviera la resistencia suficiente para aguantar a los dos, el tablero se abombaba en cada acometida de Paco como si de una hoja de cartón se tratara. Éste chupaba sus pechos y sacudía su instrumento haciéndolo vibrar en sus entrañas. Ella seguía con su cuerpo los movimientos de Paco y se acoplaba a él, haciendo rozar su clítoris contra su piel. Se sentía morir en esos instantes, estaba a punto de abandonarse cuando, súbitamente, la tabla sobre la que estaban se quebró en dos, cayendo ambos estrepitosamente. El instinto de supervivencia de Alicia hizo que pudiera apoyar sus manos en el suelo y no darse un golpe en la cabeza. Pero se había lastimado una muñeca, en la espalda tenía una herida y su culo estaba completamente dolorido y le ardía, al contrario que Paco, que había salido del percance completamente ileso gracias al mullido cuerpo de Alicia.

Alicia explicó en urgencias que se había caído por las escaleras, no quería ser la protagonista de los futuros chistes que de seguro, los médicos hubieran hecho a su costa.

Pasó dos semanas de baja, malamente sentada en un cojín y sin poder plantearse ningún tipo de deporte incluido el sexual en una buena temporada. Compró una sólida mesa para sustituir a la vieja y volvió al trabajo. Quizás ella era demasiado susceptible, pero tuvo la impresión de que a su regreso, sus compañeros la miraban muy a menudo y con una socarrona sonrisa en su boca. Mataría a Paquito por tener la lengua tan suelta… De seguro que había explicado con detalle la historia a todo el mundo, incluida Gloria, que parecía que era la que más se divertía con lo que le hubiera contado su antiguo electricista…

Pasado un mes, Alicia volvió a invitar a Paquito a su casa, entraba el otoño y ella aún tenía su programador sin instalar. ¿Qué le depararía su nuevo encuentro con él?


jueves, 6 de diciembre de 2007

La espera


Mi querido amante,

¡Qué lentas pasan las horas! Mi impaciencia me supera, me desborda y no me deja vivir en paz. Pronuncio tu nombre, Mario, dulcemente, recreándome en el movimiento de mis labios. Éstos se rozan levemente, sólo por unos instantes, para abrirse de inmediato y dejarte el camino despejado. Cierro los ojos y puedo sentir con toda intensidad el sabor de tu miembro en mi boca. Termina tu nombre con un beso, los labios se acercan levemente y siento tu piel. Rozo con ellos cada centímetro de ti, sin prisas, memorizando tu cuerpo. La punta de mi lengua hace el resto, hasta que apenas me queda saliva para recorrerte por entero.

Miro el reloj y sé que queda poco para tenerte de nuevo entre mis brazos, pero aún es demasiado tiempo para mí. Sé que debo tener paciencia para no perder la cordura por el pesado transcurrir del tiempo cuando se espera al amado...

Y mi mente desbocada no deja de escenificar lo que mi cuerpo desea. Siento tu olor a pesar de la lejanía y me dejo llevar por las emociones, tanto las vividas contigo como las que me quedan por vivir.

Siento tus manos en mi piel, se eriza, me estremezco. Tus labios, sabrosos, gruesos, definidos y hechos para el placer se apoderan de mi cuerpo, me absorben y me anulan la conciencia por completo. Ya no soy yo, ni eres tú, es un baile de placer, dos mundos que se difuminan en el éxtasis.

Tu cuerpo encima del mío y tu miembro abriéndose camino lentamente hacen que me derrita. Me rindo, soy tuya y lo sabes. Cierro los ojos, te acojo, atrapo tu miembro y siento cómo resbala fuera de mí. Por unos instantes, muero por la ausencia, para después, retornar a la vida al volver a tenerlo dentro otra vez.

El baile me lleva a saborear tu pene en mi boca, me deleito con él. Mis labios lo tratan con dulzura y mi lengua es su esclava. Lo lamo, lo chupo. Siento que un océano de placer invade mi sexo al sentirlo mío. Está en mi boca ¡por fin!

Espasmos recorren mi cuerpo. Es tu boca la que se encuentra entre mis piernas. Vuelvo a estar a tu merced. Grito, jadeo, araño las sábanas ante la explosión de placer que siento con tu lengua. Mi cuerpo se paraliza, mi sangre bombea de forma acelerada y vuelto a tener deseos de tu pene. Quiero que me penetres, volver a ser tuya por unos instantes y dejarme llevar por el balanceo de tus entradas y salidas.

Mis manos ya no me obedecen. Están sumidas en la danza. Soban mis pechos, los juntan y amasan. Ahora son tus manos las que los recorren, atrapan mis pezones, los agarran fuertemente mientras siento tus acometidas, cada vez más intensas, profundas y apresuradas. Te dejas ir y yo me voy contigo. Reposas sobre mi cuerpo, tu leche caliente riega mis entrañas. Ya no soy yo, tu esencia está en mí.

Cierro los ojos y descanso. Los vuelvo a abrir y miro el reloj, el tiempo pasa lentamente y mi mente vuelve a soñar que estás a mi lado...


jueves, 29 de noviembre de 2007

Los deberes de Mario V: La webcam


Alicia instaló en su ordenador el CD que le había dado Mario, conectó la webcam al puerto USB y abrió el messenger. Ya estaba conectado y esperándola. De inmediato, Mario le escribió un pequeño saludo.
-¿Lo tienes todo preparado mi dulce esclava?
-Sí mi amo.
-Enciende la cámara, quiero verte.

Alicia invitó a Mario a ver las imágenes. Mientras, se miró coqueta en la pantalla del ordenador, comprobando que su imagen era perfecta. Su amante había dejado clara una cosa: él no encendería su cámara, quería que ella se imaginara que no era él el, que era un desconocido el que estaba al otro lado, alguien al que no había visto jamás, pero que en esos momentos sería su amo, el que le ordenaría lo que debía hacer en todo momento y el que le guiaría en la ruta del placer a través del sexo virtual.

Tras unos segundos Mario pudo ver la imagen mostrada en su ordenador. Vestía un corpiño de cuero negro, medias de rejilla, ligueros y diminuta tanga. Un bonito collar también de cuero del cual salía una argolla metálica realzaba la largura de su cuello. Melena suelta, ligeramente rizada, labios carmesí y sombra de ojos intensamente oscura. Estaba realmente sexy. Mario no pudo evitar sentir que su miembro se removiera ante la visión.

Alicia estaba muy alterada, arrastraba un estado de excitación que había comenzado justo en la tienda a la que acudió a hacer la compra de todos los complementos que iba a necesitar para esa noche y que Mario previamente le había detallado. No podía evitar sonreír al recordar el momento en el que, medio vestida con el corpiño, salió del probador buscando la ayuda del encargado de la tienda, dado que era incapaz de ponérselo sola. La cara de sorpresa de aquel hombre era digna de recordar, posiblemente pensó que aquella mujer quería provocarle. Pero Alicia sólo tenía en ese momento un nombre en su mente: el de Mario. Al llegar a su casa se fue vistiendo, con un estudiado ritual, todas sus prendas. Como si se tratara de una geisha antes de una cita, pensó. La sensación del cuero en su cuerpo le embelesaba, y lo acarició de forma libertina mientras disfrutaba con la visión reflejada en el espejo. Si no hubiera quedado con Mario esa noche se hubiera masturbado en ese mismo instante. Pero tenía que tener paciencia, la noche iba a ser muy larga.
-Me gusta lo que veo. Date la vuelta, quiero verte entera.

