sábado, 29 de marzo de 2008

Remoloneo en mi cama

Remoloneo en mi cama. Me gusta sentir las sábanas en mi piel, son una caricia, me envuelven, me relajan. Estoy desnuda. Abro los ojos y veo la luz que comienza a iluminar la habitación. Es verano, y por la ventana entreabierta, se oyen los escandalosos trinos de los pájaros tempraneros apostados en el muro a modo de guardianes del jardín. Me doy media vuelta y te veo a ti, pareces dormir, o quizás lo simulas, me arrimo levemente, quiero sentir el calor que desprendes, oler tu piel, oírte respirar. Me arropo ligeramente y me concentro en tus formas. Querría acariciarte, mas me contengo, no quiero despertarte, querría besarte, pero domino mi pasión, querría abrazarte y me aferro a las sábanas para controlar mis impulsos.

Y te acaricio mentalmente, te beso en el aire y me abrazo a mí misma mientras tú sigues a mi lado, dormido. Das media vuelta y tu brazo se deja caer sobre mi cadera, me encanta sentir su peso. Por un instante, tus dedos acarician mi piel y es entonces cuando me acerco más a ti, inevitablemente resbalo mis dedos por tus brazos, acerco mis labios a los tuyos y los beso, apenas un ligero roce, suficiente para percibir una pequeña descarga eléctrica entre ambos. Tus labios aún no responden a mi llamada. Mi mano sigue su parsimonioso recorrido por tu piel, milímetro a milímetro. Me arrimo más hasta pegarme a ti. No tengo prisa, no quiero levantarme, quiero seguir disfrutando a tu lado, sentir que estás cerca, tocarte, relajarme y excitarme al mismo tiempo.

Cierro los ojos, doy media vuelta e intento dormir, me es imposible, prefiero degustar la sensación de tenerte tan cerca, mis emociones están despiertas y actúan a modo de estimulante de mi cerebro, que desde hace ya un tiempo imagina lujuriosas escenas con ambos de protagonistas. Tus caricias comienzan de nuevo, esta vez con decisión y un claro objetivo: mis pechos. Has despertado. Ahora eres tú el que te pegas a mí, me abrazas por detrás, mi espalda es sensible a tu contacto y se yergue de inmediato, mis nalgas se estremecen ante el calor de tu miembro, que presiona mi culo con firmeza. Tus labios toman vida, besan mi cuello, erizan mi piel, y de nuevo mi cama, vuelve a ser la indiscreta protagonista de nuestros juegos…



sábado, 22 de marzo de 2008

Karma sensual: Amor y Humor

Acaba de publicarse el libro de Karma sensual III, este año con el título de "Amor y Humor". Se trata de una antología de 10 relatos eróticos, los ganadores del premio del año pasado, en el cual yo participo con uno titulado "Calor sofocante". La publicación ha corrido a cargo de El taller del Poeta, único sitio disponible de momento para adquirirlo. Si alguien se anima a comprarlo espero que le guste!!
Besos.

sábado, 15 de marzo de 2008

Confesiones


Aquella mujer parecía no tener ninguna prisa en salir. Llevaba con él aproximadamente unos 15 minutos, o más quizás, había perdido la cuenta. Se estaba empezando a cansar de dar pequeños paseos a izquierda y derecha intentando que el ejercicio hiciera el efecto mágico de acelerar el trascurso del tiempo. Siempre que iba a verle tenía la misma sensación de nervios, malestar y sensación de culpa por su debilidad. Se había prometido a sí misma ser más fuerte, pero mes tras mes volvía a caer.

Por fin la mujer salió, mirando a Ruth con cierta rivalidad y algo de injustificado desprecio. Ruth no le dio importancia, “otra pecadora como yo” pensó.

José María le saludó cordial y afectuoso, como siempre, y le invitó a sentarse junto a él en el sofá de color castaño en el que tanto le gustaba recibir a la gente. Nada de barreras que pudieran impedir una conversación abierta y sincera, era su particular método, el que había utilizado desde siempre.
-Buenos días Ruth, no te esperaba tan pronto de nuevo.
-Lo sé... Esta semana no me he portado demasiado bien, la verdad.
-¿Has pecado?
-Sí, he pecado.
-¿Pecados veniales o mortales?
-Si he de ser sincera: todos mortales... -Ruth agachó la cabeza y bajó el volumen de sus palabras, no podía dejar de sentir cierta vergüenza por sus repetidas debilidades.
-¿Y lo que me prometiste?
-No pude, la tentación fue demasiado fuerte. Soy una mujer débil y con necesidades.

