martes, 26 de febrero de 2008

La bella Helena

El relato "La bella Helena" cuyo enlace se encuentra en la sección "Otros de mis relatos en la red" en el lateral del blog, opta al Premio Amantis de este año. El ganador será elegido por votación popular. Si os gusta y os apetece votarlo podéis hacerlo en el enlace que os dejo a continuación, no olvidéis que tenéis que registraros antes en el foro de Amantis. El plazo de votaciones termina el 30 de marzo. Muchas gracias!!!! VOTAR RELATO


Era tremendamente atractiva, morena, de pelo liso y brillante y ojos como el azabache. Alta y esbelta, de pechos grandes, altivos y descarados. Demasiado joven para darse cuenta de su potencial aún sin explotar. Ni siquiera el novio con el que salía, era conocedor del diamante en bruto que tenía en sus manos. Yo sí me di cuenta, desde el primer día en que me crucé con ella en el ascensor. Vivíamos en la misma planta, yo, recién mudado y separado, renaciendo de las cenizas. Aventuras pasajeras más o menos continuadas, monógamo sucesivo y resabiado de amores eternos. Mis 45 años no me permitían ya el lujo de volverme a enamorar. Mi corazón se había blindado para protegerse de esas extrañas emociones que me quedaban ya tan lejanas.

Deseé a Helena desde ese primer día. Iba tiernamente agarrada de la mano de Luis, que así se llamaba el pavo con el que salía. Pantalones vaqueros de cintura baja, ombligo al aire y camiseta de tirantes. Soy un hombre sensible y fácilmente excitable. Al cerrar la puerta del ascensor, la desnudé con mi mirada y en el primer piso, mi mente ya la estaba poseyendo. Fue en el segundo piso cuando no pude reprimir una erección. Sentí celos de ese muchacho que iba a disfrutar del cuerpo de Helena, de ese cuerpo al que yo quería tocar, acariciar y poseer. Llegué a mi casa y desnudo en el baño, me masturbé de inmediato para aliviar mi angustia.

Casualidades de la vida. Me la encuentro en la discoteca con el pasmado de Luis. Baila de forma sensual, ajena al mundo, cierra los ojos y contonea sus caderas sin cesar. Baila bien, entonces, follará mejor, estoy convencido de ello.

Descubre mi presencia y se acerca sonriente a la barra donde estoy apostado yo, con un whisky en la mano. La tengo fría, es lo único en mi cuerpo que tengo así. Reímos, charlamos. La presencia de Luis, que hasta ese momento seguía bailando en la pista, hace que vuelva a la realidad. Me quedo solo de nuevo. Al llegar a casa estoy completamente borracho, me masturbo como puedo antes de derrumbarme en la cama.

Son las 8 de la tarde, estoy en mi casa, leo un rato, me levanto, me voy al ordenador a navegar, pongo la tele, me bebo una cerveza, vuelvo al sofá. Estoy nervioso, no sé el motivo. Miento, sí lo sé: llevo dos semanas sin follar. Me visto y voy de cacería.

Vuelvo a mi casa en compañía, no es una belleza pero tiene unas buenas tetas y un hermoso culo. Le arranco la ropa y sin mayores preámbulos, me la llevo al dormitorio y follamos en la cama. Vuelve la paz a mi cuerpo.

A la mañana siguiente, abro los ojos y me encuentro la caza aún dormida. Necesito mi soledad matutina, quiero que se largue de una vez, es más fea de lo que creía… Pongo una excusa: he de irme a casa de mi madre, se lo digo. Por fin solo.

Al día siguiente, me encuentro con Helena en el ascensor. Ojalá viviéramos en el piso 40 y no en el 4º. Hoy llega sola, sin el mastuerzo de su novio.

Tan sólo diez minutos después, llaman a mi puerta. Es Helena. Trae una carta que han metido en el buzón de sus padres, pero es mía. ¿Es una excusa? ¿Por qué no la ha metido sin más en el buzón? Insisto en que entre a mi casa ¿Mi coartada? Unos CD de música de los que le hablé el otro día. Duda, aunque me sorprende que no demasiado.

Se sienta en el sofá y le pongo una copa. La cargo sin querer ¿o no? Pongo una canción, busco otra, hablo sin parar, una melodía lleva a la otra, estamos bien, el tiempo pasa. Dejó un CD en el equipo de música y me siento a su lado, le miro a los ojos en silencio, acerco mis labios a los suyos y la beso. Se aparta y con un hilo de voz me pide que no siga. Lo intento de nuevo, su “no” era dubitativo, demasiado, no es tan inocente como quiere hacerme creer. El beso esta vez lo prolongo, me recreo en sus labios y siento como Helena me lo devuelve. ¡Bien! Lo sabía, lo intuía… Acaricio sus brazos y siento como su vello se endereza bruscamente. Beso su cuello, le susurro al oído cuánto la deseo. Dejo que el aliento de mis palabras penetre por su conducto auditivo y reacciona con un leve gemido. Lamo su escote, no encuentro resistencia, ella me abraza, me besa. Ya es mía.

Meso su pelo, resbala entre mis dedos. Acaricio su nuca y ataco sus pechos. Los he liberado de su dulce opresión. Cojo su mano y la llevo a mi lecho. Desabrocho su minifalda vaquera, que cae ruidosamente al suelo. Hago que se tumbe en la cama y, mientras me desnudo, sigue mis movimientos. Se incorpora y me ayuda a desabrochar mis pantalones. Está nerviosa, algo asustada por su atrevimiento o mejor, por su propia curiosidad que la ha llevado hasta aquí. A la par, está sumamente excitada, tanto como yo. Lo noto en su respiración, en el brillo de su piel, en sus labios trémulos.

