lunes, 4 de febrero de 2008

Los deberes de Mario VII: Recuerdos de juventud


“Mi querida Alicia,
Leo y releo una y otra vez los dos correos que me enviaste hace tiempo relatando tu vida: “Recuerdos de la Niñez” y “Recuerdos adolescentes”. Me he masturbado con su lectura en repetidas ocasiones. Ahora te pido más, deseo que continúes, que me expliques con detalle y exhaustivamente la continuación de tu biografía. Quiero que seas sincera conmigo y no dejes ni un detalle sin narrar. Espero tu pronta respuesta.

Tu amante, Mario”



Mi querido Mario,
En tu correo, te delata la impaciencia porque siga con mis historias. Quieres que me desnude por completo para ti, no te conformas con mi desnudez física. No te lo voy a contar todo. Hay ciertas partes de mi azarosa existencia que son inconfesables, y que jamás saldrán de mi boca. Me quedo con ellas para siempre.

Felipe fue mi primer novio, digamos formal. Después de mi tormentosa adolescencia, me replanteé mi vida, recapacité y me propuse actuar como una mujer normal: echarme un novio y casarme como Dios manda. ¡Cuán equivocada estaba yo! El destino jugaba conmigo, o quizás era mi lado oscuro el que intentaba zafarse de las cuerdas que le imponía mi otro yo.

No sé como pude aguantar cuatro años con Felipe. Intenté comportarme como una mujer decente e ir poco a poco en mi relación con él. Pero era superior a mis fuerzas. Estábamos a mil años luz el uno del otro. Él se conformaba con un casto beso y yo necesitaba que alguien me arrancara la ropa violentamente y sentir así la pasión que fluía en mi interior como un volcán en erupción. Fue él el privilegiado de romper mi himen, pero eso ya no era suficiente para mí. Su amor era tranquilo, pacífico y aburrido.

Fue en un viaje nocturno en tren a Almería con motivo de la visita a una amiga que vivía allí cuando pensé seriamente que mi relación con él no iba a ninguna parte más que al matrimonio. Pero el hecho sólo de pensarlo me entristecía. El azar juguetón hizo que mi acompañante de compartimento fuera un hombre sumamente atractivo, alto, pelo negro y tez morena, unos 10 años mayor que yo. Santy, se llamaba. Hablaba sin tapujos y preguntaba todo lo que jamás se había atrevido nadie a preguntarme. El viaje duraba toda la noche y yo no tenía sueño. Comencé a narrar mi vida y mis aventuras a mi compañero de viaje y él me escuchaba de forma apasionada, sin perder ni un detalle de lo que le contaba. El habitáculo era reducido: cuatro camastros y un mínimo baño con ducha. Nadie montó con nosotros. El tiempo transcurrió rápidamente y con la misma velocidad pasamos de estar uno frente al otro, a estar uno encima del otro. Su mirada me descomponía y su voz, profunda y rotunda, más. Mientras besaba mi boca y yo sentía el aroma del perfume que impregnaba su cuello, me iba narrando con detalle todo lo que se disponía a hacer conmigo. Igual que un locutor radiofónico retransmitiendo un partido de fútbol: “Te voy a quitar la ropa y vas a pasar desnuda el resto del viaje... Voy a poseerte salvajemente y destrozarte de placer.”

La película que me contaba justo antes de visionarla era la que yo había querido ver toda mi vida. Por fin tenía entradas de primera fila y las había obtenido de la manera más casual.

Comenzamos haciendo el amor encima de una de las camas. Santy se tomaba su tiempo, era un gourmet del sexo, lo degustaba y paladeaba a cámara lenta. La forma de desnudarme lo decía todo de él. Me miraba a los ojos fijamente mientras yo iba perdiendo con su ayuda mis prendas. Su lengua me vistió con su saliva y mi sexo clamaba a gritos sus atenciones, rogándole que me penetrara. Pero no lo hizo y desconcertada observé que se levantaba e iba al baño sin decir una palabra. Fue un instante en el que mi mente se quedó en blanco sin saber qué pensar. Al poco salió con un bote y una maquinilla de afeitar. Santy me extendió la espuma por mi sexo, frondoso y oscuro, y pasó con delicadeza la cuchilla, arrastrando con ella matorrales blanquecinos. Cerré los ojos para no verlo, me aterraba sentir la cuchilla tan cerca de mis labios mayores. Por fin terminó. Ahora sí que estaba desnuda por completo, mi sexo estaba imberbe, apetecible y comestible. Santy limpió los restos de espuma con una toalla sintiéndose satisfecha con su trabajo.

