jueves, 29 de noviembre de 2007

Los deberes de Mario V: La webcam


Alicia instaló en su ordenador el CD que le había dado Mario, conectó la webcam al puerto USB y abrió el messenger. Ya estaba conectado y esperándola. De inmediato, Mario le escribió un pequeño saludo.
-¿Lo tienes todo preparado mi dulce esclava?
-Sí mi amo.
-Enciende la cámara, quiero verte.

Alicia invitó a Mario a ver las imágenes. Mientras, se miró coqueta en la pantalla del ordenador, comprobando que su imagen era perfecta. Su amante había dejado clara una cosa: él no encendería su cámara, quería que ella se imaginara que no era él el, que era un desconocido el que estaba al otro lado, alguien al que no había visto jamás, pero que en esos momentos sería su amo, el que le ordenaría lo que debía hacer en todo momento y el que le guiaría en la ruta del placer a través del sexo virtual.

Tras unos segundos Mario pudo ver la imagen mostrada en su ordenador. Vestía un corpiño de cuero negro, medias de rejilla, ligueros y diminuta tanga. Un bonito collar también de cuero del cual salía una argolla metálica realzaba la largura de su cuello. Melena suelta, ligeramente rizada, labios carmesí y sombra de ojos intensamente oscura. Estaba realmente sexy. Mario no pudo evitar sentir que su miembro se removiera ante la visión.

Alicia estaba muy alterada, arrastraba un estado de excitación que había comenzado justo en la tienda a la que acudió a hacer la compra de todos los complementos que iba a necesitar para esa noche y que Mario previamente le había detallado. No podía evitar sonreír al recordar el momento en el que, medio vestida con el corpiño, salió del probador buscando la ayuda del encargado de la tienda, dado que era incapaz de ponérselo sola. La cara de sorpresa de aquel hombre era digna de recordar, posiblemente pensó que aquella mujer quería provocarle. Pero Alicia sólo tenía en ese momento un nombre en su mente: el de Mario. Al llegar a su casa se fue vistiendo, con un estudiado ritual, todas sus prendas. Como si se tratara de una geisha antes de una cita, pensó. La sensación del cuero en su cuerpo le embelesaba, y lo acarició de forma libertina mientras disfrutaba con la visión reflejada en el espejo. Si no hubiera quedado con Mario esa noche se hubiera masturbado en ese mismo instante. Pero tenía que tener paciencia, la noche iba a ser muy larga.
-Me gusta lo que veo. Date la vuelta, quiero verte entera.

Alicia se dio la vuelta y se agachó ligeramente, de forma espontánea apartó con una mano su tanga y dejó que Mario tuviera una completa visión de sus labios mayores. Sintió la humedad impregnando sus muslos por el indómito deseo de tener más cerca a su amante. Mario contempló fascinado la imagen. Hubiera querido tener el don de poder tele transportar su mano desde la pantalla y que por arte de magia, traspasara todas las barreras hasta tocar aquel manjar que se le ponía a su alcance.
-¿Te gusta?
-Me encanta. Quiero que te sientes, abras tus piernas y te acaricies para mí.

Alicia no dudó en seguir sus indicaciones. Deseaba masturbarse para Mario, no tenía ningún reparo o pudor en abandonarse delante de él, que la viera gozar y que compartiera con ella sus momentos más íntimos. No era la primera vez que lo hacía. Se sentó lentamente con sus piernas abiertas, acarició sus pechos comprimidos por el corpiño, y dejó que asomaran por encima de éste. Subió sus piernas y comprobó la imagen que su amante iba a tener de ella, morbosa, nítida e impecable. Mario vio su sexo depilado, vislumbró el brillo de su néctar asomando por los muslos y se excitó con el color enrojecido que iba adquiriendo su clítoris. Alicia miraba directamente a la cámara, acariciaba sus pechos con una mano y se masturbaba con la otra, primero con delicadeza, reconociendo con su tacto cada uno de sus pliegues, posteriormente con brío. Sentía el clítoris extremadamente hinchado y apenas podía rozarlo directamente sin que sintiera cierto dolor.
-Deseo que introduzcas tus dedos en tu sexo y que lo abras para mí. Me enseñarás la profundidad de los secretos que atesoras.