Le quito sus bragas, confirman su excitación. Le pido que se tumbe, que no tenga prisa, que disfrute y que se deje llevar por mí. Recorro su piel con mis labios, visto su cuerpo con mi saliva, dejo que mi lengua juguetee con sus recovecos. Abro sus piernas y devoro su sexo con mis labios, sondeo el terreno, rozo su clítoris, la miro de soslayo. Investigo cada una de sus reacciones, aprendo sus lugares con mi boca. Ella se agarra a las sábanas, intenta no mover su pelvis y no atrapar mi cabeza entre sus muslos. Sus gemidos son más pronunciados. Hundo mi lengua en su cueva, aleteo con ella. Se apoya en sus codos y mira mis maniobras mientras me dice entre gemidos que se está volviendo loca de placer. Si aún no hemos empezado…

Araña las sábanas, sigo disfrutando de su sexo. Cada vez más húmeda, mi saliva se mezcla con sus fluidos, mis labios saben a ella. Extiendo con mis dedos todo ese néctar, dejo que su culo se impregne de ellos, aventuro un dedo en él, siente recelo, pero no pone resistencia, mi lengua en sus entrañas ha provocado ya hace tiempo su entera rendición. Un dedo en su trasero, mis labios succionando su clítoris y mi lengua entrando y saliendo buscando calor, provocan su primer orgasmo. Grita y se relaja. Me gusta ver su rostro en esos momentos, su pelo enredado, su piel brillante y su boca entreabierta. Más atractiva si cabe.

Pero no dejo que descanse más, sigo en su sexo, casi no tiene vello, apenas un triángulo coquetamente recortado. Vuelvo a zambullirme en los mares de su deseo, mi mástil requiere atenciones pero no es su momento. Mis dedos la penetran, la miro mientras empiezo una danza con ellos, suave, fuerte, lenta, rápida. La confundo, creo que ya duda donde están, ¿en su sexo? ¿En su culo? Ambos son atacados por mí, es muy sensible en ambas partes, se sorprende de ello…

Helena agarra las sábanas, no cesa de arañarlas, sube levemente su cabeza, dejando que su larga melena se eche hacia atrás. Manoseo sus pechos con una mano, son mis colinas de placer, ha sido tocarlos y sentir mi pene a punto de estallar. Mi propia excitación me hace más atrevido, le doy la vuelta, pongo sus nalgas en pompa. Tengo una perfecta visión de su culo semi abierto y de su sexo chorreante. Vuelvo a la carga, aumento la artillería dentro de su oscuro agujero, consigo meter tres dedos, parece no inmutarse, al contrario, le gusta. Froto su clítoris y dejo que los dedos de mi mano izquierda se acomoden en sus entrañas. Ella se mueve para buscar un mayor placer. Me gusta ver sus pechos moviéndose hacia delante y hacia atrás, al mismo ritmo que yo le castigo placenteramente con mis incursiones. No puedo resistirlo más, le doy la vuelta, cojo mi ariete y se lo meto hasta el fondo. Mi pene penetra sin resistencia, su calor interior me embriaga. Sube sus piernas y empujo mi miembro, al principio con suavidad, veo el placer relajado en su cara, bruscamente de nuevo, esta vez su goce provoca mayores gemidos. Mis manos arropan sus pechos, los mueven, tiro de sus pezones hasta que intuyo el dolor reflejado en su cara, pero me dice que le gusta. Los retuerzo, acerco mi boca y los muerdo. La embisto con toda mi fuerza y le arranco otro orgasmo.

Le doy la vuelta y subo su culo, lo quiero para mí y se lo digo. Es la primera vez, pero quiere que se lo folle. Escupo en él y zambullo mis dedos dentro, poco a poco, dejo que se vaya ensanchando, que se vaya haciendo a la nueva sensación de ser penetrado. Los muevo en círculos, los meto y los saco. Ella se masturba mientras tanto y vuelve a tener otro orgasmo.

Acerco mi pene e intento meterlo en terreno virgen, tan sólo el glande parece tener el privilegio de conocerlo por primera vez, empujo con suavidad. Le pido que se toque. Vuelvo a intentarlo, su excitación hace que se relaje y consigo introducirlo arrancando de su boca un grito de dolor. Pero ya está dentro, sigo empujando, lentamente, se va acostumbrando a los nuevos placeres. Me gustan sus nalgas, perfectas, redondas y mías. Le propino un azote en ellas y dejo que pierdan su palidez habitual. Helena me pide más. Ha pasado de ser mi dulce vecina a mi salvaje amante. Tiro de su pelo con una mano, lo tenso hasta que tiene que levantar la cabeza, me siento como un jinete domando a su bravía montura. Vuelvo a azotarla con mi mano y gime con desesperación. Mi pene cada vez empuja con más fuerza su culo, ya habituado a la anchura, ya mío por entero. Dejo su pelo y hunde su rostro contra las sábanas, estamos atravesados en la cama, su cara sobresale de ella y la única visión que puede tener es la de las baldosas del suelo de mi dormitorio. Se corre de nuevo, yo me vuelvo loco, siento una corriente fluyendo en el interior de mi sexo y una explosión de semen sale de mi verga ahogando sus entrañas. Dejo que mi cuerpo descanse sobre ella, aún sigo en su interior.

Saco mi pene agotado y la beso. Se arrima tiernamente a mí y me abraza. Confiesa que jamás había sentido tal placer con nadie. Lo sé, respondo chulesco.

Cuando se va y me acuesto, puedo sentir el olor de la batalla en mi cama, las sábanas arrugadas, algunos cabellos arrancados por mi lujuria incontenible. Duermo de un tirón.