Alicia se dio la vuelta y se agachó ligeramente, de forma espontánea apartó con una mano su tanga y dejó que Mario tuviera una completa visión de sus labios mayores. Sintió la humedad impregnando sus muslos por el indómito deseo de tener más cerca a su amante. Mario contempló fascinado la imagen. Hubiera querido tener el don de poder tele transportar su mano desde la pantalla y que por arte de magia, traspasara todas las barreras hasta tocar aquel manjar que se le ponía a su alcance.
-¿Te gusta?
-Me encanta. Quiero que te sientes, abras tus piernas y te acaricies para mí.

Alicia no dudó en seguir sus indicaciones. Deseaba masturbarse para Mario, no tenía ningún reparo o pudor en abandonarse delante de él, que la viera gozar y que compartiera con ella sus momentos más íntimos. No era la primera vez que lo hacía. Se sentó lentamente con sus piernas abiertas, acarició sus pechos comprimidos por el corpiño, y dejó que asomaran por encima de éste. Subió sus piernas y comprobó la imagen que su amante iba a tener de ella, morbosa, nítida e impecable. Mario vio su sexo depilado, vislumbró el brillo de su néctar asomando por los muslos y se excitó con el color enrojecido que iba adquiriendo su clítoris. Alicia miraba directamente a la cámara, acariciaba sus pechos con una mano y se masturbaba con la otra, primero con delicadeza, reconociendo con su tacto cada uno de sus pliegues, posteriormente con brío. Sentía el clítoris extremadamente hinchado y apenas podía rozarlo directamente sin que sintiera cierto dolor.
-Deseo que introduzcas tus dedos en tu sexo y que lo abras para mí. Me enseñarás la profundidad de los secretos que atesoras.

Ella continuó con sus juegos, deslizó sus dedos al interior de su sexo, intentando tocar el infinito. Sentía en ellos la suave sensación de calor y humedad de sus entrañas, sus músculos comprimiéndolos y la necesidad de algo más grueso y rotundo en su interior. Los sacó sin ganas, ante la insistencia de su amante en observar y degustar visualmente aquella oquedad, ahora perfectamente visible. Mario sacó su miembro de los calzoncillos y lo manoseó ante la imagen, estaba rígido y ardía entre sus manos. En ese momento podía imaginar el olor de hembra que rezumaba del sexo de Alicia.

Ésta ya se había dejado llevar por su propio placer, sentía el calor del corpiño sobre su cuerpo, toda la ropa le molestaba y hubiera querido desnudarse por completo en ese instante. Frotaba su clítoris, metía y sacaba de su sexo sus dedos mojados. Quería recrearse en el momento, gozar lo máximo posible antes de que llegara “la petite morte” morir dulcemente, pero sabía que no podría durar demasiado. Hubiera deseado contemplar a Mario a pesar de que el hecho de verle le hubiera llevado a tener un orgasmo demasiado pronto. “Un poco más, aguanta”, se decía a sí misma.
-Quiero que te corras para mí, esclava.

Alicia forzó el ritmo, estrujó los pechos con su mano, contrajo sus potentes nalgas para presionar sus dedos con más intensidad, echaba de menos los labios de Mario chupando sus pechos. A continuación, jugó con su abertura trasera, metiendo algún dedo lubricado por sus propios flujos y por fin, perdió el dominio sobre sí misma, sus movimientos se volvieron torpes y su cuerpo se paralizó contraído por las múltiples palpitaciones que lo invadieron. Descansó unos segundos antes de escribir a Mario.
-¿Qué te ha parecido? He de reconocer que no he podido abstraerme y he pensado en todo momento que eras tú el que estaba al otro lado.
-Me ha encantado... Pero no te confíes. Hoy sí que estaba yo, pero no te aseguro que otro día no te encuentres con una sorpresa. Quizás conozcas de una forma poco frecuente a algún amigo mío.
-No creo que lo hagas nunca, te conozco.
-No niña, aún no sabes todo lo que tengo dentro de mi cabeza.
-Deja de hablar y vente ya a casa, odio desaprovechar los días en los que estoy sola. ¿Te puedes escapar?
-Sí, hoy le he dicho que estaba cansado y que me iba pronto a dormir. No hay problema.

Alicia fue al baño y se retocó los labios. Cogió la foto que tenía de su novio en la mesilla y la guardó en un cajón. No le importaba tener voyeurs al otro lado de la pantalla, pero le incomodaba tener los ojos de su pareja fijos en ella mientras estaba con su amante. No podía evitar sentirse a veces culpable. Pero no quería alejarse de Mario, era una mujer de carne y hueso, con defectos y debilidades. Nadie es perfecto, se decía a sí misma...



jueves, 22 de noviembre de 2007

Huelga de metro

Llegaba tarde. Había dejado pasar de largo el último vagón de metro que ahora reanudaba su marcha completamente abarrotado de gente. No había encontrado ni un solo hueco para introducirse en él. Miró nerviosa su reloj, debería coger el siguiente o le caería una nueva bronca de su jefe. Con él no había excusas. Ni atascos, ni huelgas, ni inundaciones eran motivos suficientes para justificar un retraso. Y ya había llegado tarde dos días la semana pasada, se estaba jugando su puesto de trabajo.

El reloj digital que colgaba del techo y señalaba el tiempo que restaba hasta que viniera un nuevo convoy avanzaba lentamente, Alicia siempre pensó que los trucaban para estirar los segundos al máximo. Miró el andén de enfrente, tan atestado de gente como lo estaba el suyo, las caras serias, de gente cansada ya por la mañana, aburrida de la monotonía de los días de diario. Una voz indicó la próxima llegada de un nuevo tren, podía oírse de forma creciente el ruido del mismo avanzando por el largo túnel que separaba las estaciones. La muchedumbre comenzó a posicionarse y Alicia se llevó más de un empujón. Tenía que entrar como fuera. Aferró su bolso y lo utilizó a modo de escudo protector contra las embestidas y empellones que le propinaban a izquierda y a derecha. El tren paró, las puertas se abrieron y el gentío salió no sin dificultad. Pero el vagón seguía igual de lleno, como si la masa del interior hubiera aumentado misteriosamente de volumen. Alicia se vio impelida hacia dentro por la marea de gente que quería entrar a la vez, era la ley del más fuerte. Buscó algo donde agarrarse para mantener el equilibrio, pero no encontró ninguna barra cercana. A pesar de ello, no era fácil que se cayera, estaba completamente rodeada de humanidad y tan comprimida, que a veces tenía que permanecer de puntillas por falta de espacio. Miraba al techo para evitar agobiarse y no sentir claustrofobia. Era un largo camino hasta su puesto de trabajo.

Sus pensamientos vagaron lejos de allí, cualquier sitio era bueno para perderse mentalmente. Odiaba aquella inevitable situación, pero la huelga parecía que iba a durar toda la semana, no tendría más remedio que buscar un transporte alternativo. Súbitamente, su mente volvió a aquel lugar. Se estaban apretando fuertemente contra ella e incluso restregándose de forma intencionada. Dos manos, grandes y calientes parecían sujetar sus caderas mientras una pelvis se balanceaba rítmicamente por detrás con pequeños movimientos circulares. Alicia hizo un intento por darse la vuelta, pero el gentío se lo impedía. Por un instante, el baile paró para reanudarse tras unos segundos. Una mano comenzó a acariciar descaradamente su trasero que, automáticamente, tornó más prieto. Podía sentir cada uno de los movimientos a pesar de que ese día vestía pantalones vaqueros. Aquellos dedos achuchaban y palpaban sus nalgas y ahora avanzaban entre sus muslos. Intentó darse de nuevo la vuelta pero su intento resultó infructuoso. El misterioso personaje parecía impedírselo.