Ella continuó con sus juegos, deslizó sus dedos al interior de su sexo, intentando tocar el infinito. Sentía en ellos la suave sensación de calor y humedad de sus entrañas, sus músculos comprimiéndolos y la necesidad de algo más grueso y rotundo en su interior. Los sacó sin ganas, ante la insistencia de su amante en observar y degustar visualmente aquella oquedad, ahora perfectamente visible. Mario sacó su miembro de los calzoncillos y lo manoseó ante la imagen, estaba rígido y ardía entre sus manos. En ese momento podía imaginar el olor de hembra que rezumaba del sexo de Alicia.

Ésta ya se había dejado llevar por su propio placer, sentía el calor del corpiño sobre su cuerpo, toda la ropa le molestaba y hubiera querido desnudarse por completo en ese instante. Frotaba su clítoris, metía y sacaba de su sexo sus dedos mojados. Quería recrearse en el momento, gozar lo máximo posible antes de que llegara “la petite morte” morir dulcemente, pero sabía que no podría durar demasiado. Hubiera deseado contemplar a Mario a pesar de que el hecho de verle le hubiera llevado a tener un orgasmo demasiado pronto. “Un poco más, aguanta”, se decía a sí misma.
-Quiero que te corras para mí, esclava.

Alicia forzó el ritmo, estrujó los pechos con su mano, contrajo sus potentes nalgas para presionar sus dedos con más intensidad, echaba de menos los labios de Mario chupando sus pechos. A continuación, jugó con su abertura trasera, metiendo algún dedo lubricado por sus propios flujos y por fin, perdió el dominio sobre sí misma, sus movimientos se volvieron torpes y su cuerpo se paralizó contraído por las múltiples palpitaciones que lo invadieron. Descansó unos segundos antes de escribir a Mario.
-¿Qué te ha parecido? He de reconocer que no he podido abstraerme y he pensado en todo momento que eras tú el que estaba al otro lado.
-Me ha encantado... Pero no te confíes. Hoy sí que estaba yo, pero no te aseguro que otro día no te encuentres con una sorpresa. Quizás conozcas de una forma poco frecuente a algún amigo mío.
-No creo que lo hagas nunca, te conozco.
-No niña, aún no sabes todo lo que tengo dentro de mi cabeza.
-Deja de hablar y vente ya a casa, odio desaprovechar los días en los que estoy sola. ¿Te puedes escapar?
-Sí, hoy le he dicho que estaba cansado y que me iba pronto a dormir. No hay problema.

Alicia fue al baño y se retocó los labios. Cogió la foto que tenía de su novio en la mesilla y la guardó en un cajón. No le importaba tener voyeurs al otro lado de la pantalla, pero le incomodaba tener los ojos de su pareja fijos en ella mientras estaba con su amante. No podía evitar sentirse a veces culpable. Pero no quería alejarse de Mario, era una mujer de carne y hueso, con defectos y debilidades. Nadie es perfecto, se decía a sí misma...



jueves, 22 de noviembre de 2007

Huelga de metro

Llegaba tarde. Había dejado pasar de largo el último vagón de metro que ahora reanudaba su marcha completamente abarrotado de gente. No había encontrado ni un solo hueco para introducirse en él. Miró nerviosa su reloj, debería coger el siguiente o le caería una nueva bronca de su jefe. Con él no había excusas. Ni atascos, ni huelgas, ni inundaciones eran motivos suficientes para justificar un retraso. Y ya había llegado tarde dos días la semana pasada, se estaba jugando su puesto de trabajo.

El reloj digital que colgaba del techo y señalaba el tiempo que restaba hasta que viniera un nuevo convoy avanzaba lentamente, Alicia siempre pensó que los trucaban para estirar los segundos al máximo. Miró el andén de enfrente, tan atestado de gente como lo estaba el suyo, las caras serias, de gente cansada ya por la mañana, aburrida de la monotonía de los días de diario. Una voz indicó la próxima llegada de un nuevo tren, podía oírse de forma creciente el ruido del mismo avanzando por el largo túnel que separaba las estaciones. La muchedumbre comenzó a posicionarse y Alicia se llevó más de un empujón. Tenía que entrar como fuera. Aferró su bolso y lo utilizó a modo de escudo protector contra las embestidas y empellones que le propinaban a izquierda y a derecha. El tren paró, las puertas se abrieron y el gentío salió no sin dificultad. Pero el vagón seguía igual de lleno, como si la masa del interior hubiera aumentado misteriosamente de volumen. Alicia se vio impelida hacia dentro por la marea de gente que quería entrar a la vez, era la ley del más fuerte. Buscó algo donde agarrarse para mantener el equilibrio, pero no encontró ninguna barra cercana. A pesar de ello, no era fácil que se cayera, estaba completamente rodeada de humanidad y tan comprimida, que a veces tenía que permanecer de puntillas por falta de espacio. Miraba al techo para evitar agobiarse y no sentir claustrofobia. Era un largo camino hasta su puesto de trabajo.