Al día siguiente viene a mi casa, me dice que ha sido una locura, que tiene novio, que no sabe qué le pasó, que no se volverá a repetir porque le quiere. No intento insistir, lo acepto. La invito a una copa como despedida final. Hablamos, nos reímos y, sorpresivamente, me besa apasionadamente, dice que me desea, se deshace de su ropa y yo de la mía, acerca sus labios a mi miembro, lo introduce en su boca, es acogedora, caliente y mi erección es fulminante. No hay música, no hace falta, me gusta la música que sale de sus labios cuando mete y saca mi miembro. Lo hace bien, intenta comérselo entero y a veces, llego a tocar con mis huevos su barbilla. La atraigo hacia el sofá, me tumbo encima de ella e inmovilizo sus brazos con mis manos mientras la embisto salvajemente. Ella quiere que sea contundente y yo intento romperle las entrañas de placer. Tiene un orgasmo, le sigue otro y yo le digo que me gusta que sea tan zorra. Le gusta el juego, más de lo que ella había imaginado nunca. Esta vez, me derramo pronto.

Vuelve a su casa y yo me quedo solo. Helena viene a verme a mi casa de vez en cuando, furtivamente. Sigue con el necio de su novio. Me molesta que siga con él, pero no le digo nada, yo no lo puedo prometer el amor eterno que le promete Luis. Sé que me quiere, pero calla, tiene miedo de mi respuesta. No sé cuanto tiempo estaremos en esta situación, sé que le incomoda estar así, que le gustaría que de mi boca salieran sólo unas palabras, no puedo. Yo no quiero pensar que todo se acabará, pero cada vez presiento más cerca el final…
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miércoles, 20 de febrero de 2008

Un día de suerte


Marieli subió el volumen de la televisión. Era la una de la madrugada y los ronquidos de Mauro, su marido, le impedían la audición de “Sexo y más”, el nuevo programa de sexo de los viernes por la noche. Contempló a su marido yaciendo abotargado en el sofá, su aspecto no podía ser más lamentable: los pies encima de la mesa de centro, los pantalones de su pijama subidos descuidadamente dejando a la luz sus velludas piernas, la chaqueta irremediablemente abierta por aquella inmensa barriga cervecera que había tomado posesión de su cuerpo. Y lo peor eran aquellos sonidos a los que, después de tantos años, no se acababa de acostumbrar. Porque Mauro no roncaba, aquellos gruñidos que emitía eran comparables a los producidos por un terremoto. Por un instante fugaz lo aborreció, pero rechazó de inmediato aquellos pensamientos, estaba siendo injusta. Intentó verle como hacía 20 años, cuando se casaron y pensó que su memoria apenas conseguía ya recordar al hombre del que se había enamorado. Mauro se había abandonado por completo: al sofá, a la rutina y a la comida. La grasa había tomado un lugar preferente, tanto en su cuerpo, debido a la total falta de ejercicio, como en su mente, por aquel dejarse llevar por la vida sin más pretensiones.

Se miró en el espejo dorado que había heredado de su tía Paqui y colocara en lugar preferente obligada por su madre, y pensó que ella no estaba tan mal después de todo. Tenía 45 años, pero aparentaba menos, no había cogido peso, no sin esfuerzo y sin muchos sacrificios y su rostro tenía tan solo unas pequeñas arrugas alrededor de los ojos. Es verdad que su pelo era cano desde hacía mucho tiempo, pero ya se encargaba de arreglarlo semanalmente su querida Juli, la peluquera de su barrio.

En la pantalla de televisión una rubia gemía de forma estruendosa mientras un hombre con sus ojos escondidos tras un antifaz la sodomizaba salvajemente a la par que amasaba sus grandes pechos rígidos y siliconados. Era increíble que Mauro se durmiera en esos momentos, ni siquiera las morbosas imágenes de la pantalla eran capaces de despertar su aletargada libido. En parte a ella le pasaba lo mismo, tampoco podía decir que el problema único y exclusivo se debiera a Mauro y a su penoso aspecto, su imaginación y sus ganas de sexo se habían ido diluyendo por la monotonía. La rubia de la pantalla seguía gimiendo como un mal tenor recurriendo al falsete por no conseguir llegar a la nota. Marieli pensó que no tenían nada de real aquellos gemidos de pacotilla, ella hubiera sido capaz de hacerlo mejor, y más si tenía al lado el cuerpo del hombre del antifaz, tan perfecto y rebosante de fibras y músculos. Era imposible permanecer impasible ante aquella visión. Marieli apretó sus piernas y sintió que su clítoris parecía querer despertar. Dejó que su imaginación volara hasta sentirse la protagonista de la película: era ella la rubia a la que sodomizaban, ¿por qué no? Sin moverse del asiento se deshizo de su deslavado camisón, sintiendo que la piel de sus pechos se erizaba por la menor temperatura, deslizó una mano bajo sus bragas y frotó su sexo buscando un rápido placer. Miró a Mauro y deseó que se despertara. No era la primera vez que cerraba sus ojos cuando hacía el amor con él y fantaseaba con un nuevo amante en su cama: los compañeros de oficina de su marido resultaban ser una buena opción. Tampoco es que ninguno de ellos fuera algo parecido al hombre perfecto, pero el simple hecho de que no fuera su marido aumentaba su excitación y hacía que saliera por unos instantes de aquella penosa rutina. En esa ocasión, era fácil dejar volar la imaginación, aquel hombre del antifaz estaba sobre ella, poseyéndola brutalmente hasta arrancarle un orgasmo tras otro. Subió bruscamente el volumen y Mauro por fin, despertó del estado de ensoñación profunda en el que había sucumbido.
-¡Qué haces mujer!
-¿A ti que te parece? Limpiando el polvo, pareces tonto.
-Anda, vamos a la cama que estoy muerto.
-Ya me había dado cuenta, me avisas cuando resucites.
-Era broma...
-Podíamos hacer el amor...
-Hoy estoy agotado, me he pasado todo el día de aquí para allá, mañana mejor.

