miércoles, 19 de septiembre de 2007

Los deberes de Mario IV: El post it



Alicia miraba la hora una y otra vez. Su reloj parecía haber muerto. Era su primer día de trabajo tras las vacaciones y la jornada se estaba convirtiendo en un verdadero suplicio. Aún quedaban tres horas para poder marcharse, los expedientes financieros acumulados en su ausencia parecían burlarse de ella, el aire acondicionado estaba en su contra y expulsaba calor africano, la silla en la que estaba sentada, se asemejaba a un potro de tortura. Volvió a mirar el reloj, ni siquiera habían trascurrido cuatro minutos desde la última vez que lo miró. Cogió un expediente y lo leyó sin ganas. Miró la ventana, el sol invitaba de nuevo al relajo, era incapaz de concentrarse, se levantó y fue a la máquina de café en busca de salvación en forma de cafeína.
El café no era malo, es que no se le podía poner un nombre tan digno a la pócima que se estaba tomando en esos instantes. Lo bebió de un sorbo y sin respirar, cual si se tratara de un medicamento. Bajó las escaleras de nuevo hasta su despacho, el café había cobrado vida efervescente en su estómago. Miró de nuevo su reloj y comprobó desesperanzada que no se había estropeado.
Al llegar a su despacho, vio que en la pantalla de su ordenador había pegado un pos-it de color amarillo:


“Te espero en diez minutos en el baño de caballeros de tu planta, no faltes. Besos, Mario”


Desprendió el papel rápidamente, y miró hacia la puerta, pero parecía que sus compañeros no se habían movido de sus despachos. Un sobre de color blanco asomaba por debajo de su teclado. Lo abrió:


“Mi querida Alice,
Hoy, aprovechando que tengo el día libre, he decidido hacerte una visita a tu trabajo. Quiero abrazar tu cuerpo desnudo, lamer tu piel, sentir tu respiración en mi cuello, hacerte el amor… Sé que pensarás que es una locura, pero te deseo. ¿No fue eso lo que me dijiste ayer cuando llamaste furtivamente? ¿Qué harías cualquier cosa por estar conmigo?
Cuando leas esto, ya estaré en los baños, pero sabes de mis juegos y de mis retos, me excita pensar que harás lo que yo te diga, que te colocarás de alguna forma en una situación comprometida por mí: quiero que vengas, pero con una condición, quítate en tu despacho la ropa interior, ven sin ella, sino, mi brutal deseo por ti acabará por desquiciarme hasta arrancarte la ropa salvajemente. Besos, Mario”