Sus pensamientos vagaron lejos de allí, cualquier sitio era bueno para perderse mentalmente. Odiaba aquella inevitable situación, pero la huelga parecía que iba a durar toda la semana, no tendría más remedio que buscar un transporte alternativo. Súbitamente, su mente volvió a aquel lugar. Se estaban apretando fuertemente contra ella e incluso restregándose de forma intencionada. Dos manos, grandes y calientes parecían sujetar sus caderas mientras una pelvis se balanceaba rítmicamente por detrás con pequeños movimientos circulares. Alicia hizo un intento por darse la vuelta, pero el gentío se lo impedía. Por un instante, el baile paró para reanudarse tras unos segundos. Una mano comenzó a acariciar descaradamente su trasero que, automáticamente, tornó más prieto. Podía sentir cada uno de los movimientos a pesar de que ese día vestía pantalones vaqueros. Aquellos dedos achuchaban y palpaban sus nalgas y ahora avanzaban entre sus muslos. Intentó darse de nuevo la vuelta pero su intento resultó infructuoso. El misterioso personaje parecía impedírselo.

Sintió el calor del cuerpo de aquel desconocido, era un hombre, de eso sí que empezaba a estar casi segura. No era más alto que ella, intuía su aliento en la nuca. Se apretó intensamente a ella, tanto, que Alicia pudo notar de forma palpable su miembro en erección. Lo restregaba contra su trasero una y otra vez. Alicia percibió aquellas manos deslizándose por su cuerpo hasta que llegaron a sus pechos. Miró hacia abajo y vio dos sospechosos bultos bajo el jersey. Comenzaba a estar inevitablemente excitada, sentía transformarse su fogosidad en minúsculas gotas resbalando de su sexo hasta depositarse obedientes en su ropa interior. Hacía calor, sentía la temperatura de su compañero y su propia calentura. Aquellas manos aferraron sus pechos, todo su cuerpo se estremeció, su vello se alzó en punta y un ligero temblor sembró de debilidad sus piernas. Los dedos de su atacante conquistaron el sostén, bajándolo ligeramente hasta que llegaron al que parecía ser su objetivo: sus enhiestos pezones. El desconocido comenzó a estirarlos y a retorcerlos hasta el punto de que el dolor comenzó a hacer mella en ellos. Pero Alicia se dejaba, le excitaba la sensación de ser vulnerable, de no conocer al hombre que, por sorpresa y ante aquel gentío, había violado su intimidad. La sensación de placer podía con ella y la necesidad de gozar en ese momento se le hacía imperiosa. Estaba siendo atacada por sus flancos más débiles, sus pechos, hipersensibles a cualquier roce, y sus nalgas, que pedían aún una mayor tortura. Sintió una mano resbalando hasta su bolsillo derecho, metiéndose en él, buscando con el tacto un acercamiento más profundo. No tardó en encontrarlo, los bolsillos de sus pantalones eran grandes y dejaban un amplio margen de maniobra. Percibió nítidamente su roce y como se posaban sobre su monte de Venus, bajaban lentamente y se deslizaban hasta la húmeda grieta de su sexo. La tela del forro del bolsillo asemejaba a un curioso preservativo. Su clítoris inflamado agradeció el roce continuado que comenzó a imprimir su compañero de viaje.