Mauro se levantó dando un cándido beso a Marieli, quedándose ésta furiosa en el sofá. Se había olvidado del hombre del antifaz, de las tetas de la rubia y de todo. La rabia le invadía. ¿Cómo era posible que su marido se hubiera vuelto tan manso y tranquilo con el paso del tiempo? Ser rechazada le hacía sentir poco atractiva, y era esa la idea que de nuevo le daba vueltas en la cabeza en esos momentos. Había aprendido a descartar aquellos pensamientos gracias a los consejos de la psicóloga a la que acudió dos años atrás, cuando cayó en una tristeza que, según su marido, no tenía justificación alguna.

En el intermedio, el programa anunció un concurso en el que enviando tan sólo un mensaje de texto se tenía derecho a participar en un sorteo en el cual el premio eran 6.000€. No les vendrían mal unas vacaciones, hacía siglos que no salían de casa, echaba de menos la arena de la playa entre sus dedos y el sabor del agua salada en sus labios. Cogió el teléfono y sin pensarlo más, envió el mensaje, jamás le había tocado nada en su vida excepto un bingo en el que participó en la boda de una de sus primas y que malgastó de inmediato el mismo día intentando repetir suerte.

Tras las reiteradas llamadas de su marido desde el dormitorio, apagó la televisión y se dirigió a la cama. Se echó con desgana. Mauro al instante se arrimó a ella quedándose plácidamente dormido trascurridos unos segundos. Era envidiable la facilidad que tenía para conciliar el sueño, ¡con la cantidad de vueltas que daba ella cada noche! Cerró sus ojos e intentó dormir, pero no era capaz, Mauro había comenzado su serenata nocturna, así que hizo denostados esfuerzos por concentrarse en el hombre del antifaz y en la imagen de la despampanante rubia hasta que por fin, logró sentir al musculoso hombre encima de ella y se masturbó habilidosamente, consiguiendo la paz necesaria para conseguir dormir de una vez.

El lunes por la mañana, mientras Mauro estaba en la oficina, recibió una llamada de un número oculto a su móvil. Una amable señorita le informaba que había sido ella la concursante agraciada con el premio de “Sexo y más”: 6.000 euros y una noche con Rouco.
-¿Cómo me dices?
-¡Es usted la ganadora de esta semana!
-Repíteme el premio porque hay algo que no he entendido bien.
-Le han tocado a usted 6.000 euros y toda una noche en la que Rouco se pondrá a su disposición, ¿no se acuerda del programa? Lo repetimos con insistencia el otro día.
-Sólo presté atención al dinero. ¿Y qué voy a hacer yo con ese Rouco? ¡Estoy casada!
-Usted verá, pero yo no dejaría perder la oportunidad...

Tras dar los datos de su cuenta bancaria para hacer efectivo el ingreso del premio, llamó a su marido para contarle su buena suerte. Nada dijo del premio en especie, no lo creía necesario. No es que tuviera ninguna intención de pasar una noche a solas con un desconocido, pero... La señorita del teléfono le había comentado que tenía un mes para fijar la cita, que era ella la que elegía noche y lugar y que tan sólo debía comunicárselo con tres días de antelación. Era una completa locura, ¡nada menos que le había tocado en suerte un hombre!

Los días iban pasando y Marieli no podía quitarse de la cabeza al tal Rouco, imaginándose una y otra vez cómo podría ser. Miraba a su marido y por una parte, sentía que debía serle igual de fiel que lo había sido él con ella todos los años que habían pasado juntos, pero otra parte de ella, la morbosa y la que no se rendía tan fácilmente al hastío, le incitaba a hacerlo. El diablo rondaba su vida, dado que precisamente su marido tendría que ausentarse próximamente por motivos de trabajo de la ciudad dos días, toda una tentación para no ser “buena”.

Sólo tardó tres días más hasta decidirse por fin: conocería a Rouco, sería su regalo de cumpleaños, aunque faltaran todavía tres meses para la fecha. Era un premio que le había tocado a ella, nada más, ni siquiera podría considerarse una infidelidad, tenía que ver más con una necesidad. No quiso darle más vueltas, así que llamó al teléfono que le habían dejado y concertó la cita para el martes por la tarde, el mismo día que su marido salía de viaje. Por la tarde, Mauro ya estaría a cientos de kilómetros de allí.

El martes por la mañana, tras despedir efusivamente a su marido, se marchó a la peluquería y allí pasó la mañana entera: cabello, manicura y maquillaje. Tenía que estar presentable para la recepción del “premio”. Por el nombre, tenía toda la pinta de ser un actor porno o algo parecido, sólo pensar en el posible tamaño de su verga le sacaba de sus casillas.

Comió frugalmente y sin apetito, los nervios podían con ella. No sabía cómo reaccionaría cuando llegara Rouco, pero tenía miedo de que su timidez pudiera con ella y acabara mandándole a su casa sin más. Era lo más posible, jamás se había acostado con nadie más desde que conoció a Mauro. Realmente no había conocido ningún otro varón en toda su vida.

A las 5 de la tarde y un minuto llamaron al timbre y Marieli se atusó en el espejo antes de abrir la puerta. Sus ojos tuvieron que bajar unos centímetros hasta que por fin se toparon con la cabeza de aquel hombre, parco en estatura y tacaño en atractivo, tan sólo le salvaba la musculatura de sus brazos.

-Buenas tardes señora: vengo por el encargo.
-Lo sé, te esperaba. Pasa.
Marieli se abalanzó sobre aquel hombre, desabrochando con nerviosismo su camisa mientras se subía las faldas de su vestido y buscaba bajarle la bragueta de sus pantalones.
-No sabes cuanto deseaba que llegara este momento. ¡Fóllame! ¡¡¡¡Lo deseo tanto!!!!
-Yo...
Marieli no le dejó articular palabra, le tiró al suelo, se puso a horcajadas encima de él y con gran prisa, sacó su pene y lo devoró dentro de su boca. El pene de Rouco era más largo y ancho que el de Mauro y reaccionó como un resorte ante la cálida saliva de Marieli. Tenía un hambre voraz de sexo, había perdido el dominio sobre sí misma. Se quitó el vestido hasta quedarse únicamente con la ropa interior de color negro que se había comprado para las ocasiones especiales: realmente ésta era una ocasión especial.
-Venga, soy tuya, fóllame, necesito tu pene dentro de mí.