Siguió narrando la película de nuestra noche, sus palabras ejercían un cierto efecto hipnótico en mí. Necesitaba sentir en mi carne todo lo que me decía. Mi sexo inflamado, rosado y a punto de estallar, fue pronto presa de su boca. Se recreó en él, me lamió como si de un sabroso helado se tratara y me corrí al instante. Fue en ese momento cuando Santy acercó sus labios a mis orejas y las tomó. Eran simples roces, suficientes para hacerme saltar. En ese instante me penetró por fin, larga y profundamente. El ritmo, de cadencioso paso a ligero y de ahí a frenético. Santy era dueño de mi conciencia. Sus palabras me habían desarmado y su miembro me había derrotado en el placer infinito que sentí con él.

El viaje se hizo corto. Nos despedimos y jamás volvimos a saber nada el uno del otro. Ese mismo día llamé a Felipe y corté con él. El camino podría ser largo, pero ya sabía cual era mi meta. Santy ha vagado en mi memoria como una maldición a lo largo de los años. Sólo tú has conseguido que me olvide de mis fantasmas, al conocerte supe que mi largo camino había merecido la pena.

Tras la ruptura con Felipe, descarte mi idea de ser una mujer integrada y normal y me dediqué a aceptar lo que el destino me procuraba, al principio con reparos y posteriormente sin tapujos.

Conocí a Jorge a través de unos amigos, era el típico ligón de bar de medianoche que había tenido mil aventuras y se empeñó en que yo fuera la mil y una. Yo sabía lo que pretendía de mí, pero mis pensamientos eran contradictorios. Por una parte, no era mi tipo de hombre, pero por otra, me fascinaba el lado oscuro que sabía que atesoraba. Y caí en él... Empezamos a salir juntos, realmente no se puede decir que fuéramos novios, quizás amantes ocasionales. A Jorge le excitaban las situaciones de riesgo. Quería follar conmigo, pero siempre en lugares insospechados o con gente alrededor que de improviso pudiera sorprendernos. Al principio el juego no iba conmigo y no lo pasaba bien, pero más tarde fui cogiéndole gusto y acabé enganchándome. Pasado un tiempo, era yo la que proponía los lugares donde encontrarnos.

Mi amor platónico de Universidad era Chema, mi profesor de historia. Chema era alto, pelo castaño, bigote y con un cierto aire a Omar Sharif. Yo le miraba embobada, lánguida, con la boca semiabierta cual colegiala. Me encandilaba su voz sensual y sus grandes ojos. Siempre me situaba en primera fila y procuraba ponerme minifaldas para que mis largas piernas quedaran a su vista. Sabía que estaba casado, pero me daba igual, no era, ni soy, celosa. Chema parecía no darse cuenta de mi existencia hasta el día en que quedé con Jorge para follar con él en el seminario de historia, precisamente al que pertenecía. Era el lugar ideal, a última hora de la tarde, los profesores desaparecían y el despacho se quedaba vacío. Teníamos una hora para jugar: de 9 de la noche a 10, que era cuando llegaba la señora de la limpieza. Saber que me podía pillar mi profesor de historia me producía un gran morbo.

Jorge y yo accedimos al seminario, cerramos la puerta y nos pusimos manos a la obra. Él permanecía de pie, clavando su miembro tras unos breves preliminares mientras reposaba sus manos en mis pechos. Yo apoyaba mi torso semidesnudo en la mesa de Chema. Quería que se impregnara de mi olor, que la humedad de mi sexo tomara posición en la madera y que, por algún extraño mecanismo, se sintiera atraído hacia mí.