Sintió el calor del cuerpo de aquel desconocido, era un hombre, de eso sí que empezaba a estar casi segura. No era más alto que ella, intuía su aliento en la nuca. Se apretó intensamente a ella, tanto, que Alicia pudo notar de forma palpable su miembro en erección. Lo restregaba contra su trasero una y otra vez. Alicia percibió aquellas manos deslizándose por su cuerpo hasta que llegaron a sus pechos. Miró hacia abajo y vio dos sospechosos bultos bajo el jersey. Comenzaba a estar inevitablemente excitada, sentía transformarse su fogosidad en minúsculas gotas resbalando de su sexo hasta depositarse obedientes en su ropa interior. Hacía calor, sentía la temperatura de su compañero y su propia calentura. Aquellas manos aferraron sus pechos, todo su cuerpo se estremeció, su vello se alzó en punta y un ligero temblor sembró de debilidad sus piernas. Los dedos de su atacante conquistaron el sostén, bajándolo ligeramente hasta que llegaron al que parecía ser su objetivo: sus enhiestos pezones. El desconocido comenzó a estirarlos y a retorcerlos hasta el punto de que el dolor comenzó a hacer mella en ellos. Pero Alicia se dejaba, le excitaba la sensación de ser vulnerable, de no conocer al hombre que, por sorpresa y ante aquel gentío, había violado su intimidad. La sensación de placer podía con ella y la necesidad de gozar en ese momento se le hacía imperiosa. Estaba siendo atacada por sus flancos más débiles, sus pechos, hipersensibles a cualquier roce, y sus nalgas, que pedían aún una mayor tortura. Sintió una mano resbalando hasta su bolsillo derecho, metiéndose en él, buscando con el tacto un acercamiento más profundo. No tardó en encontrarlo, los bolsillos de sus pantalones eran grandes y dejaban un amplio margen de maniobra. Percibió nítidamente su roce y como se posaban sobre su monte de Venus, bajaban lentamente y se deslizaban hasta la húmeda grieta de su sexo. La tela del forro del bolsillo asemejaba a un curioso preservativo. Su clítoris inflamado agradeció el roce continuado que comenzó a imprimir su compañero de viaje.

Alicia presionó aún más su trasero contra el duro instrumento que le atacaba por detrás e inició un movimiento de balanceo con él. Le gustaba sentir aquel tronco frotando sus nalgas, presionando con fiereza su raja y en ese momento deseó haberse puesto faldas mejor que aquellos rudos pantalones. El frote de la tela sobre su sexo menoscababa la ya débil voluntad de Alicia de comportarse de forma comedida. Hacía vanos esfuerzo por disimular sus movimientos, ya no controlaba su excitación, era presa de la lujuria y esclava temporal de aquel hombre que la estaba masturbando. No quería que parara, quería más de él, quería sentir el tacto de su piel, sus labios sobre su cuello, sus manos desnudas y su miembro en sus entrañas. Suplicó mentalmente cada uno de sus deseos y llegó a pensar que aquel hombre había sido capaz de oírlos dado que cogió la mano izquierda de Alicia y la condujo hasta el interior de sus pantalones, tenía su cremallera completamente bajada. El tacto suave y caliente en su piel avivó su calentura. El desconocido le compelía a seguir sus mudas órdenes y sus movimientos por debajo de los pantalones. Seguía masturbando a Alicia, a mayor ritmo e incluso con una mayor dedicación. El juego onanista le excitó aún más, sentía sus bragas empapadas en su propia miel, sus poros abiertos por el calor rezumaban ligeras gotas de sudor. Alicia frotó su sexo contra la mano entelada hasta que las palpitaciones absorbieron aquellos dedos a modo de gran tentáculo. Detrás, Alicia seguía de forma sumisa los movimientos que le imponían hasta que su mano se llenó de un líquido lechoso y caliente.

El vagón paró y el tropel salió. En ese instante dejó de sentir al desconocido que anónimamente la acababa de masturbar. Dio la vuelta con rapidez pero fue incapaz de distinguir quien había sido su matutino bienhechor. Tan sólo divisó a un hombre corriendo por el andén, pero apenas le dio tiempo a verle con calma. El vagón reanudó la marcha, la próxima parada sería la suya. Abrió su bolso buscando un pañuelo con el que limpiarse la mano y de inmediato se dio cuenta de que algo le faltaba, su bolso estaba demasiado vacío, buscó y rebuscó entre sus pertenencias sin éxito y tuvo la sensación de haberse portado como una incauta adolescente: su cartera había desaparecido.

El orgasmo que acababa de disfrutar le había salido demasiado caro...


jueves, 15 de noviembre de 2007

La degustadora de placeres


No he podido tener mayor suerte. He conseguido uno de los trabajos más gratificantes que hayan podido nunca existir. Mi oficio sólo tiene ventajas, y por más que intento buscar el lado negativo del mismo, no lo encuentro.

Y es que soy una degustadora de placeres. Sé que es algo inusual, que habitualmente, en las ofertas publicadas en los periódicos tal labor es inexistente, que los funcionarios de las Oficinas del paro no llaman a los desempleados para cubrir ninguna baja en dicho sector y que ni siquiera está sujeto a convenio alguno. Encontré este trabajo de forma casual y por ser una buena clienta, no buena, la mejor clienta que hubiera tenido jamás la empresa que me contrató. Se sorprendían de mi disposición, de mis continuos pedidos y de las descripciones que, en forma de agradecimiento, les enviaba por correo una vez que había degustado sus artículos. Relataba con una pulcritud y una exactitud encomiables todas y cada una de las sensaciones que sus productos desencadenaban en mi cuerpo y en mi mente, detallaba las características más sobresalientes del mismo, opinaba de forma completamente subjetiva sobre su tacto, su color, su gusto... Y lo llamo degustar y no probar, probar suena frío y degustar conlleva un placer implícito, de la misma forma que me invade un inusitado goce al saborear un bombón de chocolate en mi boca, sintiendo como se derrite dulcemente en mi paladar excitando mis papilas gustativas.

Exprimo los artículos hasta encontrar en ellos placeres infinitos, sensaciones indescriptibles. Porque yo trabajo para una tienda de productos eróticos que opera en red, juguetes para adultos, cacharros multicolores para mi egoísta goce. ¿Puede haber mejor trabajo en el mundo? Cada una de las mercancías es en sí misma un verdadero placer para mí. La misión es extremadamente gratificante, he de reconocerlo.

Cada mes, mi empresa me manda por correo un paquete que yo lo abro como si de un regalo navideño se tratara. Rasgo nerviosa el envoltorio, hinco mis uñas en el cartonaje y saco con premura su contenido. Miro extasiada todos los objetos, los cojo, les doy vueltas, contemplo maravillada cada uno de los artefactos para colocarlos posteriormente uno al lado de otro encima de mi cama, haciendo una perfecta fila castrense para decidir exactamente por cual de ellos empezaré. Tarea ardua y difícil no obstante. Todos me resultan atractivos y excitantemente apetitosos.

En más de una ocasión, no he podido resistirme y nada más abrir el paquete, he catado impaciente alguno de aquellos maravillosos placeres: vibradores de formas peculiares, realísticos, sumergibles, estimuladores del punto G, masajeadores del clítoris, bolas chinas, huevos vibradores, consoladores coloridos de cristal, dobles, anales, de silicona... He probado cientos de ellos. Podría distinguir uno de otro con los ojos cerrados, mi sexo se encarga de diferenciarlos sin ningún tipo de dificultad.