Rouco, con la polla tiesa, se desprendió de su camisa, se puso sobre ella y ensartó su miembro en el orificio profusamente húmedo de aquella mujer. Ésta, en el suelo del pasillo gemía y gritaba como la rubia de bote de la película, pero sus gemidos eran reales, nada fingidos, las embestidas de Rouco no eran fruto de su imaginación y el placer que estaba sintiendo en nada era comparable a lo que había sentido con Mauro últimamente.
-Tienes el coño caliente y húmedo, ¡qué placer!
-Venga, dame más fuerte Rouco.
-¡Me voy a correr!
-¡Y yo! No puedo más...

Rouco respiró agotado sobre Marieli, eyaculando profusamente fuera de ella mientras Marieli había disfrutado de uno de los orgasmos más intensos que podía recordar.
-Esto no me lo esperaba...
-Me ha encantado Rouco.
-En mi vida me he llamado así.
-¿¿¿¿Quéeee????
-Me llamo Mariano, desde que nací.
-¿Pero no venías por lo del premio?
-No sé de que premio me hablas, yo he venido a revisar la caldera, había quedado en venir hoy, creo que hablé contigo, ¿no lo recuerdas?
-Se me había olvidado por completo...

En ese instante, sonó el timbre de la puerta. Marieli escondió a Mariano en la cocina y se puso de nuevo el vestido.
-¡Hola cariño! Soy Rouco, tu amorcito, el que te va a dar gustito esta tarde.
Un hombre alto, moreno, musculoso y con acento cubano asomó por la puerta. Marieli le contempló, anonadada aún por su error.
-Pasa, por favor... llegas con retraso.

Marieli condujo al dormitorio a su adonis y se escapó de nuevo a la cocina.
-Mira, que casi te puedes ir ya ¿vale? –dijo nerviosa.
-No he revisado la caldera aún, ¿no quieres que lo haga ahora?
-No, no, acaba de venir mi primo y estaré ocupada, ven mañana mejor.
-Encantado, cuando quieres zorrita...
-Vete a la mierda tío, y no se te ocurra volver a llamarme así.

Dio un portazo y volvió al dormitorio. El cubano le esperaba desnudo tumbado en la cama, sobaba su inmenso miembro preparándose para darle el regalo a la afortunada Marieli. Ésta se quitó el vestido y desconectó el móvil.

Esa tarde no la olvidaría en su vida...


martes, 12 de febrero de 2008

Mis sentidos


Lo sé, sé que la pasión domina mi cabeza, mis instintos a la razón. Envidio tu frialdad, tu capacidad para decidir sobre tus actos, el dominio que tienes sobre ti mismo. ¿Acaso no pide tu piel otra piel a su lado?

Pero mi piel no logra razonar, tampoco mi corazón y siento que mi cabeza ha perdido el rumbo. Me reclaman tus caricias, el roce de tus labios sobre mi dermis. Mi vello necesita volver a erizarse por tu cercana presencia, mi corazón quiere volver a latir descontrolado y mi sexo necesita ser aliviado con el calor de tu miembro.

El recuerdo de esas sensaciones es el que me domina, controla mi cuerpo, rige mi mente, hipnotiza mi corazón. Estoy poseída por tu olor, mis fosas nasales ya no quieren conocer otras fragancias, se hastían de otros aromas. Mi paladar no desea otro sabor distinto del tuyo, mi lengua se niega a extender su saliva por otros territorios. Mis oídos han convocado su propia huelga, sus pretensiones son claras y escuetas: necesitan captar las vibraciones que emiten tus cuerdas vocales, y mis ojos ya no son capaces de distinguir más formas que las que recuerdan de tu cuerpo, han caído en una ceguera cromática por tu falta.

Y muero sin tu presencia, aunque tú no lo veas. Mi piel no respira al no tenerte cerca, mis ojos no ven más que nubes a su alrededor, he enmudecido, no percibo más que el sonido del silencio y apenas siento el aire entrando en mis pulmones.

En ese momento lucho por sobrevivir. Cierro mis ojos y al fin veo luz alrededor, vuelvo a sentir tu olor, revivo al ver tu cuerpo, rozar tus labios, acariciar tu pelo. Vuelvo a oír esa voz que me desarma y de nuevo encuentro tus manos sobre mi piel. Es entonces cuando mi corazón late de nuevo, mi piel vuelve a vibrar y mis sentidos despiertan a la pasión que me provocas...



lunes, 4 de febrero de 2008

Los deberes de Mario VII: Recuerdos de juventud


“Mi querida Alicia,
Leo y releo una y otra vez los dos correos que me enviaste hace tiempo relatando tu vida: “Recuerdos de la Niñez” y “Recuerdos adolescentes”. Me he masturbado con su lectura en repetidas ocasiones. Ahora te pido más, deseo que continúes, que me expliques con detalle y exhaustivamente la continuación de tu biografía. Quiero que seas sincera conmigo y no dejes ni un detalle sin narrar. Espero tu pronta respuesta.

Tu amante, Mario”



Mi querido Mario,
En tu correo, te delata la impaciencia porque siga con mis historias. Quieres que me desnude por completo para ti, no te conformas con mi desnudez física. No te lo voy a contar todo. Hay ciertas partes de mi azarosa existencia que son inconfesables, y que jamás saldrán de mi boca. Me quedo con ellas para siempre.

Felipe fue mi primer novio, digamos formal. Después de mi tormentosa adolescencia, me replanteé mi vida, recapacité y me propuse actuar como una mujer normal: echarme un novio y casarme como Dios manda. ¡Cuán equivocada estaba yo! El destino jugaba conmigo, o quizás era mi lado oscuro el que intentaba zafarse de las cuerdas que le imponía mi otro yo.