Alicia presionó aún más su trasero contra el duro instrumento que le atacaba por detrás e inició un movimiento de balanceo con él. Le gustaba sentir aquel tronco frotando sus nalgas, presionando con fiereza su raja y en ese momento deseó haberse puesto faldas mejor que aquellos rudos pantalones. El frote de la tela sobre su sexo menoscababa la ya débil voluntad de Alicia de comportarse de forma comedida. Hacía vanos esfuerzo por disimular sus movimientos, ya no controlaba su excitación, era presa de la lujuria y esclava temporal de aquel hombre que la estaba masturbando. No quería que parara, quería más de él, quería sentir el tacto de su piel, sus labios sobre su cuello, sus manos desnudas y su miembro en sus entrañas. Suplicó mentalmente cada uno de sus deseos y llegó a pensar que aquel hombre había sido capaz de oírlos dado que cogió la mano izquierda de Alicia y la condujo hasta el interior de sus pantalones, tenía su cremallera completamente bajada. El tacto suave y caliente en su piel avivó su calentura. El desconocido le compelía a seguir sus mudas órdenes y sus movimientos por debajo de los pantalones. Seguía masturbando a Alicia, a mayor ritmo e incluso con una mayor dedicación. El juego onanista le excitó aún más, sentía sus bragas empapadas en su propia miel, sus poros abiertos por el calor rezumaban ligeras gotas de sudor. Alicia frotó su sexo contra la mano entelada hasta que las palpitaciones absorbieron aquellos dedos a modo de gran tentáculo. Detrás, Alicia seguía de forma sumisa los movimientos que le imponían hasta que su mano se llenó de un líquido lechoso y caliente.

El vagón paró y el tropel salió. En ese instante dejó de sentir al desconocido que anónimamente la acababa de masturbar. Dio la vuelta con rapidez pero fue incapaz de distinguir quien había sido su matutino bienhechor. Tan sólo divisó a un hombre corriendo por el andén, pero apenas le dio tiempo a verle con calma. El vagón reanudó la marcha, la próxima parada sería la suya. Abrió su bolso buscando un pañuelo con el que limpiarse la mano y de inmediato se dio cuenta de que algo le faltaba, su bolso estaba demasiado vacío, buscó y rebuscó entre sus pertenencias sin éxito y tuvo la sensación de haberse portado como una incauta adolescente: su cartera había desaparecido.

El orgasmo que acababa de disfrutar le había salido demasiado caro...


jueves, 15 de noviembre de 2007

La degustadora de placeres


No he podido tener mayor suerte. He conseguido uno de los trabajos más gratificantes que hayan podido nunca existir. Mi oficio sólo tiene ventajas, y por más que intento buscar el lado negativo del mismo, no lo encuentro.

Y es que soy una degustadora de placeres. Sé que es algo inusual, que habitualmente, en las ofertas publicadas en los periódicos tal labor es inexistente, que los funcionarios de las Oficinas del paro no llaman a los desempleados para cubrir ninguna baja en dicho sector y que ni siquiera está sujeto a convenio alguno. Encontré este trabajo de forma casual y por ser una buena clienta, no buena, la mejor clienta que hubiera tenido jamás la empresa que me contrató. Se sorprendían de mi disposición, de mis continuos pedidos y de las descripciones que, en forma de agradecimiento, les enviaba por correo una vez que había degustado sus artículos. Relataba con una pulcritud y una exactitud encomiables todas y cada una de las sensaciones que sus productos desencadenaban en mi cuerpo y en mi mente, detallaba las características más sobresalientes del mismo, opinaba de forma completamente subjetiva sobre su tacto, su color, su gusto... Y lo llamo degustar y no probar, probar suena frío y degustar conlleva un placer implícito, de la misma forma que me invade un inusitado goce al saborear un bombón de chocolate en mi boca, sintiendo como se derrite dulcemente en mi paladar excitando mis papilas gustativas.

Exprimo los artículos hasta encontrar en ellos placeres infinitos, sensaciones indescriptibles. Porque yo trabajo para una tienda de productos eróticos que opera en red, juguetes para adultos, cacharros multicolores para mi egoísta goce. ¿Puede haber mejor trabajo en el mundo? Cada una de las mercancías es en sí misma un verdadero placer para mí. La misión es extremadamente gratificante, he de reconocerlo.

Cada mes, mi empresa me manda por correo un paquete que yo lo abro como si de un regalo navideño se tratara. Rasgo nerviosa el envoltorio, hinco mis uñas en el cartonaje y saco con premura su contenido. Miro extasiada todos los objetos, los cojo, les doy vueltas, contemplo maravillada cada uno de los artefactos para colocarlos posteriormente uno al lado de otro encima de mi cama, haciendo una perfecta fila castrense para decidir exactamente por cual de ellos empezaré. Tarea ardua y difícil no obstante. Todos me resultan atractivos y excitantemente apetitosos.

