jueves, 16 de octubre de 2008

Café y matemáticas

Era en los atardeceres cuando yo me despertaba. Hasta esa hora de la tarde, mi vida era una sucesiva letanía de hechos rutinarios hasta el bostezo. Me levantaba, preparaba el desayuno a mi marido mientras se duchaba y le daba un beso de despedida cuando se iba a trabajar. Limpiaba la casa, preparaba la comida, me vestía y quedaba con mis supuestas amigas de la urbanización para tomar un café e ir juntas a clases de Pilates. Regresaba a casa y mientras ponía la mesa, veía las noticias esperando a que Esteban volviera. Nada era sorprendente y nada me motivaba. Pensé que ya a mis 46 años me conformaría con aquella existencia baldía con la que se habían conformado mis amigas a las que he llegado a odiar en ocasiones al verlas felices sin tener ningún motivo para ello. Conocía a sus maridos y por mucho que les mirara con buenos ojos, no me parecían seres capaces de lograr ni siquiera su propia felicidad, evidentemente imposible que lograran la ajena. El destino se encargó de cambiarlo todo una tarde de otoño, cuando las gotas de lluvia que estaban cayendo lánguidamente mancharon los cristales de las ventanas que acababa de limpiar. Mi marido me había comentado algo hacía unos días, pero como en otras ocasiones, ni siquiera le había prestado atención. Fue al sonar el timbre de la puerta cuando lo recordé. -Éste debe ser Oscar-dijo mientras se levantaba a abrirle. Me levanté yo también del sofá y vi pasar por delante del salón a aquel muchacho saludándome con una media sonrisa. Esteban y él se encerraron en el despacho y yo me volví a sentar intentando seguir con la lectura del libro que había cogido de la biblioteca esa misma mañana. No fui capaz de seguir. Mis pensamientos viajaron muy lejos en el tiempo pero me resultaban aún tan cercanos que me dolían. Regresaron al momento en que Esteban y yo queríamos tener hijos y no pudimos, la desesperanza y la frustración de los penosos tratamientos de fertilidad, los malos resultados y la rendición final. Mi hijo podía tener ahora la edad de Oscar. Mi marido era profesor de matemáticas en un instituto. Era buen profesor y un buen hombre, tranquilo, pausado y demasiado lógico para ser espontáneo. Jamás me reí con ninguno de sus chistes. Pero a pesar de todo, nos llevábamos relativamente bien, habíamos pasado demasiado cosas juntos como para no hacerlo. Impartía clases a los chicos de segundo de bachillerato y todos decían que era el mejor profesor de matemáticas que había tenido el centro desde hacía tiempo. Fue al empezar el nuevo curso cuando, ante la insistencia de algunos padres y los mismos alumnos, decidió ayudar con clases particulares a los muchachos que eran brillantes en otras asignaturas pero iban más flojos en la materia y querían sacar un buen expediente para optar por la carrera deseada. Oscar era uno de aquellos chicos. Alto y con paso decidido, vestía como un chico más de su edad, vaqueros de cintura baja, camiseta de deporte y zapatillas de marca. Tenía el pelo negro y lo llevaba cuidadosamente despuntado. Sus ojos grandes y marrones lucían con un brillo especial. Sonó el timbre de la puerta cuando aún faltaban diez minutos para terminar la clase. Abrí y encontré al que parecía ser el segundo alumno de esa tarde. A pesar de tener la misma edad que Oscar, Pedro, que así me dijo que se llamaba, parecía todavía un crío con su cara llena de acné, sus rizos castaños y sus gafas oscuras y redondas. Le invité a sentarse en el sofá mientras mi marido terminaba la clase. Pedro era muy tímido así que proseguí con la lectura no acosándole con preguntas para no intimidarle. Por fin finalizaron la clase y Pedro se encerró con mi marido mientras yo despedía a Oscar en la puerta, pero en el exterior tronaba con fuerza y la lluvia caía a borbotones sobre el asfalto. -¿Por qué no te esperas un poco a que escampe? Te invito a un café si quieres. Oscar dudó, pero respondió con un escueto “vale” que fue suficiente para que entrara de nuevo en casa. En la cocina, Oscar seguía mis movimientos y respondía a mis preguntas. Me admiró su madurez y su seguridad, su voz grave me fue envolviendo poco a poco. Por un instante, me sentí como si fuera su madre, me imaginé la rutina de prepararle la merienda, como estaba haciendo en esos momentos. Sentí deseos de darle un tierno beso en la frente, de invitarle a que se quedara a dormir en el cuarto de invitados, el que hubiera sido el dormitorio de nuestro hijo. Mientras estaba absorta con mis pensamientos, me giré para preguntarle cuántas cucharadas de azúcar quería y le vi ruborizarse al verse sorprendido contemplando fijamente mi trasero. Oscar se tomó el café y se fue. Me senté en la silla de la cocina y me quedé mirando sin pestañear la puerta del frigorífico sin poder pensar