No sé como pude aguantar cuatro años con Felipe. Intenté comportarme como una mujer decente e ir poco a poco en mi relación con él. Pero era superior a mis fuerzas. Estábamos a mil años luz el uno del otro. Él se conformaba con un casto beso y yo necesitaba que alguien me arrancara la ropa violentamente y sentir así la pasión que fluía en mi interior como un volcán en erupción. Fue él el privilegiado de romper mi himen, pero eso ya no era suficiente para mí. Su amor era tranquilo, pacífico y aburrido.

Fue en un viaje nocturno en tren a Almería con motivo de la visita a una amiga que vivía allí cuando pensé seriamente que mi relación con él no iba a ninguna parte más que al matrimonio. Pero el hecho sólo de pensarlo me entristecía. El azar juguetón hizo que mi acompañante de compartimento fuera un hombre sumamente atractivo, alto, pelo negro y tez morena, unos 10 años mayor que yo. Santy, se llamaba. Hablaba sin tapujos y preguntaba todo lo que jamás se había atrevido nadie a preguntarme. El viaje duraba toda la noche y yo no tenía sueño. Comencé a narrar mi vida y mis aventuras a mi compañero de viaje y él me escuchaba de forma apasionada, sin perder ni un detalle de lo que le contaba. El habitáculo era reducido: cuatro camastros y un mínimo baño con ducha. Nadie montó con nosotros. El tiempo transcurrió rápidamente y con la misma velocidad pasamos de estar uno frente al otro, a estar uno encima del otro. Su mirada me descomponía y su voz, profunda y rotunda, más. Mientras besaba mi boca y yo sentía el aroma del perfume que impregnaba su cuello, me iba narrando con detalle todo lo que se disponía a hacer conmigo. Igual que un locutor radiofónico retransmitiendo un partido de fútbol: “Te voy a quitar la ropa y vas a pasar desnuda el resto del viaje... Voy a poseerte salvajemente y destrozarte de placer.”

La película que me contaba justo antes de visionarla era la que yo había querido ver toda mi vida. Por fin tenía entradas de primera fila y las había obtenido de la manera más casual.

Comenzamos haciendo el amor encima de una de las camas. Santy se tomaba su tiempo, era un gourmet del sexo, lo degustaba y paladeaba a cámara lenta. La forma de desnudarme lo decía todo de él. Me miraba a los ojos fijamente mientras yo iba perdiendo con su ayuda mis prendas. Su lengua me vistió con su saliva y mi sexo clamaba a gritos sus atenciones, rogándole que me penetrara. Pero no lo hizo y desconcertada observé que se levantaba e iba al baño sin decir una palabra. Fue un instante en el que mi mente se quedó en blanco sin saber qué pensar. Al poco salió con un bote y una maquinilla de afeitar. Santy me extendió la espuma por mi sexo, frondoso y oscuro, y pasó con delicadeza la cuchilla, arrastrando con ella matorrales blanquecinos. Cerré los ojos para no verlo, me aterraba sentir la cuchilla tan cerca de mis labios mayores. Por fin terminó. Ahora sí que estaba desnuda por completo, mi sexo estaba imberbe, apetecible y comestible. Santy limpió los restos de espuma con una toalla sintiéndose satisfecha con su trabajo.

Siguió narrando la película de nuestra noche, sus palabras ejercían un cierto efecto hipnótico en mí. Necesitaba sentir en mi carne todo lo que me decía. Mi sexo inflamado, rosado y a punto de estallar, fue pronto presa de su boca. Se recreó en él, me lamió como si de un sabroso helado se tratara y me corrí al instante. Fue en ese momento cuando Santy acercó sus labios a mis orejas y las tomó. Eran simples roces, suficientes para hacerme saltar. En ese instante me penetró por fin, larga y profundamente. El ritmo, de cadencioso paso a ligero y de ahí a frenético. Santy era dueño de mi conciencia. Sus palabras me habían desarmado y su miembro me había derrotado en el placer infinito que sentí con él.

El viaje se hizo corto. Nos despedimos y jamás volvimos a saber nada el uno del otro. Ese mismo día llamé a Felipe y corté con él. El camino podría ser largo, pero ya sabía cual era mi meta. Santy ha vagado en mi memoria como una maldición a lo largo de los años. Sólo tú has conseguido que me olvide de mis fantasmas, al conocerte supe que mi largo camino había merecido la pena.

Tras la ruptura con Felipe, descarte mi idea de ser una mujer integrada y normal y me dediqué a aceptar lo que el destino me procuraba, al principio con reparos y posteriormente sin tapujos.

Conocí a Jorge a través de unos amigos, era el típico ligón de bar de medianoche que había tenido mil aventuras y se empeñó en que yo fuera la mil y una. Yo sabía lo que pretendía de mí, pero mis pensamientos eran contradictorios. Por una parte, no era mi tipo de hombre, pero por otra, me fascinaba el lado oscuro que sabía que atesoraba. Y caí en él... Empezamos a salir juntos, realmente no se puede decir que fuéramos novios, quizás amantes ocasionales. A Jorge le excitaban las situaciones de riesgo. Quería follar conmigo, pero siempre en lugares insospechados o con gente alrededor que de improviso pudiera sorprendernos. Al principio el juego no iba conmigo y no lo pasaba bien, pero más tarde fui cogiéndole gusto y acabé enganchándome. Pasado un tiempo, era yo la que proponía los lugares donde encontrarnos.