Mi oficio es sencillo y sumamente agradable. Cojo uno de los productos o placeres, como yo los llamo, lo desnudo de su envoltorio, siento su tacto entre mis dedos, palpo su textura, siento su peso en la palma de mi mano, mido su tamaño y me estremezco con su grosor.

Los vibradores son mi debilidad. Sus llamativos colores, su olor afrutado y sus divertidas pero excitantes formas y rugosidades. Las vibraciones que producen me precipitan irremediablemente a una cascada de orgasmos en un breve lapso de tiempo. Soy especialista en estos placeres y guardo en mi caja negra de terciopelo todo un ejército de ellos al servicio de mi sexo. Por supuesto que a todos los he dignificado como merecen bautizándoles con un nombre: “Manolito”, “Conejito”, “Bichito”... El diminutivo que les aplico nada tiene que ver con su aspecto y su forma real, es simplemente un cariñoso apelativo como agradecimiento por estar siempre a expensas de mi ansia de placer.

Anoto los resultados de mi análisis técnico en una pequeña hoja de papel y posteriormente paso al análisis empírico, la mejor parte del estudio. Me desnudo con ansiedad, cojo uno de mis placeres y me masturbo con él. Pruebo mil posiciones y posturas, compruebo todos sus usos y toco todos y cada uno de sus botones en el caso de que vaya a pilas. Gracias a Dios que mi empresa me suministra de baterías, no tendría presupuesto para adquirir el arsenal que gasto mensualmente.

Hoy al llegar a casa me he encontrado con una grata sorpresa: mi empresa ha adelantado su envío una semana y el cartero ha puesto en mis manos un grueso paquete. He entrado en casa acelerada, tirando descuidadamente el bolso a la cama y he destrozado el continente de lo que va a ser mi trabajo de este mes. Con estupor observo que sólo hay un objeto en la caja envuelto en plástico transparente. Rasgo el mismo y contemplo dubitativa el curioso aparato. Es un endeble rectángulo del tamaño de un cojín, más estrecho si cabe, su color es encarnado oscuro y su tacto, sorprendentemente no es siliconado sino de un material similar a la goma. Es evidente que se trata de un vibrador dado que de uno de sus extremos sale un pequeño cable que termina en un enchufe. Ese detalle lo considero un punto negativo. Me gusta la independencia en mis juegos onanistas, adoro revolcarme sin reparo encima de las sábanas y no me gusta que un cable me sujete y me fuerce a disminuir mis maniobras. El mando a distancia que lleva me gusta, es pequeño y ligero. Consta de tres botones y una pequeña rueda. Anoto cada punto examinado en mi hoja de papel.

Observo que en el extremo opuesto hay una especie de pitorro y comprendo que es necesario inflarlo antes de su uso. Acerco mis labios y soplo con fuerza hasta que el rectángulo adquiere consistencia. El fabricante del juguete ha tenido el detalle de incluir en su mercancía una discreta funda del mismo color para introducir en ella el gigantesco y extraño vibrador. Prefiero el tacto de la silicona, pero estoy abierta a nuevas sensaciones.

Enchufo el aparato y pruebo los botones, su manejo es muy simple: la pequeña rueda regula la temperatura pues al moverla, siento en mis manos una cálida sensación y los botones se encargan de modificar la intensidad vibratoria. Calor y vibración, dos puntos positivos, mas su forma de cojín me hace dudar. Me desnudo y me tumbo encima de mi juguete. Entiendo que simplemente actúa sobre el clítoris así que me recreo en él. Abro mis piernas y froto mi sexo contra él, siento su calor y me asombro de sus magníficas vibraciones. Es algo aparatoso pero consigue su objetivo que es llevarme al orgasmo y hacerme pasar un rato muy entretenido. La tela ha quedado completamente mojada tras mi explosión de placer y comienzo a quitarla para meterla en la lavadora.

En ese instante, el timbre de mi casa me saca del ensimismamiento en el que estoy imbuida. Me coloco el albornoz y abro la puerta mientras recoloco aceleradamente mis revueltos cabellos por el rato de solitaria lujuria.

Es Puri, mi vecina de enfrente.

-¡Hola hija! Quería saber si te ha dejado el cartero un paquete para mí. Me ha llamado mi cuñado y me ha dicho que ya tenía que haberme llegado la manta eléctrica que me compró. Estoy con el lumbago que no vivo y me recomendó que la usara. Me debo de estar haciendo mayor...

Miré a mi vecina e intente sonreír pero tan sólo me salió una patética mueca. Quizás unas buenas vacaciones me vendrían bien, mi trabajo había conseguido absorberme demasiado…


domingo, 11 de noviembre de 2007

Métemelo (Por Margarita Ventura)

He tenido la oportunidad, gracias al concurso de Karma Sensual, de conocer a una de las escritoras seleccionadas con las que compartiré publicación: Margarita Ventura. Margarita es venezolana, periodista y una brillante escritora. Os dejo el relato que me ha envíado para que lo saboreéis.


Comenzaste por los ojos… tu mirada me penetraba hasta el alma, produciéndome escalofríos. Era tan penetrante e intimidante que la sentía recorriéndome la espalda mientras caminaba hacia el baño. Me recorrías de arriba abajo, como queriendo estar por debajo de mi vestido.

Continuó más tarde, la mano en la cintura que apretabas y acercabas a tu cuerpo más de lo necesario en medio de la pista de baile. Al segundo o tercer merengue, conseguí la respuesta a mi pregunta de “¿qué será lo que le ven a éste tantas chicas lindas?”… Allí, en medio de la pista, con tu brazo acercándome peligrosamente a tu cuerpo, pude “sentir” la respuesta y lo entendí todo. Yo también sucumbía a tus encantos…

Luego en el auto… antes de arrancar y perdernos en la locura de las madrugadas citadinas. Allí fue la lengua… hábil y curiosa, ávida, hambrienta. Labios que succionaban, dientes que mordisqueaban, lengua que penetraba, ojos que se perdían detrás de mis propios párpados, respiración que se agitaba.

Llegamos a la disco, un par de tragos más y una demanda osada para una mujer osada. “Quiero tener algo tuyo -me dijiste- algo con qué recordarte”. No entendía por dónde venías, pero rápidamente me lo hiciste saber. Segundos más tarde, en plena pista de baile y en medio de la multitud frenética, ponías inocentemente tus manos sobre mis caderas, y en un suave movimiento me quitabas el bikini de encaje blanco, haciéndolo deslizar piernas abajo, para tomarlo disimuladamente en mis tobillos y guardarlo como trofeo de conquista en el bolsillo de tu chaqueta.

Después de eso ya nada volvió a ser igual. Eran ridículas ahora las poses puritanas o conservadoras. Mi deseo y el tuyo estaban ya a punto de ebullición. No había por qué esperar.

- ¿Mi casa o la tuya?, preguntaste. Pero no pudimos llegar a ninguna de las dos. Sólo esperando al Valet Parking con tu auto, en medio de un beso apasionado, metiste tu mano por mi escote y tanteaste mis pezones en estado de alerta. Apretaste mis senos con lujuria, al tiempo que mordiste mi labio inferior, haciéndome brincar del dolor. Ahora mis labios todos latían rojos y calientes.

Subimos al auto y avanzaste algunos metros para alejarnos de la luz y las miradas, inquisidoras unas, envidiosas otras. Paramos en una zona residencial tranquila y convenientemente oscura. ¿Peligrosa? Tal vez… pero eso sólo incrementaba el deseo.

Sin mediar palabra desabrochaste tu cinturón y abriste el pantalón. El sonido metálico de la hebilla y el ronronear de la cremallera deslizándose provocó en mi cerebro un impulso que me disparó automáticamente hacia delante, volcándome sobre tu inmenso y flamante mástil, que me esperaba ansioso y expectante.

