martes, 18 de septiembre de 2007

Mi nuevo vecino



Con los primeros días de diciembre, empezaron las heladas en la ciudad. Las tardes, oscuras y sombrías, incitaban a quedarse en casa al calor de la calefacción. Alice vivía en un pequeño apartamento situado en el centro, apenas contaba con más de 30 metros cuadrados y era todo interior. Sólo había una ventana en la casa, la de su dormitorio, que daba a un patio de luces y la única visión que le proporcionaba era la de los pisos que correspondían a la escalera contigua.

Alice se había trasladado hacía poco, y todavía le costaba acostumbrarse a la casi ausencia total de luz natural. El invierno le entristecía y la falta de sol aún más. Sentía claustrofobia en el piso, pero era lo único que podía pagar, el alquiler era bueno y estaba cerca de su trabajo. La ventana tenía cortinas, pero nunca las corría. Era un alivio ver las luces de los pisos de enfrente, oír el murmullo de las conversaciones de sus vecinos. Le hacían sentir menos sola.

Esa tarde, mientras se quitaba el abrigo y los zapatos, se dio cuenta de algo: la ventana que había enfrente de su piso estaba iluminada. Jamás antes la había visto con luz. Alice sintió curiosidad por saber quien era su nuevo vecino o vecina y fue en ese momento cuando sus ojos se encontraron con los ojos de un hombre, de alrededor de unos 40 años, alto y corpulento, que al ver cómo Alice le miraba empezó a sonreír. Alice sintió como su piel se erizaba e inmediatamente corrió las cortinas.

Esa noche le costó dormirse, los ojos de ese hombre, de ese desconocido le habían sugerido muchas cosas, de alguna forma se había sentido desnuda con su mirada.

Todas las tardes, al volver a casa, seguía el mismo protocolo: se quitaba el abrigo y los zapatos, e intentando disimular actividad, miraba de reojo a su vecino. Por otra vecina se enteró que su nombre era Malcom, que se había separado recientemente y poco más, suficiente.

Todas las tardes, Alice echaba un vistazo sin ser vista a la ventana. Él siempre estaba sentado frente a su ordenador. Sabía que Malcom la miraba. Después de unos minutos, Alice corría la cortina y se quitaba la ropa.

Alice empezó a fantasear con él, comenzó a sentir una atracción sexual por Malcom como jamás había sentido hasta el momento por ningún desconocido. Se masturbaba cada noche pensando en él. Estaba a tan pocos metros de ella...

Los días iban pasando y Malcom pasó a ser su obsesión, le deseaba con locura, quería tenerle cerca, olerle, tocarle...Esa noche habría luna llena y Alice, como en todos los plenilunios se transformaba, se sentía primitiva, su mente se bloqueaba y sus instintos más salvajes salían a la luz. Esa tarde, al entrar en su casa, se quitó el abrigo y los zapatos, con las cortinas descorridas, como todos los días. Pero no las corrió esta vez. Malcom la estaba mirando, ella lo sabía, lo sentía, y sabiéndolo, pero haciéndose la despistada, se desnudó lentamente. Desabrochó su falda, que cayó al suelo dejando ver las largas medias negras que llevaba. Uno a uno desabrochó los botones de su blusa y la tiró en la cama con estudiada dejadez. Su ropa interior era negra, de encaje e inspiradora de deseo. De pie, subió una de sus piernas encima de la cama y con gran suavidad, se quitó una de las medias. Hizo lo mismo con la otra. Se quitó el sujetador y lo depositó cuidadosamente en la cama, inclinándose ligeramente y dejando visible su culo, cubierto por la mínima tanga. Vio por el espejo de su habitación que Malcom estaba de pie frente a la ventana. Llevaba puesto una camiseta y unos boxers. Alice percibió visualmente la excitación de su vecino. Finalmente se quitó la tanga y, desnuda, corrió la cortina sin mirarle siquiera, como si no se hubiese dado cuenta de que él estaba ahí.

Alice, día tras día repetía el mismo ritual exhibicionista en la ventana y Malcom siempre estaba en su ventana para observarla. Alice nunca le miraba directamente, pero sabía que últimamente, él se masturbaba mientras ella se desnudaba. Malcom se quitaba la ropa y Alice contemplaba en el espejo su desnudez, su miembro erecto apuntando hacia ella y veía su mano manoseando su miembro hasta eyacular.