En más de una ocasión, no he podido resistirme y nada más abrir el paquete, he catado impaciente alguno de aquellos maravillosos placeres: vibradores de formas peculiares, realísticos, sumergibles, estimuladores del punto G, masajeadores del clítoris, bolas chinas, huevos vibradores, consoladores coloridos de cristal, dobles, anales, de silicona... He probado cientos de ellos. Podría distinguir uno de otro con los ojos cerrados, mi sexo se encarga de diferenciarlos sin ningún tipo de dificultad.

Mi oficio es sencillo y sumamente agradable. Cojo uno de los productos o placeres, como yo los llamo, lo desnudo de su envoltorio, siento su tacto entre mis dedos, palpo su textura, siento su peso en la palma de mi mano, mido su tamaño y me estremezco con su grosor.

Los vibradores son mi debilidad. Sus llamativos colores, su olor afrutado y sus divertidas pero excitantes formas y rugosidades. Las vibraciones que producen me precipitan irremediablemente a una cascada de orgasmos en un breve lapso de tiempo. Soy especialista en estos placeres y guardo en mi caja negra de terciopelo todo un ejército de ellos al servicio de mi sexo. Por supuesto que a todos los he dignificado como merecen bautizándoles con un nombre: “Manolito”, “Conejito”, “Bichito”... El diminutivo que les aplico nada tiene que ver con su aspecto y su forma real, es simplemente un cariñoso apelativo como agradecimiento por estar siempre a expensas de mi ansia de placer.

Anoto los resultados de mi análisis técnico en una pequeña hoja de papel y posteriormente paso al análisis empírico, la mejor parte del estudio. Me desnudo con ansiedad, cojo uno de mis placeres y me masturbo con él. Pruebo mil posiciones y posturas, compruebo todos sus usos y toco todos y cada uno de sus botones en el caso de que vaya a pilas. Gracias a Dios que mi empresa me suministra de baterías, no tendría presupuesto para adquirir el arsenal que gasto mensualmente.

Hoy al llegar a casa me he encontrado con una grata sorpresa: mi empresa ha adelantado su envío una semana y el cartero ha puesto en mis manos un grueso paquete. He entrado en casa acelerada, tirando descuidadamente el bolso a la cama y he destrozado el continente de lo que va a ser mi trabajo de este mes. Con estupor observo que sólo hay un objeto en la caja envuelto en plástico transparente. Rasgo el mismo y contemplo dubitativa el curioso aparato. Es un endeble rectángulo del tamaño de un cojín, más estrecho si cabe, su color es encarnado oscuro y su tacto, sorprendentemente no es siliconado sino de un material similar a la goma. Es evidente que se trata de un vibrador dado que de uno de sus extremos sale un pequeño cable que termina en un enchufe. Ese detalle lo considero un punto negativo. Me gusta la independencia en mis juegos onanistas, adoro revolcarme sin reparo encima de las sábanas y no me gusta que un cable me sujete y me fuerce a disminuir mis maniobras. El mando a distancia que lleva me gusta, es pequeño y ligero. Consta de tres botones y una pequeña rueda. Anoto cada punto examinado en mi hoja de papel.

Observo que en el extremo opuesto hay una especie de pitorro y comprendo que es necesario inflarlo antes de su uso. Acerco mis labios y soplo con fuerza hasta que el rectángulo adquiere consistencia. El fabricante del juguete ha tenido el detalle de incluir en su mercancía una discreta funda del mismo color para introducir en ella el gigantesco y extraño vibrador. Prefiero el tacto de la silicona, pero estoy abierta a nuevas sensaciones.

Enchufo el aparato y pruebo los botones, su manejo es muy simple: la pequeña rueda regula la temperatura pues al moverla, siento en mis manos una cálida sensación y los botones se encargan de modificar la intensidad vibratoria. Calor y vibración, dos puntos positivos, mas su forma de cojín me hace dudar. Me desnudo y me tumbo encima de mi juguete. Entiendo que simplemente actúa sobre el clítoris así que me recreo en él. Abro mis piernas y froto mi sexo contra él, siento su calor y me asombro de sus magníficas vibraciones. Es algo aparatoso pero consigue su objetivo que es llevarme al orgasmo y hacerme pasar un rato muy entretenido. La tela ha quedado completamente mojada tras mi explosión de placer y comienzo a quitarla para meterla en la lavadora.