Era un falo espectacular. Entendí que lo que había sentido horas antes en la fiesta había sido al gigante en reposo. Ahora lo contemplaba erguido ante mis ojos, liso, brillante y moreno, invitándome a demostrarle todas mis habilidades en el sexo oral.

“Trágatelo”, me pediste jadeando, mientras yo practicaba un afanado ejercicio para que semejante portento entrara completo en mi boca. Por momentos tanta inmensidad me producía arcadas; debía concentrarme para relajar mi laringe y a la vez succionar, respirar pausadamente a pesar de tanta excitación, abstraerme del mundo para proporcionarte placer.

Tú sólo decías “trágatelo, mételo todo en tu boca, así… así”. Me tomabas por el pelo y con acompasados jalones me ayudabas a deglutir tu maravillosa masculinidad.

Tal vez sólo un par de segundos antes que fuera demasiado tarde, paré en seco mi faena. Levanté la cabeza para mirarte y sonreí al ver tu cara, mitad placer, mitad desesperación. “Ahora me toca a mi, papito”, te dije al tiempo que de un jalón tiraba hacia atrás tu asiento y me colocaba a horcajadas sobre ti, como un experimentado jinete de rodeo.

La ropa interior no fue un estorbo; era un problema resuelto por ti hace mucho rato. Besaste mis labios con pasión, pero a la vez con ternura, o al menos así lo sentía yo, después de tanta fricción y calambres aguas abajo.

Yo estaba más que lista… desde la disco, desde la fiesta antes de la disco… tal vez desde la primera mirada con la que me habías dicho “estás bellísima”… no lo sé. El punto es que sólo dije “Métemelo” y no hizo falta nada más para que me ensartaras y me acoplaras en un solo movimiento a tu mástil, que ahora, dentro de mí, se sentía más inmenso y desbordado que nunca.

Mi rodilla derecha flexionada sobre tu asiento y pegada a tu cadera hacía el trabajo de balanceo y ritmo, mientras que mi pierna izquierda estirada y con mi sandalia de tacón apoyada en el asiento trasero, me daba el apoyo y la fuerza para embestirte. Mis manos desabrocharon los botones de tu camisa y mis dedos comenzaron a juguetear con tus tetillas y a enredarse en tu velludo pecho. Mis labios pegados a los tuyos, sólo salían de tu boca para recorrer tu cuello, para lamer el lóbulo de tu oreja y decirte casi sin voz… “así, así… métemelo, métemelo”.

Tus caderas y las mías bailaban un ritmo ancestral, innato e inédito. Un ritual de placer, reciprocidad y agradecimiento, mientras nuestras gargantas emitían sonidos repetitivos y guturales, una especie de mantra que nos llevaba a un estado alterado de conciencia, permitiéndonos, finalmente, liberarnos en un grito espasmódico y purificador, una sola exclamación a través de dos gargantas; dos chorros de semen en un solo canal, mil latidos por segundo que ensordecieron al mundo… subir al cielo y al bajar, notar que la tierra no estaba tan lejos.

Morir y renacer más completos, más sabios, mucho más felices.

Y seguir andando la vida, a la espera de otro encuentro, de otra fiesta en la que me comas con la mirada, en la que me roces con tu miembro épico en la pista de baile. Otra noche en la que me conquistes con una locura y me hagas nuevamente gritar:
“¡¡Métemelo… métemelo!!..”

Margarita Ventura



miércoles, 7 de noviembre de 2007

La caída


La caída la había dejado completamente aturdida. Una nube emborronó la visión de todo lo que a su alrededor había y finalmente se desmayó. Cuando abrió sus ojos, el blanco inmaculado de las paredes del habitáculo en el que se encontraba hizo que se despertara del estado de shock. Estaba tumbada en una camilla y notaba un fuerte dolor palpitante en la parte derecha de su cara. Un enfermero sonriente se acercó a ella al verle abrir los ojos.
-¿Qué tal te encuentras?
-Confusa, no sé qué me ha pasado.
-Por lo que ha contado algún transeúnte que te vio, tropezaste, caíste al suelo y te pegaste un fuerte golpe en la cara contra un coche. La tienes completamente inflamada.
-Me duele horriblemente.
-Tranquila, se te pasará, pero te vamos a hacer unas pruebas para descartar que sea algo más que una contusión leve.
-Vale, de acuerdo.
-¿Puedes andar?
-Creo que sí…-Alicia se incorporó y sintió un ligero mareo.
-Muy bien, lo primero que te vamos a hacer es un TAC, acompáñame.
El enfermero condujo a Alicia a una sala en la cual había un extraño aparato que no había visto en su vida. Tenía una gran abertura central de aproximadamente un metro de diámetro por la que debía deslizarse la camilla en la que tendría que recostarse.
-Relájate, notarás que la camilla se mueve y poco más. Túmbate boca arriba e intenta no moverte lo más mínimo.
Alicia se tumbó y el enfermero sujetó su cabeza a la camilla con una tira negra de cuero que apretó sobre su frente. El enfermero entró en una pequeña salita adyacente donde se hallaba ubicado el ordenador que controlaba aquella maquinaria. Otro enfermero situado frente al monitor le esperaba dentro. Un gran cristal impecablemente limpio separaba las dos estancias.

Alicia cerró los ojos y sintió que la máquina se ponía en funcionamiento. La máquina hacía un intenso ruido y Alicia sintió que el frío se apoderaba de ella, era el ventilador que enfriaba el sistema. Tras estar un rato relajada y con los ojos cerrados sintió una inevitable modorra que se apoderaba de su ser. Trascurrió largo tiempo hasta que el enfermero le quitó la banda y le pidió que se tumbara boca abajo, poniendo su barbilla encima de un pequeño soporte. Volvió a sujetarle la cabeza con la cinta y le colocó sus manos debajo de sus piernas.

Alicia pensó que la postura era de total sumisión. Por un lado sus piernas desnudas, por otro, su vestido que marcaba de forma pronunciada sus nalgas y sin querer se había subido ligeramente. Sus manos bajo sus piernas tan cerca de su sexo eran una tentación. No se lo podía creer, pero de nuevo, su libido hacía de las suyas y otra vez guiaba los pasos de Alicia, estaba comenzando a enimarse sin remedio. Se imaginó cuan excitante y morbosa tenía que ser la visión que los enfermeros tenían de ella en ese momento. Sus piernas ligeramente abiertas posiblemente dejaban ver su tanga negra que, juguetona, se había escondido hace tiempo entre sus labios mayores y empezaba a estar pleno de humedad.

De repente, unos dedos empezaron a acariciar sus piernas, sintió un torbellino de caricias procedente de varias manos, contó hasta cuatro. Alicia quiso decir algo, pero su lado oscuro y salvaje parecía impedir que articulase palabra alguna y dejó que aquellas manos, muy posiblemente de los dos enfermeros, siguieran haciendo travesuras. Alicia seguía con su cabeza sujeta, su cuerpo estaba rígido, dejándose llevar por las circunstancias. Sintió su tanga deslizándose por sus muslos, su blusa subiéndose por encima de su cintura y sintió como, con facilidad pasmosa, alguien desabrochaba su sostén. Todo le resultaba sumamente placentero, extraño sitio para que la masturbaran, pensó. Dos manos en su sexo comenzaron a torturarla con sus movimientos, las otras dos, semejantes a las copas de un sostén, aguantaban sus pechos, cogiéndolos, calentándolos. Aquellos dedos resbalaban sobre sus pezones y los amasaban con sumo cuidado. Las manos en su sexo iniciaban descaradas una particular danza, e introducían rítmicamente sus dedos en su coño y en su culo, rozaban su clítoris y habían tomado posesión del lugar con el silencioso consentimiento de Alicia. Aquellos devaneos locos le estaban haciendo perder la razón. Esclava del deseo intentaba atrapar los dedos en su interior, pero irremediablemente volvían a salir de nuevo, cada vez más húmedos y resbaladizos. No pudo más y dejó que un cúmulo de palpitaciones recorriera todo su ser.

