domingo, 11 de enero de 2009

Miradas ocultas

Al abrir la puerta sentí que me rodeaba el olor de la pastosa colonia que solía ponerse mi padre cada mañana tras ducharse. El tiempo había trascurrido pero el recuerdo del aroma seguía indemne en mi memoria. La casa parecía la misma a pesar de los años que habían pasado. Los cuadros de siempre, la silla del recibidor con su perpetua cojera puesta de manifiesto tras posar mi abrigo en ella y el espejo con el marco de bronce cuyo reflejo era una burla de la realidad. Mi padre había muerto dos semanas antes y yo había decidido volver a su casa a intentar ordenar los papeles que guardaba, hacer una pequeña limpieza de sus cosas y poner a la venta la vivienda. Eché un vistazo a la casa: su sobrio salón destinado a las pocas visitas que recibía y sus dos dormitorios, uno de ellos, el único con vida, hacía las veces de sala de estar y el otro, destinado a dormir, compuesto de una cama de matrimonio de metro y pico, una mesilla a cada lado, un armario de nogal de tres puertas en la pared izquierda, un pequeño ventanuco que daba a la calle principal situado la pared derecha y en frente de la cama, una gran fotografía en un marco de plata de mis padres el día de su boda. En aquella casa no quedaban recuerdos de mi infancia, habían desaparecido a la par que mi madre cuando mi padre abandonó la gran casa familiar en la que habíamos morado durante lustros. Sabía que tenía mucho trabajo que hacer y pocas ganas de ejecutarlo. Tres cajones abarrotados de papeles de bancos, seguros y títulos de acciones amenazaban mi próximo futuro. Había decidido no irme a un hotel y vivir durante algunos días en la casa de mi padre para poder dedicarme al cien por cien a la ingrata labor. Deseaba solucionar el tema en tres días como mucho y poder regresar a mi hogar. Dejé la maleta en el dormitorio y busqué en la cocina algo para beber. Olía a rancio, a sucio, los azulejos de la cocina lucían opacos y el frigorífico guardaba los últimos alimentos que mi padre había comprado antes de morir: tres huevos posiblemente podridos, un trozo de queso lleno de moho, leche de vaca, una longaniza y varias manzanas que habían sobrevivido pese al tiempo trascurrido. Cogí un vaso algo roto por un borde y me serví un poco de agua, dirigiéndome de inmediato a la salita de estar donde se hallaban los papeles. Me pasé toda la tarde ordenando aquella marabunta de documentos y la pila no había bajado apenas, ya había anochecido y la escasa luz que suministraba la bombilla de bajo consumo no invitaba nada más que a descansar, así que me di una ducha tibia y me fui a la cama, la misma donde había dormido mi padre los últimos años de su vida. No soy supersticioso y no tenía especial reparo en dormir en aquella cama, lo que más recelo me daba, sin embargo, era la fotografía de mis padres mirando fijamente al lecho y por ende a mí. Era incapaz de conciliar el sueño con ellos contemplándome sin descanso, sus miradas no me parecían precisamente amigables, más bien todo lo contrario, era como si me reprocharan el no haberles hecho demasiado caso a ninguno de los dos en vida. Me tumbé sobre un costado, sobre el otro, boca arriba, pero no podía evitar abrir los ojos y verles en la penumbra. La farola del exterior los iluminaba de forma algo tenebrosa y me sentí de repente como si tuviera 30 años menos. Finalmente me tumbé boca abajo e intente pensar en cualquier otra cosa que no fuera en ellos. En ese momento añoré una impersonal habitación de hotel. Fue al cabo de diez minutos cuando empecé a oír extraños ruidos procedentes del piso de al lado. Eran gemidos de una mujer que parecía estar pasándoselo realmente muy bien, los muelles de la cama se movían con un ritmo marcado por sus jadeos. Me concentré en escucharla con todo detenimiento, desvelándome por completo. Aquella mujer alternaba alocados gemidos con suspiros de alivio, quizás provocados por lo que yo intuía podían ser orgasmos. Los gemidos pararon tras diez minutos, el ruido cesó completamente e intuí que la mujer se había dormido, feliz y sosegada tras la lujuria. Su respiración pausada y serena pero fuerte lo advertía. Yo, sin embargo, me sentía francamente excitado, notaba mi pene pulsátil y duro, mi corazón le bombeaba sangre con fuerza y lo sentía a punto de estallar. Empezaban a encajar las piezas. Ahora comprendía el motivo del fallecimiento de mi padre, había muchas probabilidades de que aquella mujer hubiera cometido un homicidio involuntario sin saberlo, su pasión y las finas paredes del inmueble habían precipitado la muerte de mi padre, algo débil del corazón. Sin embargo me sentía feliz por él, había tenido una muerte dulce y gozosa. No había sido tan divertido no obstante, para la portera del inmueble, descubrir su cadáver cuando abrió su puerta, escamada al no obtener respuesta cuando llamó al timbre para bajarle la basura como hacía a diario. Creo que la opinión que tenía de mi padre de hombre serio y respetable cambió definitivamente para siempre, al verle desnudo, empalmado y agarrando con firmeza su miembro. Para seguir manteniendo la misma imagen de él ante la familia simplemente comenté que el motivo