Jorge me embestía fuertemente, no era muy dado a exhibiciones de ternura, tampoco yo las necesitaba. Jorge iba al grano y al hoyo sin más pretensiones. Su vocabulario era parco, no pasaba de puta, zorra, ramera y poco más. Con eso me conformaba. Yo permanecía con los ojos semicerrados para disfrutar al máximo de sus movimientos dentro de mí. Por alguna extraña razón los abrí un instante y me fijé en la pantalla del ordenador que había encima de nuestra mesa. Estaba apagada y se veía perfectamente en ella el reflejo de una figura humana que nos miraba sin perder detalle. No paré y nada dije a Jorge, y más, cuando pude distinguir que el que miraba era Chema, que observaba tras el cristal que separaba un despacho con otro. Mi profesor permanecía quieto y mudo ante nuestro espectáculo.

Yo estaba morbosamente excitada y me atreví a más. Giré mi cabeza hasta que pude mirarle directamente, sin reflejo alguno. Mi mirada era desafiante y retadora. Al verle, supe que mi deseo era correspondido. Tal vez me había deseado mucho antes de lo que yo creía. Grité, gemí y pedí a Jorge que me dijera lo más obsceno que se le ocurriera mientras Chema seguía clavado en su sitio sin parar de mirarme. No tardé en perder el control, teniendo uno de los orgasmos más intensos de mi vida. Volví mis ojos hacia Chema tras la función, pero éste ya se había ido.

Al día siguiente, noté su clara indiferencia al explicar el tema. Ese día se abstuvo siquiera de mirarme, como siempre hacía cuando daba clase. Llevaba una minifalda muy corta, un escote para marear y unos tacones de aguja con los que difícilmente se podía mantener el equilibrio, no podía creerme que no se sintiera atraído por mí. Terminó la clase y al ir a levantarme, me llamó:
-Quiero darte unos apuntes que te van a venir bien para el trabajo del mes que viene ¿Puedes pasarte por el seminario a eso de las 8?
-Si, claro, después me paso.
Salí de allí imaginándome todo tipo de escenas de sexo con él y no pude concentrarme en el resto de las clases. Mi intuición me decía que Chema quería darme algo más que unos tristes papeles.

Subí al seminario a la hora acordada, no sin antes quitarme las bragas y meterlas en mi bolso, me gusta sorprender a mis amantes. Cuando llegué, Chema estaba sentado en su silla delante de su ordenador. Me extendió unos folios escritos y me explicó en qué consistía el trabajo que habría de hacer. Yo quería una señal, pero Chema no parecía mostrarla. Tendría que atacar con mis armas. Me agaché sobre la mesa coquetamente para leer con más detenimiento lo que me había dejado y me cercioré de que tuviera una visión bien nítida de mi sexo depilado y de mi trasero, que ciertamente se tenían que ver, dada la pobreza de tela que me cubría. Apenas había medio metro entre mis nalgas y su cabeza. Pero mi profesor no parecía alterarse lo más mínimo ante mis encantos. Estaba perdiendo la paciencia. Me di la vuelta y le miré de la forma desafiante con que lo había hecho el día anterior. Ni una palabra. La tensión entre los dos era evidente. O movía alguien la pieza del tablero o el juego se desbarataría para siempre.
En ese momento, fue mi otro yo el que tomó la voz cantante:
-Ayer, mientras me follaban en esta mesa, te miraba, deseando que fueras tú y no aquel hombre el que me poseyera en ese momento...

No hizo falta más. Fue el pistoletazo que Chema necesitaba para abalanzarse sobre mí. El permiso que quería para no ser tachado de acosador. E hicimos el amor en el mismo sitio en que me poseyó Jorge. Chema tenía una verga de dimensiones espectaculares y su edad y experiencia eran un aliciente añadido. Sus movimientos distaban poco de la perfección absoluta.

Los escarceos y encuentros furtivos entre nosotros se sucedieron. Jorge se enteró de la existencia de mi nuevo compañero de juegos y lo llevó extremadamente mal. Le daba largas, ya no quería quedar con él, en ese momento tenía a Chema. Jorge me suplicó, sólo quería un último encuentro, me prometió que sería memorable y sublime. Al final de mala gana accedí. Pero Jorge tenía preparada una sorpresa que al final superó mis expectativas...