Mi amor platónico de Universidad era Chema, mi profesor de historia. Chema era alto, pelo castaño, bigote y con un cierto aire a Omar Sharif. Yo le miraba embobada, lánguida, con la boca semiabierta cual colegiala. Me encandilaba su voz sensual y sus grandes ojos. Siempre me situaba en primera fila y procuraba ponerme minifaldas para que mis largas piernas quedaran a su vista. Sabía que estaba casado, pero me daba igual, no era, ni soy, celosa. Chema parecía no darse cuenta de mi existencia hasta el día en que quedé con Jorge para follar con él en el seminario de historia, precisamente al que pertenecía. Era el lugar ideal, a última hora de la tarde, los profesores desaparecían y el despacho se quedaba vacío. Teníamos una hora para jugar: de 9 de la noche a 10, que era cuando llegaba la señora de la limpieza. Saber que me podía pillar mi profesor de historia me producía un gran morbo.

Jorge y yo accedimos al seminario, cerramos la puerta y nos pusimos manos a la obra. Él permanecía de pie, clavando su miembro tras unos breves preliminares mientras reposaba sus manos en mis pechos. Yo apoyaba mi torso semidesnudo en la mesa de Chema. Quería que se impregnara de mi olor, que la humedad de mi sexo tomara posición en la madera y que, por algún extraño mecanismo, se sintiera atraído hacia mí.

Jorge me embestía fuertemente, no era muy dado a exhibiciones de ternura, tampoco yo las necesitaba. Jorge iba al grano y al hoyo sin más pretensiones. Su vocabulario era parco, no pasaba de puta, zorra, ramera y poco más. Con eso me conformaba. Yo permanecía con los ojos semicerrados para disfrutar al máximo de sus movimientos dentro de mí. Por alguna extraña razón los abrí un instante y me fijé en la pantalla del ordenador que había encima de nuestra mesa. Estaba apagada y se veía perfectamente en ella el reflejo de una figura humana que nos miraba sin perder detalle. No paré y nada dije a Jorge, y más, cuando pude distinguir que el que miraba era Chema, que observaba tras el cristal que separaba un despacho con otro. Mi profesor permanecía quieto y mudo ante nuestro espectáculo.

Yo estaba morbosamente excitada y me atreví a más. Giré mi cabeza hasta que pude mirarle directamente, sin reflejo alguno. Mi mirada era desafiante y retadora. Al verle, supe que mi deseo era correspondido. Tal vez me había deseado mucho antes de lo que yo creía. Grité, gemí y pedí a Jorge que me dijera lo más obsceno que se le ocurriera mientras Chema seguía clavado en su sitio sin parar de mirarme. No tardé en perder el control, teniendo uno de los orgasmos más intensos de mi vida. Volví mis ojos hacia Chema tras la función, pero éste ya se había ido.

Al día siguiente, noté su clara indiferencia al explicar el tema. Ese día se abstuvo siquiera de mirarme, como siempre hacía cuando daba clase. Llevaba una minifalda muy corta, un escote para marear y unos tacones de aguja con los que difícilmente se podía mantener el equilibrio, no podía creerme que no se sintiera atraído por mí. Terminó la clase y al ir a levantarme, me llamó:
-Quiero darte unos apuntes que te van a venir bien para el trabajo del mes que viene ¿Puedes pasarte por el seminario a eso de las 8?
-Si, claro, después me paso.
Salí de allí imaginándome todo tipo de escenas de sexo con él y no pude concentrarme en el resto de las clases. Mi intuición me decía que Chema quería darme algo más que unos tristes papeles.

Subí al seminario a la hora acordada, no sin antes quitarme las bragas y meterlas en mi bolso, me gusta sorprender a mis amantes. Cuando llegué, Chema estaba sentado en su silla delante de su ordenador. Me extendió unos folios escritos y me explicó en qué consistía el trabajo que habría de hacer. Yo quería una señal, pero Chema no parecía mostrarla. Tendría que atacar con mis armas. Me agaché sobre la mesa coquetamente para leer con más detenimiento lo que me había dejado y me cercioré de que tuviera una visión bien nítida de mi sexo depilado y de mi trasero, que ciertamente se tenían que ver, dada la pobreza de tela que me cubría. Apenas había medio metro entre mis nalgas y su cabeza. Pero mi profesor no parecía alterarse lo más mínimo ante mis encantos. Estaba perdiendo la paciencia. Me di la vuelta y le miré de la forma desafiante con que lo había hecho el día anterior. Ni una palabra. La tensión entre los dos era evidente. O movía alguien la pieza del tablero o el juego se desbarataría para siempre.
En ese momento, fue mi otro yo el que tomó la voz cantante:
-Ayer, mientras me follaban en esta mesa, te miraba, deseando que fueras tú y no aquel hombre el que me poseyera en ese momento...

No hizo falta más. Fue el pistoletazo que Chema necesitaba para abalanzarse sobre mí. El permiso que quería para no ser tachado de acosador. E hicimos el amor en el mismo sitio en que me poseyó Jorge. Chema tenía una verga de dimensiones espectaculares y su edad y experiencia eran un aliciente añadido. Sus movimientos distaban poco de la perfección absoluta.

Los escarceos y encuentros furtivos entre nosotros se sucedieron. Jorge se enteró de la existencia de mi nuevo compañero de juegos y lo llevó extremadamente mal. Le daba largas, ya no quería quedar con él, en ese momento tenía a Chema. Jorge me suplicó, sólo quería un último encuentro, me prometió que sería memorable y sublime. Al final de mala gana accedí. Pero Jorge tenía preparada una sorpresa que al final superó mis expectativas...

Jorge realmente lo que pretendía en dicho encuentro era vengarse de mí por haber tenido la desfachatez de abandonarle. Su gran ego le impedía aceptar que nadie le pisoteara sin recibir su merecido castigo.

Llegué a casa de Jorge por última vez. Sacó unas copas y unas patatas fritas y puso en el DVD una película porno en la que la protagonista se encargaba de dar placer a cuatro hombres. En ese momento, sentí en mi sexo el cosquilleo del recuerdo de mi adolescencia, cuando me masturbé delante de cuatro amigos sin ningún tipo de pudor o reparo. Comía patatas sin perder detalle y bebía sin parar. La película me estaba recalentando y el recuerdo, del que Jorge nada sabía, más.