de su muerte había sido un infarto repentino por causas desconocidas, una buena excusa que no comprometía a nadie. Tenía calor, me levanté y me desnudé por completo. De pie, mi miembro no daba tregua alguna, lo acaricié y me tumbé de nuevo, pero me sentía extraño, estaba en la cama de mi padre y encima, aquella foto era como una maldición, un instrumento disuasorio de mi excitación, así que al final me dormí sin más. Al día siguiente por la mañana al despertar sentí nauseas y claustrofobia por estar allí y abrí todas las ventanas de par en par. Había tenido extraños sueños en los que se mezclaban la muerte de mi padre, recuerdos de mi infancia y los gemidos de la vecina de al lado. Tenía el cuerpo empapado en sudor, me di una ducha bien fría y bajé a desayunar al bar de la esquina para intentar olvidar aquellos sueños. El día resultó francamente agotador, me dolían los ojos de forzar la visión con las escrituras antiguas de sus propiedades, aquellos delicados papeles amarillentos me parecían tan complicados como extraños jeroglíficos aún sin resolver. Al acostarme, mullí la almohada y guardé silencio justo a la misma hora en la que la noche anterior había escuchado los gemidos. Sabía que lo más seguro era que la mujer no se dedicara a la misma actividad, sin embargo, no tardaron en escucharse de nuevo extraños ruidos. Me podía imaginar a la mujer que moraba en la casa de al lado, una mujer voluptuosa, de caderas prominentes y grandes pechos, vestida con un largo camisón de seda blanca cuasi transparente. Imaginaba su largo pelo y sus rizos cobrizos, sus labios intensamente pintados de rojo y sus ojos enmarcados con un lápiz negro. Su voz era muy sugerente y estaba convencido de que tenía que ser extremadamente viciosa. Intenté poner una imagen a sus gemidos, unos rítmicos movimientos a sus jadeos. Estaba abierta de piernas, tumbada en la cama pero con su cabeza ligeramente fuera de ella, mostrando su largo cabello que caía hasta el suelo. Una de sus piernas estaba apoyada en el colchón y la otra lucía esplendorosa en toda su largura. Tenía la tez blanca como una preciosa pin up de revista. Sus largos dedos acariciaban todo su cuerpo, sus uñas, pintadas de rojo, despertaban el vello por el que pasaba y su pubis, frondoso y enmarañado, escondía su húmedo secreto entre las piernas. Acariciaba su sexo vehementemente, su cabello se mecía en el aire y yo sentía mi pene de nuevo entre las piernas. Lo agarré con mi mano derecha y comencé a moverla hacia arriba y hacia abajo, pero la foto de mis progenitores me castigaba con su mirada, así que me levanté y con ansiedad descolgué el retrato. Cual fue mi sorpresa cuando descubrí que la foto escondía un cristal que mostraba precisamente la mujer de la que era víctima mi imaginación. Ahora estaba ante mí. Por un instante me quedé parado sin saber qué hacer. La contemplé con calma, no era la pin up que me había imaginado, aunque tenía cierto atractivo. Su pelo era largo, pero era negro y liso, su cuerpo no estaba desbordado en curvas y sus uñas no estaban pintadas, tampoco sus labios, pero su pubis era como el que yo me había imaginado y su postura parecía haberla calcado de mi mente. Miré el cristal, era muy oscuro y comprendí que realmente podía no ser más que un espejo al otro lado de la pared. La mujer no se había inmutado lo más mínimo tras descolgar el cuadro así que seguramente no se había percatado de mi presencia. Mi padre había conseguido hacerse un hueco como voyeur. No le culpo, creo que yo hubiera hecho lo mismo si hubiera tenido una vecina tan fogosa como aquella. Ahora podía contemplar a la mujer desde mi asiento preferente, era sin dudarlo, una habitación con vistas a pesar de todo. Desconocía la razón por la que existía esa comunicación entre los dos pisos, quizás había estado siempre y mi padre lo descubrió tras un cuadro o, a lo mejor era él mismo el que, tras haber estado mucho tiempo deshabitado, había aprovechado la ocasión y, usurpando las llaves de la portera, con la que creo se llevaba muy bien, había hecho una pequeña reforma a su antojo para dar una mayor amplitud a su visión. Las explicaciones que me daba, sin embargo, no me convencían, había sido demasiada suerte intuir la futura llegada de aquella mujer, ¿cómo sabía mi padre que no era un hombre el futuro inquilino? Dejé a un lado las preguntas que se agolpaban en mi mente y me dediqué a contemplar la belleza que se me mostraba tan cercana. La mujer había echado a un lado las sábanas y contemplaba sus movimientos en el espejo por el que yo la miraba. Su mano izquierda acariciaba sus pechos y su mano derecha apenas la podía ver, estaba demasiado escondida entre sus piernas. Comencé a masturbar mi miembro de pie, absorto por la imagen de sexo gratuita e inesperada. La mujer se giró hasta que pude contemplar en toda su plenitud sus labios mayores apuntando hacia mí. Poco a poco fue metiendo los dedos en su sexo, de forma cadenciosa, regalándome de vez en cuando la visión del inicio de su oquedad, ahora rojiza, brillante y muy abierta. Jadeaba y se retorcía, dando vueltas sobre sí misma, cada vez más excitada. Yo estaba igual, mis movimientos subieron