Jorge realmente lo que pretendía en dicho encuentro era vengarse de mí por haber tenido la desfachatez de abandonarle. Su gran ego le impedía aceptar que nadie le pisoteara sin recibir su merecido castigo.

Llegué a casa de Jorge por última vez. Sacó unas copas y unas patatas fritas y puso en el DVD una película porno en la que la protagonista se encargaba de dar placer a cuatro hombres. En ese momento, sentí en mi sexo el cosquilleo del recuerdo de mi adolescencia, cuando me masturbé delante de cuatro amigos sin ningún tipo de pudor o reparo. Comía patatas sin perder detalle y bebía sin parar. La película me estaba recalentando y el recuerdo, del que Jorge nada sabía, más.

Jorge empezó a aproximarse y metió su mano por debajo de mi vestido. Yo me dejé hacer, el deseo podía conmigo.
-Tengo una sorpresa para ti. Han venido mis amigos.

Me di la vuelta y vi a tres amigos de Jorge, a los cuales ya conocía, que habían permanecido ocultos en una habitación hasta ese momento.
-¿Sabes Alicia? Nuestra última sesión de sexo será memorable e inolvidable. Vas a tener en tu boca, semen de cuatro hombres distintos. No es fácil que una mujer logre tanto en tan corto periodo de tiempo.
-No pienso hacer nada con ninguno.

Yo negaba con la palabra, pero mi interior era un hervidero de pasión y lujuria. Deseaba estar en el juego, pero sabía que mi negativa les produciría más morbo a los cuatro. Mi otro yo ya había tomado posiciones y era dueño de mis actos.

Entre todos me desnudaron. Me resistía, pero era simplemente una actuación, pretendía mostrarles que en ese momento me sentía como una pobre chica que sabía que iba a ser castigada por su amante vengativo. Jorge quería darme su merecido, pero yo intuía que iba a recibir uno de los mejores regalos que me hubieran hecho nunca.

Quedé desnuda encima del sofá. Jorge sujetaba mis brazos y uno de sus amigos mantenía mis piernas abiertas. No hubiera hecho falta sujetarme. Notaba mi sexo palpitante por lo que se me avecinaba. Los otros dos amigos, ya desnudos, se pusieron manos a la obra. Mientras uno me follaba, el otro introducía su miembro dentro de mi boca para mi deleite. Intentaba con esfuerzo disimular mi goce. Sabía que si Jorge se daba cuenta de lo mucho que me estaba gustando el juego, pararía de inmediato. Seguía concentrada en mi papel de víctima ultrajada: suplicaba, rogaba que me dejaran, me revolvía mientras hacía denostados esfuerzos porque no se dieran cuenta de la excitación que me embargaba.

Uno a uno se turnó con mis labios y mi sexo. Todos sin excepción terminaron eyaculando en mi boca. Yo tragaba todo lo que me echaban, el semen resbalaba de mis comisuras y yo me sentía agotada de la ingente cantidad de orgasmos que había disfrutado. Por unos instantes ni me moví, descansando desfallecida.

Por fin recuperé el resuello, me vestí a la vista de todo el grupo que en ese momento estaba acomodándose para disfrutar de la película. Besé a Jorge dulcemente y en silencio le di las gracias. Fue mi último encuentro con él y uno de los episodios de mi vida que jamás olvidaré.

Chema, mi profesor, requería de continuo mis atenciones. Estaba encantada de que mi amor platónico por él se hubiera convertido en una relación sexual y acudía solícita a satisfacer sus deseos, que eran también los míos. No estaba enamorada de él o eso me repetía a mí misma. No quería permitirme el lujo de sufrir por alguien casado y con pareja estable. Pero realmente le amaba. El día que se tuvo que trasladar a otra Universidad de forma forzosa, lo supe. Me di cuenta de que le quería con locura y tardé en recuperar los trozos de mi corazón.