absolutamente en nada. Estaba completamente obnubilada y de alguna forma, haber ejercido de madre por unos minutos me había servido para sentirme realmente bien. Además, el pequeño descubrimiento de que resultaba apetecible para un hombre joven atizaba mi coquetería femenina, últimamente adormecida por la rutina. Oscar y Pedro venían a casa un día sí y otro no. Con Pedro poco hablaba, es cierto que al ser más niño podía haber ejercido también como madre con él, pero no me llamaba la atención en absoluto. Era Oscar el que me llenaba, me gustaba su olor varonil, sus brazos torneados, sus labios perfectamente delineados, su nuez abultada en el cuello. El café después de la clase se convirtió en acostumbrado y los ratos en los que estábamos juntos eran cada vez mayores. Comencé a arreglarme más para recibir a aquellas visitas, me gustaba verme guapa aún estando en casa. Intercambiamos sensaciones, inquietudes y deseos. Era una terapia que me resultaba plenamente placentera y a Oscar, que había perdido a su madre al cumplir catorce años, intuía que le pasaba lo mismo. Estábamos muy a gusto el uno con el otro. Lo cierto es que cada vez pensaba más en él. Me sorprendieron los celos que sentí cuando me confesó que había conseguido acostarse con una compañera en una fiesta de sábado y no pude contener mi rabia riñéndole como si realmente fuera su madre, diciéndole que no podía acostarse sin más con la primera que pasara por su vida. No quería reconocerlo, pero Oscar me atraía como hombre más que como hijo. No recuerdo cuando me di cuenta de aquel sutil cambio, quizás fue una noche cuando estando con Esteban haciendo el amor, cerré los ojos y me imaginé a Oscar sobre mí, besándome dulcemente y poseyéndome por primera vez. Por la mañana, sentí remordimientos por aquellos tortuosos pensamientos. Mi deseo por él se avivaba al verle, la necesidad de tocarle se hacía imperativa. ¿Pero no ves cuánto te deseo? Me decía a mí misma en silencio. Nuestros cafés pasaron de la cocina al salón. Oscar y yo nos sentábamos uno al lado del otro y con la tenue luz de la lámpara de pie de la esquina hablábamos hasta que, a falta de cinco minutos para que terminara la clase mi marido, él se iba. Cada vez que cerraba la puerta y le despedía, sentía que me desgarraba por dentro, que una parte de mí se esfumaba y que volvía de nuevo a la más absoluta oscuridad. Aquella tarde cuando Oscar se marchó, me fui al baño y delante del espejo, me desnudé imaginando que al otro lado no estaba mi imagen reflejada en él, sino la de Oscar, contemplando cómo me desposeía de mis prendas y me entregaba a él. Acaricié el espejo y besé aquellos labios que me parecieron demasiado fríos al principio, lamí mi imagen para calentarla y al besarlos de nuevo, por fin conseguí imaginarme que eran los de él. Con la camisa desabrochada cayendo por mi espalda, me deshice del sostén y acaricié mis pechos, grandes y hermosos, los achuché y bajé la mano hasta mis piernas. Sin dejar de mirar mi imagen me desabroché los pantalones e introduje mis manos bajo las bragas, eran las de Oscar, grandes y fuertes las que lo hacían. Eran sus dedos los que curioseaban en mis entrañas y los que penetraban mi sexo. Mientras me masturbaba, pude oír a mi marido despidiendo a Pedro y gritando mi nombre mientras me buscaba por la casa. Un “¡estoy aquí!” salió de mis labios con algo de dificultad. Seguí mimando mi sexo hasta que el vaho del baño emborronó mi visión y la que yo me imaginaba de Oscar. Aunque quizás fue el orgasmo que sentí en ese momento el que hizo disminuir mi percepción visual. Fue algo fantástico, hacía mucho que no me masturbaba y casi ni recordaba la facilidad y la intensidad con que se llegaba a la meta. Al siguiente día que Oscar vino, me encontraba algo apurada a su lado, quería disimular en lo posible lo que sentía por él, pero me parecía que mi torpeza de movimientos al estar tan cerca de él me delataba. Mi piel se erizó por un instante cuando me agarró el brazo para contarme un chiste y mi sexo se volvió más presente que nunca. Demasiado para controlarlo, creo que mi cabeza había dejado de funcionar por completo porque si no, no entiendo cómo tuve el valor de acercarme a él y besar sus labios. Oscar, ante aquel gesto por mi parte no se inmutó. Me miró confuso, pero su inercia tendía hacia mí y al ver que me apartaba mientras musitaba un “no sé qué me ha pasado, lo siento” me abrazó y me besó. Fue un beso largo, ardiente y apasionado, pero tierno. Dulcemente tierno. Sentí su respiración fundida con la mía, toqué sus brazos y me gustó su firmeza, sus músculos aún no estaban formados completamente. Acaricié su pelo, tiré de él, besé su cuello y lamí con devoción los lóbulos de sus orejas. Pero no pasamos de ahí, el reloj acechaba la verticalidad y mi marido estaba a