de ritmo, acaricié mi glande con mi dedo índice lleno de saliva, cogí mis testículos con la mano izquierda y los mimé, arrastrando mi mano hasta el inicio del ano, al cual rocé levemente. Sentí un escalofrío de placer. Todo mi cuerpo tenía la piel erizada y mi mente, completamente bloqueada en ese momento, sólo pensaba en encontrar algo grande para lanzarlo contra el espejo y destrozarlo para poder respirar el aire que emanaba la mujer. Un espasmo unido a un gemido subido de volumen me anunció que había terminado, lo mismo hice yo, sintiendo una paz infinita cuando vertí mi semen por entre mis dedos. La mujer yacía ahora relajada y sonreía al espejo, yo sonreí igualmente a pesar de saber que no era capaz de verme. Cerró sus ojos y en cuestión de segundos se quedó profundamente dormida. Tras lavarme, volví a la habitación, coloqué el retrato de mis padres en un cajón y tras imaginarme a mi padre en la misma situación en la que había estado yo hacía unos minutos, me dormí. Al día siguiente me levanté temprano. Tenía que volver a mi casa y a pesar de que me hubiera gustado pasar otra noche allí y sobre todo, en la habitación de mi padre, mis obligaciones no me lo permitían, así que me puse pronto a ordenar los papeles y coger los más importantes que necesitaba. Estaba tan ensimismado que me sorprendió el timbre de la puerta. Miré la hora: eran ya las seis de la tarde, no me había dado cuenta siquiera de que no había almorzado. Abrí la puerta y me sorprendió ver precisamente a la vecina de al lado. -Perdona que te moleste, es que he oído ruidos y me ha dicho la portera quien eras. Sólo quería decir que siento lo de tu padre-Dijo ella con una voz dulce y suave.- Tu padre era un buen hombre. -Muchas gracias.-Dije yo algo avergonzado-Te invitaría a tomar un café, pero es que no hay nada en la casa. -Genial, así tengo una buena excusa para invitarte a tomarlo en la mía. Me sorprendió su invitación pero la acepté con alivio, por fin tomaría algo caliente, la verdad es que el día anterior había mal comido en el bar de la esquina y la idea de unas pastas acompañando el café me atraía especialmente. María, que así se llamaba ella, me invitó a sentarme en el sofá, agasajándome con todo tipo de bollería variada que admitió mi estómago con muestras de agradecimiento haciéndose notar por medio de extraños ruidos. Hablamos sobre mi padre principalmente y las veces que la había ayudado con la cosa: a colgar una lámpara, a montar una estantería… Me sorprendió la habilidad de mi padre, nunca la demostró mientras vivía con él. Tras el café llegó el brandy y ambos bebimos con ganas. Una extraña atmósfera pareció envolvernos, quizás era el espíritu de mi padre que había vuelto a su hogar, aunque lo dudaba. Lo cierto es que me sentí muy cercana a María, tanto como parecía estar ella de mí. Mi mano acarició su rostro y ella me dio un tierno beso. La abracé en el sofá e inclinando mi cuerpo sobre el suyo, la besé apasionadamente. Ella se mostró tan apasionada como en las sesiones nocturnas, acarició mi cuerpo y se adueñó de mi miembro tras liberarlo de los pantalones. La ropa era un incordio y tardamos apenas dos segundos en desembarazarnos de ella. Cogí sus pechos y acerqué la boca hasta tocar con mi lengua sus pezones. Abrió sus piernas, apretó mi culo entre sus dedos y ahuecó su pelvis invitándome a hacerla suya. Lo hice de inmediato, mi miembro resbaló dulcemente en su interior y sentí un tope en mi glande. Nos movimos al unísono, buscando el máximo placer. Ella gemía incluso con más intensidad que la noche anterior, me tiraba del pelo forzándome a echar mi cabeza hacia atrás. Posé mis manos sobre sus brazos y la inmovilicé, acometiéndola con más fuerza hasta que sentí que mi pene buceaba ahora por una cavidad más estrecha y ella había conseguido gozar. La estrechez del habitáculo hizo que me dejara llevar yo también por el placer, vertiéndome sobre ella e intentando no caerme del sofá. Tras el goce, ahora todo me incomodaba, la estrechez del asiento, un cojín clavándoseme en un riñón, la luz de la lámpara de pie en mi cabeza. Pero mi incomodidad se debía también a que me quedé mudo, no sabía qué decir, no había nada de lo que quisiera hablar con ella en ese momento, fue María la que me sacó del apuro. -¿Te puedo pedir algo? Como tu padre no está… ¿Me podrías ayudar a cambiar una cómoda de lugar? Es de madera maciza y no consigo moverla ni medio milímetro. -Claro, no hay problema. ¿Dónde la tienes? -En el dormitorio-contestó ella- Nos dirigimos desnudos al dormitorio. Mientras ella me mostraba la cómoda a mover yo no pude dejar de contemplar el misterioso cristal que no espejo que daba al dormitorio de mi padre. La habitación de mi padre asomaba tras él mucho más oscura, pero se podían ver perfectamente todos sus enseres. No quise preguntar a María nada que pudiera desvelarme los secretos de mi padre, prefería que se fueran con él para siempre a la tumba. María sonrió, dándose cuenta de mi descubrimiento. -¿Te veré alguna vez más por aquí? –Dijo ella. -Sí, la casa ahora es de mi propiedad y aún me queda mucho por hacer aquí -Contesté sin poder desviar la mirada del mágico cristal.