Al instante, sintió una mano sobre su hombro.
-Hemos terminado, ya puedes incorporarte.
-Alicia se despertó sobresaltada.
Se sorprendió al comprobar que tenía toda la ropa puesta incluyendo el tanga y el sostén. ¡Se había dormido…!
Pero Alicia sabía que no todo lo que había soñado era irreal dado que su sexo húmedo, su tanga chorreante y las últimas palpitaciones recorriendo su cuerpo eran prueba evidente de que el orgasmo que acababa de tener había sido completamente real…




sábado, 3 de noviembre de 2007

III Concurso de relatos eróticos: Karma Sensual III

Los títulos y autores de los 10 relatos seleccionados por el Jurado que integraran el libro se pueden ver en este enlace: Crear para leer
El libro saldrá en febrero de 2008. Muchas gracias al Jurado por el premio!!!

miércoles, 31 de octubre de 2007

Una cita nocturna

Ahora que ya estaba en la calle se empezaba a arrepentir de haber dicho que sí. Ella y su perversa curiosidad. Los tacones finos que calzaba marcaban su paso no sin cierto escándalo en el silencio nocturno e intentaba caminar de puntillas para evitar ser el centro de las miradas de los que a esas horas pululaban por allí: pequeños grupos de jóvenes bebiendo a las puertas de los bares, taxis de ronda llevando a los últimos regazados de la noche a sus casas, alguna que otra parejita ocasional metiéndose mano al amparo de la oscuridad. Alicia caminaba entre todos ellos intentando pasar desapercibida, pero el ruido de sus tacones y su indiscreta vestimenta parecían impedirlo. Su minifalda vaquera dejaba asomar la parte baja de sus glúteos y por ende, su pequeño tanga; y su blusa blanca, abotonada lo imprescindible para dejar al aire su ombligo y su escote eran de todo menos decentes. Sus pechos vibraban cual gelatina. Caminaba con brío para atravesar toda la zona de bares por la que no tenía más remedio que pasar.

Intentó recordar los motivos que le habían llevado a salir a la calle a las 3 de la mañana. ¿Su excitación? ¿La necesidad de nuevas aventuras? ¿El morbo de la primera vez? Lo cierto es que chatear aquella noche de aburrimiento con el tal “Kal” había sido sumamente entretenido, le había llevado en poco tiempo a un estado tal de excitación, que, ante la pregunta de si iría esa misma noche a su casa, Alicia casi ni lo dudó y dijo que sí. Ella siempre mentía a la hora de dar sus datos personales en los chats, pero con Kal había sido distinto. Fue sacando uno a uno sus secretos, sus deseos más íntimos y cuando Alicia confesó que vivía en la misma ciudad que él, todo se aceleró. Kal fue entonces cuando sorpresivamente le habló con sinceridad: no estaba solo, su pareja estaba a su lado y querían a una mujer de tercera para esa noche. Alicia se echó hacia atrás en el asiento al leer aquellas palabras en la pantalla de su ordenador y tecleó un “NO” rotundo. Tenía ganas de acostarse con Kal a pesar de que fuera un perfecto desconocido, únicamente le conocía por una borrosa foto de su cuerpo que él le había enviado a su ordenador. Pero acostarse con una mujer no entraba dentro de sus planes… Kal insistió incansable y resultó ser de lo más persuasivo dado que Alicia finalmente aceptó, haciendo que de nuevo, su morbosa curiosidad, ganara la partida.

Pero ahora en la calle todo era distinto. Ya no estaba tan excitada, la suave temperatura de la noche había aliviado el sofoco del calor que desprendía su ordenador y ya no tenía las cosas tan claras. De nuevo metida en líos y en situaciones complicadas, su maldita doble vida le iba a llevar a la locura.
Su paso se hizo más lento al llegar a la calle que le había proporcionado Kal. Era una urbanización nueva, en la que aún se podía ver el cartel de la promotora ofreciendo pisos. Llegó al portal y llamó.
-¿Eres Alicia?
-Sí…soy yo.
-Sube por favor.

Su corazón bombeaba intensamente, podía oír los latidos en sus oídos. Cogió el ascensor y se miró en el espejo. La ropa que llevaba puesta era enormemente sexy y marcaba sensualmente sus formas de mujer.

Kal abrió la puerta descalzo y con unos boxers amarillos como único atuendo. Llevaba una copa en la mano que ofreció a Alicia casi antes de saludar.
-Me gustas Alicia. –Y le plantó en la cara dos sonoros besos.
-Hola Kal.

En esos momentos, a Alicia no le salían las palabras, su timidez se había apoderado de ella y, aunque Kal tenía un cuerpo musculoso y muy cuidado a base de horas de gimnasio, no tenía ganas en ese momento más que de volver a su casa. Pero no lo hizo y siguió obedientemente a Kal hasta el salón. Sentada en el sofá y con un camisón negro, se hallaba la tal Alina, que era la mujer de la que le había hablado en el chat. Kal presentó a ambas mujeres y Alicia se sentó a su lado con la copa agarrada entre las manos para que no se le notara su pequeño temblor nervioso. Alina era una mujer morena, de largo pelo y ojos castaños. Alicia miró su cuerpo de forma disimulada: tenía grandes pechos y quizás algún kilo de más repartido en su cuerpo, sus piernas eran largas y tenía las uñas de los pies coquetamente pintadas de rosa.

Kal puso música y se sentó al lado de Alicia, haciendo caso omiso de la presencia de Alina. Comenzó a acariciarle sus brazos, besó su cuello y bajó la mano hasta sus piernas. Alicia se sentía algo retraída por la situación, pero a pesar de ello, dejó que Kal abriera sus piernas y acariciara la zona interna de sus muslos mientras éste se acercaba para apretarse aún más contra ella. Kal fue besando con constancia todo su cuerpo, dejando un rastro de saliva en cada zona que lamía. Avanzó posiciones recorriendo sus muslos hasta llegar a su sexo. El leve roce de su mano en él avivó el mismo y el pequeño temblor que Alicia tenía en sus manos desapareció. Alicia se dejó hacer por Kal, que parecía que ya tenía prisa por conocer su cuerpo desnudo. Comenzó a acariciarle su torso velludo, no sin antes mirar a Alina de reojo, como señal de petición de consentimiento. Alina le sonrió cómplice. Kal desabrochó su blusa y con sus manos abarcó sus pechos, acercó su boca a ellos, hizo desaparecer su sostén como por arte de magia y devoró cada una de sus montañas. Alicia, tras unos primeros momentos de reparo, se sintió más segura, el sexo mutaba su carácter y hacía que perdiera sus inhibiciones. Ya le empezaba a dar igual que Alina se encontrara a su lado y que se masturbara viendo la escena entre Kal y ella. Alina había subido su camisón hasta la cintura y con ambas manos comenzaba a darse placer. Kal metió una mano por debajo del tanga, Alicia la sintió caliente y abrió más sus puertas, quería que su nuevo inquilino entrara en sus habitaciones sin recelo, ya se había abandonado, ya podía tocar cualquier resorte que lo único que pasaría es que cada vez estaría más fuera de sí. Kal jugueteó con su clítoris, rebuscó entre sus pliegues y zambulló sus dedos en la piscina de deseo en que se había convertido su sexo. La situación comenzó a darle morbo: estaba follando con un desconocido, se sentía mirada por una mujer y ella misma se había convertido en improvisada voyeur. Miraba a Kal sus maniobras, pero no podía dejar de contemplar los rítmicos movimientos de Alina sobre su vulva ya enrojecida por el placer. Los gemidos de Alicia se entremezclaron con los de Alina, que parecía no tener ningún pudor en abrirse de piernas ante una desconocida. Los tirantes de su camisón hacía tiempo que habían perdido su posición y ahora sus pechos asomaban por encima del mismo. Alicia los miró, eran inmensos, mucho más grandes que los suyos. Alina se los sobaba con maestría mientras miraba a Alicia de forma desafiante.