En ese instante, el timbre de mi casa me saca del ensimismamiento en el que estoy imbuida. Me coloco el albornoz y abro la puerta mientras recoloco aceleradamente mis revueltos cabellos por el rato de solitaria lujuria.

Es Puri, mi vecina de enfrente.

-¡Hola hija! Quería saber si te ha dejado el cartero un paquete para mí. Me ha llamado mi cuñado y me ha dicho que ya tenía que haberme llegado la manta eléctrica que me compró. Estoy con el lumbago que no vivo y me recomendó que la usara. Me debo de estar haciendo mayor...

Miré a mi vecina e intente sonreír pero tan sólo me salió una patética mueca. Quizás unas buenas vacaciones me vendrían bien, mi trabajo había conseguido absorberme demasiado…


domingo, 11 de noviembre de 2007

Métemelo (Por Margarita Ventura)

He tenido la oportunidad, gracias al concurso de Karma Sensual, de conocer a una de las escritoras seleccionadas con las que compartiré publicación: Margarita Ventura. Margarita es venezolana, periodista y una brillante escritora. Os dejo el relato que me ha envíado para que lo saboreéis.


Comenzaste por los ojos… tu mirada me penetraba hasta el alma, produciéndome escalofríos. Era tan penetrante e intimidante que la sentía recorriéndome la espalda mientras caminaba hacia el baño. Me recorrías de arriba abajo, como queriendo estar por debajo de mi vestido.

Continuó más tarde, la mano en la cintura que apretabas y acercabas a tu cuerpo más de lo necesario en medio de la pista de baile. Al segundo o tercer merengue, conseguí la respuesta a mi pregunta de “¿qué será lo que le ven a éste tantas chicas lindas?”… Allí, en medio de la pista, con tu brazo acercándome peligrosamente a tu cuerpo, pude “sentir” la respuesta y lo entendí todo. Yo también sucumbía a tus encantos…

Luego en el auto… antes de arrancar y perdernos en la locura de las madrugadas citadinas. Allí fue la lengua… hábil y curiosa, ávida, hambrienta. Labios que succionaban, dientes que mordisqueaban, lengua que penetraba, ojos que se perdían detrás de mis propios párpados, respiración que se agitaba.

Llegamos a la disco, un par de tragos más y una demanda osada para una mujer osada. “Quiero tener algo tuyo -me dijiste- algo con qué recordarte”. No entendía por dónde venías, pero rápidamente me lo hiciste saber. Segundos más tarde, en plena pista de baile y en medio de la multitud frenética, ponías inocentemente tus manos sobre mis caderas, y en un suave movimiento me quitabas el bikini de encaje blanco, haciéndolo deslizar piernas abajo, para tomarlo disimuladamente en mis tobillos y guardarlo como trofeo de conquista en el bolsillo de tu chaqueta.

Después de eso ya nada volvió a ser igual. Eran ridículas ahora las poses puritanas o conservadoras. Mi deseo y el tuyo estaban ya a punto de ebullición. No había por qué esperar.

- ¿Mi casa o la tuya?, preguntaste. Pero no pudimos llegar a ninguna de las dos. Sólo esperando al Valet Parking con tu auto, en medio de un beso apasionado, metiste tu mano por mi escote y tanteaste mis pezones en estado de alerta. Apretaste mis senos con lujuria, al tiempo que mordiste mi labio inferior, haciéndome brincar del dolor. Ahora mis labios todos latían rojos y calientes.

Subimos al auto y avanzaste algunos metros para alejarnos de la luz y las miradas, inquisidoras unas, envidiosas otras. Paramos en una zona residencial tranquila y convenientemente oscura. ¿Peligrosa? Tal vez… pero eso sólo incrementaba el deseo.

Sin mediar palabra desabrochaste tu cinturón y abriste el pantalón. El sonido metálico de la hebilla y el ronronear de la cremallera deslizándose provocó en mi cerebro un impulso que me disparó automáticamente hacia delante, volcándome sobre tu inmenso y flamante mástil, que me esperaba ansioso y expectante.

Era un falo espectacular. Entendí que lo que había sentido horas antes en la fiesta había sido al gigante en reposo. Ahora lo contemplaba erguido ante mis ojos, liso, brillante y moreno, invitándome a demostrarle todas mis habilidades en el sexo oral.