Jorge empezó a aproximarse y metió su mano por debajo de mi vestido. Yo me dejé hacer, el deseo podía conmigo.
-Tengo una sorpresa para ti. Han venido mis amigos.

Me di la vuelta y vi a tres amigos de Jorge, a los cuales ya conocía, que habían permanecido ocultos en una habitación hasta ese momento.
-¿Sabes Alicia? Nuestra última sesión de sexo será memorable e inolvidable. Vas a tener en tu boca, semen de cuatro hombres distintos. No es fácil que una mujer logre tanto en tan corto periodo de tiempo.
-No pienso hacer nada con ninguno.

Yo negaba con la palabra, pero mi interior era un hervidero de pasión y lujuria. Deseaba estar en el juego, pero sabía que mi negativa les produciría más morbo a los cuatro. Mi otro yo ya había tomado posiciones y era dueño de mis actos.

Entre todos me desnudaron. Me resistía, pero era simplemente una actuación, pretendía mostrarles que en ese momento me sentía como una pobre chica que sabía que iba a ser castigada por su amante vengativo. Jorge quería darme su merecido, pero yo intuía que iba a recibir uno de los mejores regalos que me hubieran hecho nunca.

Quedé desnuda encima del sofá. Jorge sujetaba mis brazos y uno de sus amigos mantenía mis piernas abiertas. No hubiera hecho falta sujetarme. Notaba mi sexo palpitante por lo que se me avecinaba. Los otros dos amigos, ya desnudos, se pusieron manos a la obra. Mientras uno me follaba, el otro introducía su miembro dentro de mi boca para mi deleite. Intentaba con esfuerzo disimular mi goce. Sabía que si Jorge se daba cuenta de lo mucho que me estaba gustando el juego, pararía de inmediato. Seguía concentrada en mi papel de víctima ultrajada: suplicaba, rogaba que me dejaran, me revolvía mientras hacía denostados esfuerzos porque no se dieran cuenta de la excitación que me embargaba.

Uno a uno se turnó con mis labios y mi sexo. Todos sin excepción terminaron eyaculando en mi boca. Yo tragaba todo lo que me echaban, el semen resbalaba de mis comisuras y yo me sentía agotada de la ingente cantidad de orgasmos que había disfrutado. Por unos instantes ni me moví, descansando desfallecida.

Por fin recuperé el resuello, me vestí a la vista de todo el grupo que en ese momento estaba acomodándose para disfrutar de la película. Besé a Jorge dulcemente y en silencio le di las gracias. Fue mi último encuentro con él y uno de los episodios de mi vida que jamás olvidaré.

Chema, mi profesor, requería de continuo mis atenciones. Estaba encantada de que mi amor platónico por él se hubiera convertido en una relación sexual y acudía solícita a satisfacer sus deseos, que eran también los míos. No estaba enamorada de él o eso me repetía a mí misma. No quería permitirme el lujo de sufrir por alguien casado y con pareja estable. Pero realmente le amaba. El día que se tuvo que trasladar a otra Universidad de forma forzosa, lo supe. Me di cuenta de que le quería con locura y tardé en recuperar los trozos de mi corazón.

El jefe de estudios, tras pillarnos en un aciago día, inició un expediente contra ambos. Le supliqué que no hiciera nada contra él, yo era mayor de edad y había sido la provocadora. Llegamos a un acuerdo: Chema pediría el traslado y yo seguiría en la Universidad ¿Qué me pidió a cambio? Lo que ya me suponía tras ver su libidinosa mirada: mis favores sexuales. El trato fue estar a su entera disposición durante un mes. No me parecía tanto. Todas las noches me acercaba a su despacho, le hacía una felación y dejaba que me poseyera. El mes se me hizo eterno. Añoraba a Chema y me sentía atrapada en algo que jamás había sentido hasta ese momento con nadie más: mi cuerpo había experimentado la unión del sexo y el amor y no podía vivir con el tormento de ese sublime recuerdo.

El mes pasó, pero el jefe de estudios se había acostumbrado a mi diaria presencia y no quería prescindir de mis servicios. Me rogó y amenazó y al final me suplicó que aceptara a cambio de pagarme una cantidad de dinero. A mí me pareció desmesurada la cantidad que me ofrecía. Eso, por otra parte, era convertirse en una puta y no entraba en principio dentro de mis planes. Pero fue mi otro yo, el que, ávido de situaciones comprometidas, aceptó el trato. Y de esa forma me convertí durante casi medio año, en la puta del jefe de estudios.

Ni una de las veces que follé con él tuve un orgasmo. Quizás era un castigo que me auto imponía mi yo normal, o simplemente era que mi mente no podía alejar la maldición del recuerdo de Chema. Así que todas las noches, al llegar a casa, lo primero que hacía era ducharme y seguidamente me masturbaba pensando en él. Mis deseos de ser penetrada eran enormes en esas sesiones. Buscaba siempre nuevos instrumentos que saciaran mi ansia. Aún no conocía los consoladores.

Encontré en el frigorífico de mis padres, una fuente inagotable de placer. Sisaba entre otros, plátanos, zanahorias y pepinos. Todo tenía su preparación. Llenaba el lavabo de agua ardiente mientras me duchaba y allí dejaba en remojo mis manjares hasta que alcanzaban una cálida temperatura. Empecé con pequeñas zanahorias y escuálidos calabacines, pero mi afición era cada vez mayor, igual que las hortalizas que me iba introduciendo. Me miraba en el espejo de mi habitación y me observaba mientras me introducía aquellos naturales instrumentos que me provocaban orgasmos sin fin.

Mientras escribo estas palabras, tumbada sobre mi lecho, cruzo las piernas, mi sexo se derrite ante el placer del roce de la tela, como cuando era una chiquilla. Pero ahora ya no me conformo simplemente con ese frote inocente. Meto mi mano en mi sexo y me abandono a las sensaciones placenteras...