Kal se incorporó, el bulto que tenían sus boxers era ya considerable. Cogió una mano a Alicia, otra a Alina y los tres fueron al dormitorio. Una gran cama con un edredón blanco, un cuadro abstracto encima de ella y dos mesillas de noche con dos lámparas naranjas a juego con la del techo era el único mobiliario que había en ella.

Alicia se desnudó por completo mientras Alina se tumbaba en el lecho, dejando en el suelo el camisón. Kal, de pie, se colocó detrás de Alicia, y ésta notó su miembro desnudo entre sus nalgas. Kal cogió sus pechos y mordisqueó su nuca, empujando su pelvis contra su culo. Alicia gimió sin pudor ante el delicioso ataque de Kal. Con un gesto, le pidió que se tumbara en la cama. Alicia se recostó, miró a Alina de reojo que no paraba de tocarse y volvió a mirar a Kal, que de nuevo tenía sus manos entre las piernas de Alicia. Estaba mojada y tan húmeda, que casi le incomodaba para sentir con intensidad los dedos de Kal. Éste pareció percibir lo que estaba pensando Alicia, se tumbó sobre ella y la penetró lentamente. Alicia se desmoronó de goce en ese momento, cerró los ojos y disfruto de las pequeñas sacudidas que le propinaba Kal. Fue en ese momento, cuando notó que no eran las manos de Kal las que estaban sobre sus pechos, ni la boca de Kal la que los estaba chupando. Abrió los ojos y descubrió que era Alina la que le estaba dando placer. Por un instante se bloqueó, pero Alina conocía bien como hacer gozar a una mujer y mientras Kal seguía penetrándola, Alina comenzó a acariciar todo su cuerpo, cogió uno de sus pechos en sus manos y lo llevó a su boca. Alicia sentía los labios de Alina sobre su pezón, podía percibir el calor de su lengua lamiéndolo. Alina se había desatado y parecía no conformarse con ser una mera espectadora, tenía ansia por conocer el cuerpo de Alicia. Ésta se sentía confusa, no le atraían las mujeres en absoluto, pero se sentía terriblemente excitada viendo actuar a Alina. Un cúmulo de palpitaciones invadió todo su cuerpo y por unos leves instantes, descansó.

Kal salió de Alicia y se tumbó sobre Alina. Jamás había estado tan cerca de una pareja haciendo el amor, pero no se sentía relegada, al contrario, Alina pidió que se acercara y, mientras Kal la follaba, ella se dedicaba a masturbar a Alicia con una pericia fascinante. La mano de Alina rozó la vulva de Alicia, sus dedos largos y finos penetraron su sexo y Alicia volvió a abandonarse al placer sin más, sin importarle de quien vinieran las caricias. Ella misma quiso entrar definitivamente en el dulce juego y comenzó a acariciar y sobar los pechos de Alina, como agradecimiento o como deseo, ya no sabía lo que en esos instantes pasaba por su mente. Le gustó tocar unos pechos ajenos, turgentes y suaves, rozó entre sus dedos los pezones y acarició la gran aureola que los rodeaba. De nuevo, sentía su sexo palpitante con los dedos de aquella mujer a la que no conocía de nada, los movía maravillosamente bien, Alicia movía sus piernas al compás que le marcaba los dedos de su compañera hasta que no pudo más, volviendo a desfallecer con un intenso orgasmo. Kal, cabalgaba sobre Alina y miraba a Alicia hasta que por fin se derramó en Alina, acompañado su orgasmo de unas extrañas convulsiones.

Kal se tumbó en la cama a un lado y el trío descansó en silencio. Tras la batalla, parecía que las palabras no fluían de la boca de ninguno de los guerreros y Alicia se incorporó y se vistió mientras Kal y Alina le daban las gracias por su visita y se hacían los últimos arrumacos.

Kal y Alina al despedirla, le habían dicho que viniera otro día, pero Alicia, a pesar de todo, dudaba, se empezaba a meter en terreno peligroso.

La noche le pareció más cálida que nunca, apenas había gente en la calle y estaba cansada. Llamó a un taxi y se alejó de allí. Miraba las calles pasar veloces en su ventanilla y se preguntaba a sí misma, si algún día volvería a ver a aquella pareja...


martes, 23 de octubre de 2007

Al otro lado del espejo

Alicia vuelve tras pasar una temporada al otro lado del espejo. Muchas gracias a todos los que me habéis escrito correos mientras Alicia estaba ausente, han sido decenas de ellos. No explicaré los motivos de mi fulminante desaparición ni tampoco las causas de mi reaparición, misterios sin resolver... Sólo dar las gracias a todos los que me leéis y pediros perdón por no contestar a nadie, ni en el pasado ni en el futuro, me es materialmente imposible.

He intentado dejar el blog tal y como estaba, pero los comentarios desgraciadamente han desaparecido. Espero sin embargo que pronto empiece a tener alguno.

Besos a todos y gracias de nuevo.

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Un final de verano agitado


Dos semanas de vacaciones en la playa y parecía que había estado únicamente dos días. ¿Cómo era posible que se le hubieran pasado tan velozmente? Había descansado, recargado pilas para la vuelta al trabajo y todo había concluido, para su desgracia. Las maletas, la bolsa de playa, la esterilla, la sombrilla y toda la ropa que había adquirido en los chiringuitos playeros y que, con toda seguridad, moriría en sus armarios sin más, se apiñaban en su maletero que estaba a punto de estallar. Fin de semana y fin de mes, no podía haber elegido mejor fecha para volver, la misma que habían elegido todos los que en ese momento, compartían con ella caravana y hastío en la carretera. El viaje de ida había sido mortal, pero parecía que la vuelta, podría resultar terrible. Los minutos pasaban y su vehículo tan sólo avanzaba unos pocos metros. Lo peor era que acababa de salir de la casa de los amigos que la habían acogido esos días, faltaba una eternidad para llegar a la suya. El infierno estaba a sus pies. Miró el mapa con detenimiento. Pensó en la posibilidad de coger una carretera secundaria y esquivar aquel castigo de coches y aburrimiento. Encontró una pequeña carretera de tercera que distaba de donde se hallaba tan sólo a dos kilómetros, el recorrido era mayor, pero posteriormente volvería de nuevo a enlazar con la autovía. Adelantaría a todos los vehículos que la precedían a pesar de la mayor distancia, de eso estaba convencida.