“Trágatelo”, me pediste jadeando, mientras yo practicaba un afanado ejercicio para que semejante portento entrara completo en mi boca. Por momentos tanta inmensidad me producía arcadas; debía concentrarme para relajar mi laringe y a la vez succionar, respirar pausadamente a pesar de tanta excitación, abstraerme del mundo para proporcionarte placer.

Tú sólo decías “trágatelo, mételo todo en tu boca, así… así”. Me tomabas por el pelo y con acompasados jalones me ayudabas a deglutir tu maravillosa masculinidad.

Tal vez sólo un par de segundos antes que fuera demasiado tarde, paré en seco mi faena. Levanté la cabeza para mirarte y sonreí al ver tu cara, mitad placer, mitad desesperación. “Ahora me toca a mi, papito”, te dije al tiempo que de un jalón tiraba hacia atrás tu asiento y me colocaba a horcajadas sobre ti, como un experimentado jinete de rodeo.

La ropa interior no fue un estorbo; era un problema resuelto por ti hace mucho rato. Besaste mis labios con pasión, pero a la vez con ternura, o al menos así lo sentía yo, después de tanta fricción y calambres aguas abajo.

Yo estaba más que lista… desde la disco, desde la fiesta antes de la disco… tal vez desde la primera mirada con la que me habías dicho “estás bellísima”… no lo sé. El punto es que sólo dije “Métemelo” y no hizo falta nada más para que me ensartaras y me acoplaras en un solo movimiento a tu mástil, que ahora, dentro de mí, se sentía más inmenso y desbordado que nunca.

Mi rodilla derecha flexionada sobre tu asiento y pegada a tu cadera hacía el trabajo de balanceo y ritmo, mientras que mi pierna izquierda estirada y con mi sandalia de tacón apoyada en el asiento trasero, me daba el apoyo y la fuerza para embestirte. Mis manos desabrocharon los botones de tu camisa y mis dedos comenzaron a juguetear con tus tetillas y a enredarse en tu velludo pecho. Mis labios pegados a los tuyos, sólo salían de tu boca para recorrer tu cuello, para lamer el lóbulo de tu oreja y decirte casi sin voz… “así, así… métemelo, métemelo”.

Tus caderas y las mías bailaban un ritmo ancestral, innato e inédito. Un ritual de placer, reciprocidad y agradecimiento, mientras nuestras gargantas emitían sonidos repetitivos y guturales, una especie de mantra que nos llevaba a un estado alterado de conciencia, permitiéndonos, finalmente, liberarnos en un grito espasmódico y purificador, una sola exclamación a través de dos gargantas; dos chorros de semen en un solo canal, mil latidos por segundo que ensordecieron al mundo… subir al cielo y al bajar, notar que la tierra no estaba tan lejos.

Morir y renacer más completos, más sabios, mucho más felices.

Y seguir andando la vida, a la espera de otro encuentro, de otra fiesta en la que me comas con la mirada, en la que me roces con tu miembro épico en la pista de baile. Otra noche en la que me conquistes con una locura y me hagas nuevamente gritar:
“¡¡Métemelo… métemelo!!..”

Margarita Ventura



miércoles, 7 de noviembre de 2007

La caída


La caída la había dejado completamente aturdida. Una nube emborronó la visión de todo lo que a su alrededor había y finalmente se desmayó. Cuando abrió sus ojos, el blanco inmaculado de las paredes del habitáculo en el que se encontraba hizo que se despertara del estado de shock. Estaba tumbada en una camilla y notaba un fuerte dolor palpitante en la parte derecha de su cara. Un enfermero sonriente se acercó a ella al verle abrir los ojos.
-¿Qué tal te encuentras?
-Confusa, no sé qué me ha pasado.
-Por lo que ha contado algún transeúnte que te vio, tropezaste, caíste al suelo y te pegaste un fuerte golpe en la cara contra un coche. La tienes completamente inflamada.
-Me duele horriblemente.
-Tranquila, se te pasará, pero te vamos a hacer unas pruebas para descartar que sea algo más que una contusión leve.
-Vale, de acuerdo.
-¿Puedes andar?
-Creo que sí…-Alicia se incorporó y sintió un ligero mareo.
-Muy bien, lo primero que te vamos a hacer es un TAC, acompáñame.
El enfermero condujo a Alicia a una sala en la cual había un extraño aparato que no había visto en su vida. Tenía una gran abertura central de aproximadamente un metro de diámetro por la que debía deslizarse la camilla en la que tendría que recostarse.
-Relájate, notarás que la camilla se mueve y poco más. Túmbate boca arriba e intenta no moverte lo más mínimo.
Alicia se tumbó y el enfermero sujetó su cabeza a la camilla con una tira negra de cuero que apretó sobre su frente. El enfermero entró en una pequeña salita adyacente donde se hallaba ubicado el ordenador que controlaba aquella maquinaria. Otro enfermero situado frente al monitor le esperaba dentro. Un gran cristal impecablemente limpio separaba las dos estancias.