punto de salir con Pedro. Sentía mi corazón a punto de estallar y, aunque vi que Oscar quería seguir, le aparté señalándole la hora. Nos despedimos sin más. Con un adiós y sin darnos siquiera un beso. Creo que ambos estábamos pensando lo mismo. Que no había ocurrido nada o quizás sí, pero ambos teníamos cierto temor a reconocerlo. Esa noche me angustié pensando que Oscar quizás no volvería jamás y que se había arrepentido de lo que había hecho. Afortunadamente me equivoqué porque ese miércoles que tenía clase se presentó como siempre. El tiempo que duró la clase con mi marido se me hizo eterna, no podía parar, me levantaba del sofá, me sentaba, caminaba como un león enjaulado por toda la casa esperando que el tiempo trascurriera más deprisa. Por fin Pedro vino y los minutos volaron al lado de aquel insulso muchacho al que esta vez sí que le torturé con mis preguntas. Oscar apareció en el salón y mi marido volvió con Pedro al despacho. Nos quedamos de pie, mirándonos sin saber qué decir, yo no sabía si pedirle perdón, si decirle que había sido un error, así que dejé que mi corazón decidiera por mí y le abracé. Oscar correspondió a mi abrazo y sentí que estábamos de nuevo unidos. Nos besamos y abrazamos con ansiedad. Rocé con mis dedos sus labios, los chupé con delicadeza y lamí su abultada nuez. Palpé sus formas sobre la ropa, estaba tremendamente excitada. Acaricié su cuerpo y un impulso me hizo desabrochar su camisa. Oscar se dejaba hacer por mí. Besé sus pechos, acaricié el vello de su torso, mordisquee su cintura, desabroché sus pantalones y cogí entre mis manos su miembro, completamente erecto para mi deleite. Él seguía algo despistado, creo que temía por Esteban, que nos pillara in fraganti, pero supe que me deseaba cuando me desabotonó con ansiedad mi blusa, bajó mi sostén y se zambulló en mis pechos hambriento de deseo por ellos. Lamió y mordisqueó mis pezones, los succionó una y otra vez y sentí un placentero cosquilleo en ellos, posó su mano entre mis piernas y bajando la cremallera de mis pantalones, resbaló su mano dentro. Su pericia a pesar de los nervios me sorprendió. Yo le deseaba dentro, así que me desabroché por completo y le supliqué que se pusiera encima. Ante su mirada dubitativa, le tranquilicé, Esteban no iba a salir, todavía faltaba media hora para finalizar la clase. Oscar se puso sobre mí y resbaló su miembro en mi interior. Por un momento creí estar en un sueño y no en mi salón, no podía ser cierto que estuviera haciendo el amor con Oscar, pero su pene dentro de mí era algo demasiado real para suponer que no era cierto. Oscar me embistió con fuerza y yo le ayudé, fue corto pero tan intenso que mis ojos se llenaron de lágrimas que resbalaron por mi piel hasta caer en el sofá. Estaba llorando de puro placer, me volvía a sentir viva, Oscar era un soplo de aire fresco en mi existencia. Reposó jadeando unos momentos dentro de mí hasta que por fin consiguió recuperar el resuello y se apartó. Aquellas sesiones de sexo se hicieron habituales, éramos tan descarados, que a veces dejábamos escapar algún que otro gemido que nos hacía volver a la realidad del salón y de mi marido y Pedro a pocos metros de nosotros. No sé lo que había entre nosotros: pasión, amor, enamoramiento, cariño, ternura... No puedo definir mis propias sensaciones. Sé que Oscar se acostaba con alguna compañera de vez en cuando. Yo ya no le preguntaba por ello, no quería saber nada de su vida, me daba demasiado miedo competir con aquellas jóvenes que compartían su vida más que yo. Sabía que tenía unos momentos en los que era completamente mío, suficiente para ser feliz. Con Esteban me sentía bien, ya no sentía mi vida tan rutinaria, había encontrado algo que me daba luz en todos los sentidos. Había conseguido recuperar la ilusión de la sorpresa. Y eso es lo que me llevé. La mayor sorpresa de mi vida una noche en la que no podía dormir y encontré a Esteban masturbándose compulsivamente en el salón mientras contemplaba extasiado en el ordenador los encuentros que habíamos tenido Oscar y yo aquellas tardes. Fue en ese momento cuando me di cuenta de que aquel cable que había en la librería no estaba conectado a la televisión ni al video sino al ordenador portátil que él tenía siempre en la mesa del salón y que había estado grabándonos con la pequeña webcam que tenía escondida entre unos libros. Regresé silenciosa a la cama sin que Esteban percibiera mi presencia y dejé que siguiera disfrutando con aquellas imágenes. Decidí al taparme con la sábana que si él no había puesto ninguna pega al enterarse de mi relación con Oscar, yo tampoco tendría inconveniente en que siguiera ejerciendo de voyeur con nosotros. Un secreto por otro secreto, algo completamente justo. En ese momento creo que todos éramos algo más felices que antes.