El jefe de estudios, tras pillarnos en un aciago día, inició un expediente contra ambos. Le supliqué que no hiciera nada contra él, yo era mayor de edad y había sido la provocadora. Llegamos a un acuerdo: Chema pediría el traslado y yo seguiría en la Universidad ¿Qué me pidió a cambio? Lo que ya me suponía tras ver su libidinosa mirada: mis favores sexuales. El trato fue estar a su entera disposición durante un mes. No me parecía tanto. Todas las noches me acercaba a su despacho, le hacía una felación y dejaba que me poseyera. El mes se me hizo eterno. Añoraba a Chema y me sentía atrapada en algo que jamás había sentido hasta ese momento con nadie más: mi cuerpo había experimentado la unión del sexo y el amor y no podía vivir con el tormento de ese sublime recuerdo.

El mes pasó, pero el jefe de estudios se había acostumbrado a mi diaria presencia y no quería prescindir de mis servicios. Me rogó y amenazó y al final me suplicó que aceptara a cambio de pagarme una cantidad de dinero. A mí me pareció desmesurada la cantidad que me ofrecía. Eso, por otra parte, era convertirse en una puta y no entraba en principio dentro de mis planes. Pero fue mi otro yo, el que, ávido de situaciones comprometidas, aceptó el trato. Y de esa forma me convertí durante casi medio año, en la puta del jefe de estudios.

Ni una de las veces que follé con él tuve un orgasmo. Quizás era un castigo que me auto imponía mi yo normal, o simplemente era que mi mente no podía alejar la maldición del recuerdo de Chema. Así que todas las noches, al llegar a casa, lo primero que hacía era ducharme y seguidamente me masturbaba pensando en él. Mis deseos de ser penetrada eran enormes en esas sesiones. Buscaba siempre nuevos instrumentos que saciaran mi ansia. Aún no conocía los consoladores.

Encontré en el frigorífico de mis padres, una fuente inagotable de placer. Sisaba entre otros, plátanos, zanahorias y pepinos. Todo tenía su preparación. Llenaba el lavabo de agua ardiente mientras me duchaba y allí dejaba en remojo mis manjares hasta que alcanzaban una cálida temperatura. Empecé con pequeñas zanahorias y escuálidos calabacines, pero mi afición era cada vez mayor, igual que las hortalizas que me iba introduciendo. Me miraba en el espejo de mi habitación y me observaba mientras me introducía aquellos naturales instrumentos que me provocaban orgasmos sin fin.

Mientras escribo estas palabras, tumbada sobre mi lecho, cruzo las piernas, mi sexo se derrite ante el placer del roce de la tela, como cuando era una chiquilla. Pero ahora ya no me conformo simplemente con ese frote inocente. Meto mi mano en mi sexo y me abandono a las sensaciones placenteras...


7 comentarios:

Lydia dijo...

poco a poco te vas desnudando, inevitablemente, aunque muchas veces no quieras mostrar todo, es también muy morboso que te pidan ir más allá, sin embargo hay cosas que se debe guardar una para sí, también inevitablemente.
Me identifico mucho con ese Chema, porque yo tuve uno igual, también en plan Doctor Zhivago, pero el mío no se llamaba Chema, pero sí que se le parecía.
Besitos Alicia.

Alice Carroll dijo...

Bueno Lydia, creo que hay algo que tú y yo tenemos en común, y es la imaginación...

Besos.

criscarmona dijo...

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BESOS!!! NOS LEEMOS!!!!!!

Anónimo dijo...

Esto cada vez está peor. Siempre con relatos que aburren. Si pusieras fotos de tus tetas tendrías más éxito.

Anónimo dijo...

Me había prometido a mi mismo, no contestar a tus vomitos en forma de comentario, pero este ultimo es propio de un autentico cabrón, y dice mucho del tipo de persona que eres, no se como Alice, no borra tu mierda, me parece demasiado benevóla

Anónimo dijo...

estoy de acuerdo con clyclope, eres un putu friqui misogeno y reprimido, que pena das... y ahora vas y llamas pajilleros a los que simplemente corroboramos que eres una mala persona, que ha caido por aqui...

Anónimo dijo...

esa foto de tu culo por cuatro es lo mejor de todo el blog. me ha servido mucho de inspiración en mis pajillas.