Alicia cerró los ojos y sintió que la máquina se ponía en funcionamiento. La máquina hacía un intenso ruido y Alicia sintió que el frío se apoderaba de ella, era el ventilador que enfriaba el sistema. Tras estar un rato relajada y con los ojos cerrados sintió una inevitable modorra que se apoderaba de su ser. Trascurrió largo tiempo hasta que el enfermero le quitó la banda y le pidió que se tumbara boca abajo, poniendo su barbilla encima de un pequeño soporte. Volvió a sujetarle la cabeza con la cinta y le colocó sus manos debajo de sus piernas.

Alicia pensó que la postura era de total sumisión. Por un lado sus piernas desnudas, por otro, su vestido que marcaba de forma pronunciada sus nalgas y sin querer se había subido ligeramente. Sus manos bajo sus piernas tan cerca de su sexo eran una tentación. No se lo podía creer, pero de nuevo, su libido hacía de las suyas y otra vez guiaba los pasos de Alicia, estaba comenzando a enimarse sin remedio. Se imaginó cuan excitante y morbosa tenía que ser la visión que los enfermeros tenían de ella en ese momento. Sus piernas ligeramente abiertas posiblemente dejaban ver su tanga negra que, juguetona, se había escondido hace tiempo entre sus labios mayores y empezaba a estar pleno de humedad.

De repente, unos dedos empezaron a acariciar sus piernas, sintió un torbellino de caricias procedente de varias manos, contó hasta cuatro. Alicia quiso decir algo, pero su lado oscuro y salvaje parecía impedir que articulase palabra alguna y dejó que aquellas manos, muy posiblemente de los dos enfermeros, siguieran haciendo travesuras. Alicia seguía con su cabeza sujeta, su cuerpo estaba rígido, dejándose llevar por las circunstancias. Sintió su tanga deslizándose por sus muslos, su blusa subiéndose por encima de su cintura y sintió como, con facilidad pasmosa, alguien desabrochaba su sostén. Todo le resultaba sumamente placentero, extraño sitio para que la masturbaran, pensó. Dos manos en su sexo comenzaron a torturarla con sus movimientos, las otras dos, semejantes a las copas de un sostén, aguantaban sus pechos, cogiéndolos, calentándolos. Aquellos dedos resbalaban sobre sus pezones y los amasaban con sumo cuidado. Las manos en su sexo iniciaban descaradas una particular danza, e introducían rítmicamente sus dedos en su coño y en su culo, rozaban su clítoris y habían tomado posesión del lugar con el silencioso consentimiento de Alicia. Aquellos devaneos locos le estaban haciendo perder la razón. Esclava del deseo intentaba atrapar los dedos en su interior, pero irremediablemente volvían a salir de nuevo, cada vez más húmedos y resbaladizos. No pudo más y dejó que un cúmulo de palpitaciones recorriera todo su ser.

Al instante, sintió una mano sobre su hombro.
-Hemos terminado, ya puedes incorporarte.
-Alicia se despertó sobresaltada.
Se sorprendió al comprobar que tenía toda la ropa puesta incluyendo el tanga y el sostén. ¡Se había dormido…!
Pero Alicia sabía que no todo lo que había soñado era irreal dado que su sexo húmedo, su tanga chorreante y las últimas palpitaciones recorriendo su cuerpo eran prueba evidente de que el orgasmo que acababa de tener había sido completamente real…




sábado, 3 de noviembre de 2007

III Concurso de relatos eróticos: Karma Sensual III

Los títulos y autores de los 10 relatos seleccionados por el Jurado que integraran el libro se pueden ver en este enlace: Crear para leer
El libro saldrá en febrero de 2008. Muchas gracias al Jurado por el premio!!!