Una tarde, Alice se atrevió... Llegó a casa, se quitó el abrigo y los zapatos y se empezó a desnudar. Pero esta vez lo hizo frente a la ventana y clavando sus ojos en los de Malcom. Mirarle y excitarse fue todo uno. Pensar lo que iba a hacer fue suficiente para que de su sexo empezaran a manar fluidos de deseo. Se desnudó para Malcom, que la miraba de forma lasciva, ansiosa. Malcom no perdía detalle, seguía las manos de Alice, que constantes aunque un poco temblorosas, no cesaban en su tarea de desnudarla por completo. Sólo una prenda, sus bragas, y toda su pálida desnudez quedaría a su vista, su cuerpo sería suyo aunque sólo fuera con la mirada. El teléfono de Malcom sonó en ese momento, inoportuno, molesto e impertinente. Alice se quitó su última prenda, pero él ya no estaba en la ventana. Se había ido. La rabia le invadió, se sintió idiota en su desnudez suplicante y corrió la cortina.

Puso música en la radio y el timbre de su puerta sonó. La pesada de al lado, a pedir algo, como todos los días cuando la oía llegar a casa. Se puso una bata y abrió la puerta. Pero no era su vecina… Allí estaba Malcom, vestido con un chándal azul, a menos de un metro de ella. A Alice le dio un vuelco el corazón. Sin mediar palabra, dejó caer su bata y se quedó completamente desnuda. Malcom cerró la puerta, se quitó el chándal precipitadamente y cogió a Alice por la cintura. La empujó contra la pared y la recorrió con sus manos y su boca. Alice se derretía con su roce. Malcom no dejó ningún resquicio por chupar, sus dedos gruesos y largos se adentraron en las profundidades de Alice. Metió y sacó sus dedos de forma reiterada, cada vez estaban más húmedos y llenos de flujo. Alicia gemía de placer. Sacó sus dedos y sin miramiento alguno, la puso de rodillas y empujó su cara contra su polla caliente, erguida, presuntuosa. Alice se la metió en la boca y la chupó con ganas, insalivó y la roció con su saliva hasta que notó como resbalaba entre sus labios, ayudándose de su mano para la tarea. Malcom jadeaba y le tiraba del pelo. Los labios de Alice se empezaban a entumecer cuando Malcom la cogió y la empujó hacia la cama. Penetró su coño ardiente, haciendo que Alice se deshiciera de placer, corriéndose casi al instante. Malcom era salvaje, intenso, ella jadeaba y se dejaba llevar. La pasión era tal que cayeron al suelo. Alice notaba las baldosas frías, pero su calor interior era ya fuego y ni sintió el duro suelo. Malcom la seguía embistiendo en el suelo, le pellizcaba los pezones y le propinaba suaves cachetes en el culo. Alice nunca había follado jamás de esa forma. Sus orgasmos se sucedían.
Dio la vuelta a Alice y a cuatro patas siguió poseyéndola mientras le tocaba sus tetas, que vibraban a cada sacudida. Las piernas de Alice empezaban a flaquear, Malcom parecía incansable. Salió de Alice y le dio la vuelta, metiendo de nuevo su polla en la boca. Alice, sumisa, la volvió a acoger y se la trabajó bien, Malcom la empujaba y Alice la sentía hasta en la garganta. Estaba dura como una roca, la sacó de nuevo y volvió a poner a Alice de cara contra el suelo. Alice puso el culo en pompa para ayudarle, pero Malcom no se conformaba con su coño, y empezó a hacer intentos para meterse en su culo. Alice sintió sus deseos y quiso apartarle, pero Malcom era fuerte y no podía con él. Agarró fuertemente a Alice y tuvo que rendirse. Al final, Malcom consiguió clavar la polla en el culo de Alice, que gritó de dolor. Con cada embestida, Alice pegaba un grito, pero después de un rato, empezó a sentir placer, sobó su clítoris mientras Malcom continuaba y explotó en palpitaciones que la dejaron sin fuerzas. Malcom, a punto de correrse, sacó su verga, dio la vuelta a Alice y eyaculó encima de su cara y de su cuerpo. Se incorporó y se puso el chándal, mientras ella seguía tumbada aún en el suelo intentando recuperar el resuello.

Sin decir nada a Alice, apenas una leve sonrisa asomó en su rostro, abrió la puerta y se fue. Alice todavía temblaba de lo que había sentido, sus pechos, su cuello y sus labios tenían resto de semen. Le gustó y se relamió.

Pensó que, después de todo, no era tan malo vivir en un piso todo interior...



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