12 comentarios:

susana moo dijo...

Me gusta mucho tu blog, me gustaría enlazarte. saludos
www.erotomana.com

Alice Carroll dijo...

Claro que puedes enlazarme Susana. No sé si me podrías invitar al tuyo para echarle un vistazo...
Muchas gracias. Besos.

arnand dijo...

Tengo que entrar a leerte más tranquilamente...
Parece interesante... ;)

Su dijo...

Una historia increible Alice, un buen aliciente para cambiar un vida rutinaria..
Besos dulces..

Anónimo dijo...

Dentro de los blogs que me encuentro en la categoría de eróticos, lleno de pornografia , es un placer, literalmente, encontrarse con un blog con tan buenos relatos... te visitare mas amenudo para las frias noches de invierno.

Cuenta con un asiduo tuyo y un fan en los premios.
davicine.blogspot.com

Lydia dijo...

Siempre sorprendente, siempre esa guinda al final, Alice que envuelve como nada ese regalo que es cada uno de tus relatos...

Besos, guapetona.

Andrés Schmucke dijo...

Hola, pasaba por aquí para echarle un vistazo a los nominados a los premios de 20 minutos. Aunque no estamos participando en el mismo renglón vine a pedir vuestra colaboración, solo pido un voto que no enriquece ni empobrece a nadie, claro que pido ese voto siempre y cuando te haya gustado lo que viste al pasar por mi espacio. Si no te gusto lo que viste pues no votes por mí.

Tremendo blog, un saludo desde Venezuela.

Andrés Schmucke.

susana moo dijo...

Sí, claro que te invito, disculpa el descuido:
www.erotomana.com
Saludos

Hiperbreves S.A. dijo...

Grandes relatos, así que como eres una escritora consumada aprovecho para pedirte 20 segundos de tu vida para que los dediques a leer alguna de mis pequeñas historias en http://www.hiperbreve.blogspot.com Y si te gustan, y te quedan, pues me das un votito.

Hiperbreves S.A. en la categoría de ficción

Murmullo cucarachas dijo...

para que no se te olvidee!!!

A ti te molan los BLOGconciertos de cucarachas???..

que nunca has ido a uno????...

Somos los murmullos de las cucarachas

Participamos en el concurso de blog del 20 minutos.

¡NO QUEREMOS TU VOTO!

¡Pero si hay una cosa que TU puedes hacer por NOSOTROS!

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Julio Torres dijo...

Me ha encantado bastante tu blog. Te deseo suerte en los Premios 20 Blogs. Tienes mi voto en los Premios 20 Blogs. Yo también participo en ellos y me gustaría que visitaras mi blog http://alareiramaxica.blogspot.com/

La categoría en la que concurso es la de mejor blog en versión original Tiene un poco de todo: música, humor, relatos, recuerdos, actualidad, etc. Y también tienes la posibilidad es escuchar mucha música online y cuenas con útiles enlaces o links. Recuerda que no te puede gustar lo que no conoces, así que prueba, sólo prueba, a visitar el blog.

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Un saludo, y lo dicho, suerte en los 20 Blogs.

P.D.: En mi blog tengo una sección llamada o recuncho erótico. Si quieres, puedes mandarme algo para publicar allí, o alguna de las que ya has publicado aquí. Sería algo de agradecer porque están muy bien.

relatos eroticos dijo...

Muy buen relatos, felicidades
desde Comunidad Erotica SexoSinTabues.com