Alicia leyó la carta dos veces. No podía creerse que Mario hubiera sido tan osado como para venir al trabajo. Si algún compañero les viera se metería en un buen lío. Lo cierto es que Alicia sintió el deseo brotando en su interior al leer las palabras de su amante. Los retos le gustaban a Mario, pero también a Alicia, que disfrutaba aún más con ese tipo de situaciones complicadas, el morbo de la dificultad, de poder ser pillados in fraganti. Era incapaz de evitar que su excitación le condujera hacia él, daba igual el momento, el lugar, no importaba el riesgo…
Alicia cerró la puerta de su despacho, era algo inusual en ella, le gustaba dejarla abierta y más en verano, cuando intentaba por todos los medios que la corriente bajara la temperatura del mismo. Se refugió al lado de la ventana, allí nadie podría observarla desde fuera. Se deshizo de la camiseta rosa que llevaba y sus manos intentaron desabrochar su sostén, pero estaba nerviosa, demasiado, y sus manos temblorosas parecían las de un amante virginal en su primera experiencia sexual. Por fin lo consiguió, pero justo en esos momentos, el teléfono de su despacho sonó imperativamente, una y otra vez. Miró la pequeña pantalla que identificaba la llamada, ¡precisamente tenía que ser su jefe! Lo cogió, con su mano derecha mientras que su otra mano agarraba su camiseta recién quitada.
-¿Cuál? Ese expediente no me suena. Espera, que me han dejado unos cuantos encima de la mesa, a ver si por casualidad está aquí…
Alicia rebuscó nerviosa entre todos los papeles.
-Sí, sí, tenías razón, lo tengo yo, ahora mismo te lo llevo.
Volvió a ponerse apresuradamente la camiseta, olvidando el sostén en el suelo y llevó el expediente a su jefe. Al entregárselo, notó la mirada de éste, entre sorprendida y lujuriosa, sobre sus pezones aún erectos bajo la blusa, debido a la excitación del juego que había comenzado. Se ruborizó al sentirse observada mientras le recorría un escalofrío de placer por la espalda. Verdaderamente Mario la estaba trastornando, pensó.
Cuando llegó a su despacho, volvió de nuevo a la tarea, rápidamente se descalzó, se quitó los pantalones y bajó sus bragas. No habían llegado éstas siquiera a sus rodillas cuando la puerta de su despacho se abrió sorpresivamente. Alicia intentó taparse con los pantalones.
-¡Mario! ¡Qué susto me has dado…! Creí que…
-No he tenido paciencia para esperar a que vinieras.
Mario besó a Alicia, recorrió con los labios su cuello, sus manos se escondieron bajo la camiseta y Alicia sintió los dedos de su amante pellizcando sutilmente sus pezones.
-Aquí no podemos…Mario, por favor…
Pero Mario ya no escuchaba. Se apretó contra Alicia y ésta pudo sentir su miembro en erección, que parecía luchar por salir de ese espacio tan limitado que lo confinaba a estar en los pantalones. Mario agarró los brazos de Alicia y ésta se dejó arrastrar hasta la mesa del despacho, aunque su mirada no podía alejarse de la puerta. Su jefe podría entrar, cualquier duda sobre el expediente que le acababa de entregar podría ser la excusa, pero era incapaz de resistirse a su amante que, conocedor de sus deseos, había empezado a juguetear con su sexo, mientras liberaba por fin su verga de la celda. Alicia a pesar de todo, se deshizo de él y se dirigió a la puerta, apoyó sus brazos sobre la misma, utilizándolos como palanca contra la entrada de cualquier intruso, y se ofreció de espaldas a la mirada de su amante. Mario se acercó, dirigió su boca hacia la nuca y le despojó de su camiseta, quedándose Alicia completamente desnuda. Estaba muy nerviosa, cualquiera podría darse cuenta de la película que se estaba desarrollando en el despacho si no controlaba sus jadeos y su excitación. Mientras, girándola sobre sí misma, Mario agarró sus muñecas y mordisqueó sutilmente su piel, memorizando con sus labios todas sus formas, degustó sus pezones en la boca largo rato, succionándolos y peloteándolos con su lengua hasta que Alicia ya no pudo aguantar su intensidad y quiso desasirse de él, pero Mario volvió a atacarla por otro flanco, su sexo desnudo, cubierto por un mínimo triángulo de vello. Mario amasó su sexo, hundiendo sus dedos en su vulva y tirando levemente de sus labios mayores mientras besaba la boca de Alicia y ésta, dejaba que fuera su amante la que le guiara sus pasos. Mario levantó una de sus piernas a su amante y clavó su miembro en su sexo. Alicia apagó en su interior un grito de satisfacción mientras sentía que las piernas le flaqueaban, en parte por el abandono al placer, en parte por la premura por terminar y en parte por el miedo a ser descubiertos. Pero Mario azuzaba a Alicia con sus movimientos, cada vez más vivos y descontrolados, sintiendo que su amante se deshacía en orgasmos sucesivos hasta que eyaculó en su interior y ralentizó sus movimientos hasta que paró por completo. Permanecieron abrazados tan solo un breve lapso de tiempo mientras sus respiraciones volvieron a ser acompasadas, Alicia fue la primera en coger sus ropas y vestirse de nuevo. Mario subió su cremallera, besó a Alicia y abriendo la puerta del despacho, salió diciendo en voz alta: “muchas gracias por sus consejos para mis inversiones, Srta. Alicia, volveré para que me presente un nuevo plan, en unos días”. Y cínicamente la tendió la mano.
De nuevo el teléfono volvió a sonar, su jefe otra vez, que tenía una duda del expediente que acababa de recibir de sus manos, quizás realmente lo que quería era cerciorarse de que si lo que había visto tras la blusa continuaba allí, pensó Alicia... El azar o la suerte habían querido que tardara lo suficiente para que Mario y Alicia disfrutaran de su encuentro.
Alicia cogió unos papeles y salió de su despacho en dirección al de su jefe. Por el pasillo, sentía el semen resbalando entre sus piernas, tenía las bragas completamente mojadas, pero no le molestaba, se miro sus pezones duros y sonrió picara. La situación le parecía excitante y morbosa...


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