10 comentarios:

Zorra Bella dijo...

Muy erótico, felicidades

Lydia dijo...

Tus relatos son siempre atrapantes Alice, cargados de morbo, de misterio...pero más aun cuando los acabas con ese final tan sorprendente y extraordinario...
Eres única.

Besitos.

Unknown dijo...

Muy bueno el relato y tu nombre genial Me encanta Alice

Kostas Vidas, poeta de cantina dijo...

Alicia significa verdad. Y es verdad que la presencia de sexo y eroticidad en nuestra imaginación intensifica la sensación de vitalidad. Bellos relatos y agudos finales. Felicidades. No puedo menos que ponerte de enlace en mi blog si no tienes inconveniente. Si lo tienes házmelo saber y lo quito.
Un saludo.

Kostas Vidas, poeta de cantina dijo...

Alicia significa verdad. Y es verdad que la presencia de sexo y eroticidad en nuestra imaginación intensifica la sensación de vitalidad. Bellos relatos y agudos finales. Felicidades. No puedo menos que ponerte de enlace en mi blog si no tienes inconveniente. Si lo tienes házmelo saber y lo quito.
Un saludo.

Erotismo dijo...

Tiempo sin pasar por aquí... y veo que sigues con toda tu sensualidad.

Ahora me paso por Ninetta que era mi "debilidad"

Besotes

Dionisio dijo...

hola alicia, te dejo mi blog, me gustaria que lo veas, besos

Dionisio dijo...

http://insaciablee.blogspot.com


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Unknown dijo...

tienes buena imajinacion para escribir esto, me gusta

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Unknown dijo...

buen relato

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