Tras veinte minutos, por fin llegó su salida. La carretera estaba en perfectas condiciones y no tenía apenas tráfico. Alicia avanzaba por ella a gran velocidad, feliz y contenta por haberse librado del atasco. Los kilómetros se sucedían con rapidez en su cuentakilómetros. Le sorprendió que fuera tan solitaria, no se había cruzado siquiera con un solo vehículo en su camino. Pero la carretera empezó a empeorar, el asfalto comenzó a estar tremendamente estropeado hasta que desapareció por completo, dando paso a un camino que ni siquiera llegaba a la categoría de forestal. Su vehículo daba cada vez más tumbos y tuvo que ralentizar la marcha. De repente, una especie de explosión casi le hace perder el control del volante, haciendo que pegara un brusco frenazo.

Al salir de su coche ya se temía el desaguisado: su rueda derecha delantera había reventado. ¡Menuda suerte…! Cogió su teléfono móvil para llamar a su compañía de seguros. Es lo menos que podrían hacer por ella. Pero su teléfono estaba fuera de cobertura, aquello empezaba a parecer una mala película de carretera.

No recordaba haber pasado por ningún pueblo, miró su mapa y vio que a 15 kilómetros de allí encontraría uno. La idea de la caminata le pareció absurda. Así que optó por esperar fuera del vehículo. Iría sacando la rueda y las herramientas para tenerlo preparado cuando llegara un posible salvador montado sobre ruedas.

Miró su coche como si fuera la primera vez que lo tenía enfrente. ¿Su vehículo tenía rueda de repuesto? ¿Y dónde estaba? Dio una vuelta alrededor del mismo, como si de un misterioso monolito se tratara, buscando una pista que le ayudara, pero no la encontró. Abrió su maletero y comenzó a sacar todo su equipaje hasta que el lugar quedó vacío. Intentó quitar la alfombrilla que recubría el mismo, pero parecía imposible de despegar a no ser que la arrancara. Suspiró y buscó en la guantera el libro de instrucciones del coche hasta que por fin dio con el escondite: la rueda se hallaba bajo el vehículo, agarrada con un tornillo.

Se tiró al suelo con cuidado y buscó con la mirada la dichosa rueda, pero contempló con disgusto que el lugar se encontraba vacío. ¿Se la habían robado? Tras unos cuantos exabruptos, pensó que podría haber otra posibilidad que descartaba la idea del hurto. Hizo memoria. Haría cosa de tres meses, cuando circulaba a 60 por una carretera por la que como máximo se podía ir a 30, sintió que algo se desprendía cuando cruzaba un resalte de la carretera. Sí que recordó haber parado y colocado de nuevo una especie de gancho, pero jamás pensó que ese gancho sostenía precisamente lo que ahora tanto deseaba…

No había rueda, no encontraba el gato por ninguna parte y ni un solo vehículo se dignaba pasar por aquella zona. Todo perfecto. No podía haber mejor forma de acabar sus vacaciones. Pero Alicia no se iba a angustiar por ello. Acabaría pasando alguien. Empezó a imaginar la escena como si la viviera: un camionero guapo, alto y musculoso la recogería y la llevaría al pueblo más cercano, no sin antes follarla salvajemente en la parte de atrás del camión. Se estremeció por unos instantes pensando en dicha posibilidad. O quizás no sería un camionero, sino dos amigos de vacaciones que, al verla desamparada, le arrancarían la ropa en medio de la carretera y se turnarían en darle placer. Podía verse de rodillas sobre el asfalto, turnando su boca con uno y con otro, tumbada sobre la hierba con sus piernas al cielo y gozando con ambos. Todo un haz de morbosas posibilidades se agolpaban en su cabeza.

Así que cogió su bolso y se pintó los labios, retocó de negro sus ojos y depositó sobre los lóbulos de las orejas y sobre su ombligo, unas gotas de perfume. Ahora sí que estaba preparada para ser salvada. Mientras tanto, cogió el último libro que había estado leyendo en la playa y prosiguió su lectura sentada sobre una roca. Leer le haría la espera más agradable. Los párrafos que comenzó a leer en voz alta nutrieron su calenturienta imaginación: “…En el fondo del sexo esa carne exigía ser penetrada; se curvaba hacia dentro, dispuesta para la succión…”; “…sin soltar el pene, lo sostuvo por encima de las nalgas del hombre, que ahora la penetraba. Cuando se incorporó para arremeter de nuevo, la joven empujó el falo de goma entre las nalgas…”

Alicia sentía cada uno de los párrafos en su carne, entre sus piernas, en su sexo. Saboreaba cada una de las líneas del libro como si tuviera que memorizarlas para representarlas posteriormente. Comenzó a sentir la humedad de la excitación, la tensión de sus pechos, el calor invadiendo su cuerpo. La lectura acrecentaba su fogosidad, el deseo acumulado por la espera comenzaba a ser angustioso, su piel, se había tornado tan sensible, que podía notar, a través de sus pantalones cortos, cada una de los ángulos de la roca en la que se sentaba, cada una de sus protuberancias. Alicia dejó de leer, no podía seguir concentrándose en la lectura cuando su cerebro le mandaba señales más explícitas aún que las de su libro.

Se levantó de la roca y caminó hacia su coche, aún hacía calor. Se apoyó sobre el mismo y desabrochó el botón de sus shorts de color rojo, bajó la cremallera y dejó que la mano buscara su propio goce. Su sexo acogió con ansiedad aquella invasión, las yemas de sus dedos sentían cada milímetro de sus entrañas, oprimió sus músculos, encarceló por unos instantes sus dedos en tan jugoso lugar para, posteriormente, concederles una breve libertad provisional. El juego se repetía, Alicia, recostada en su vehículo disfrutaba de su impuesta soledad. Subió su sostén por debajo de la camiseta y acarició sus senos semi aplastados. El silencio absoluto del lugar se vio alterado por sus gemidos, Alicia no pudo evitar gemir, gritar, suspirar y sollozar de placer mientras se masturbaba. Decidió prescindir de la camiseta, tiró el sostén al suelo y dejó que bragas y shorts cayeran sin más. Tan sólo sus zapatos de tacón y sus pendientes tuvieron el privilegio de seguir en su sitio. Deslizó su cuerpo hasta el capó y, con sus pechos pegados al mismo, abrió sus piernas y volvió a disfrutar de su cuerpo. Estaba fuera de sí, nada le importaba, nada podía parar tan sublime momento. Incluso deseaba ser pillada in fraganti. No hacía nada malo, tan sólo darse placer. Sentía el calor del sol en el horizonte recalentando sus nalgas, le dolían las rodillas de apretarlas contra el frontal de su coche, pero Alicia no sentía ningún tipo de dolor. Y de nuevo el silencio, Alicia se derrumbó de rodillas en la tierra y dejó que su respiración agitada recobrase su ritmo normal. Pasaron unos instantes y Alicia volvió al mundo, a la carretera, a la situación penosa en la que se encontraba. Se vistió y siguió leyendo.

El sol comenzaba a descender en el horizonte, pronto se haría de noche. Oyó un ruido a lo lejos, levantó su mirada y sonrió. Se acercaba un coche. Alicia extendió los brazos y el vehículo frenó. La ventanilla del conductor bajó y una mujer de mediana edad asomó por ella.
-Por favor, ¿he tenido un reventón? ¿Me podría llevar hasta un lugar civilizado donde pueda llamar?
-Claro, sube. Pero muchacha, ¿cómo es que has venido por aquí? ¿No has visto la señal de la autovía? ¿Pone bien claro que es una carretera cortada?
-No me he dado cuenta. ¿Y usted porque viene por aquí?
-Yo soy del lugar, a mí las normas me resbalan. Me sé un atajo, anda sube.

Y el vehículo reanudó la marcha. Alicia, sentada al lado de aquella mujer pensó que no era precisamente su camionero, ni los amigos de vacaciones, pero había que reconocer, que esa mujer le había salvado esa noche de dormir al raso…