José Mª miró a la mujer y por un momento, dejó volar su imaginación. Sabía que no debía, no estaba bien perderse en aquellas morbosas y oscuras imágenes que asaltaban su cabeza cuando alguna mujer como ella le confesaba sus tropiezos. Se imaginó a Ruth desnuda, con su pelo liso y dorado recogido en una coleta y maniatada por detrás. Podía visualizarla perfectamente. Ruth venía cada vez más a menudo a verle y tenía sellada en su memoria cada poro de su piel, sus insinuantes pechos, sus dulces y sinuosas curvas. Vetó aquellas ideas que salían de su morbosos cerebro, últimamente eran demasiado recurrentes. Tantos años haciendo lo mismo y ahora su mente calenturienta dominaba su voluntad.

-Cuéntamelo todo, con detalle... -Soltó por fin.

Ruth hizo una extensa exposición de todos los pecados que le habían llevado a visitarle tan pronto, de la angustia que le provocaba el caer una y otra vez arrastrada por el deseo y de lo mal que se sentía en ese momento viendo su pasado comportamiento.

-Voy a necesitar que me castigues. –Sonrió tímidamente al percatarse del doble sentido de sus palabras. No podía disimular la atracción que sentía por aquel sobrio hombre que no perdía en ningún momento el control.

Aquella frase hizo mella igualmente en la imaginación de José María. La palabra “castigo” le excitaba sexualmente desde su adolescencia. Imposible olvidar los castigos que su profesora de matemáticas le imponía al pillarle cada dos por tres hablando con su compañero Roberto. Eran otros tiempos, el castigo físico era una forma más de educar y a él le parecían tan excitantes... Marisol era la profesora más bella y sensual que hubiera pasado jamás por su colegio. Su bata blanca abotonada vislumbraba un cuerpo de pecado que lamentablemente jamás conoció. Todavía podía recordar las sedosas manos de Marisol asiendo las suyas y dándole en sus palmas sonoramente con la regla. No le dolía, al contrario, la cercana presencia de su profesora provocaba en él una rápida erección que su bata de rayas rojas y blancas cubría perfectamente.

Y ahora veía a Ruth, sentada tan cerca de él y con un cuerpo prácticamente idéntico al de su profesora del colegio. Deseaba tocar su cuerpo y saborear en su boca aquellos voluptuosos pechos. Mientras Ruth seguía hablando, él la volvió a desnudar en su imaginación, la levantó de su asiento y rozó la maroma que ataba sus manos y le hacía estar a sus expensas. Palpó sus nalgas con cuidado, manjares prohibidos, deslizó sus manos hasta encontrar aquel frondoso valle y degustó la sensación de humedad del rocío que lo cubría. Su miembro comenzó a molestarle, estaba teniendo una incómoda erección. No podía permitírselo, precisamente él, no.

Pero el diablo jugaba con él de nuevo y le hacía caer en la tentación de la lujuria. Volvía a la escena de antes, Ruth desnuda, en actitud sumisa esperando su castigo y él deslizando sus manos por su cuerpo tomando posesión del mismo. Podía percibir en sus dedos su piel erizada y el ligero temblor que se había adueñado de ella. Quería sentir el calor que emanaba de la piel de sus nalgas tras los azotes que le aplicaría. Aquellos pecaminosos pensamientos le torturaban, le hacían sentirse miserable. No veía la manera de liberarse de sus propios pecados.

Las palabras salieron de su boca sin poder controlarlas, quizás el perfume de aquella mujer había debilitado su voluntad, aunque no era más que una excusa buscada para no sentirse tan mal.
-Desnúdate... –dijo algo dubitativo.

Ruth le miró con desconcierto. En otras ocasiones tan sólo le había hecho quitarse los zapatos o desabrocharse ligeramente la blusa, nada más. Se fue desvistiendo obedientemente mientras José María disimulaba mareando unos papeles que tenía a su lado. Ruth estaba nerviosa y algo excitada también, el comportamiento de José María no era el mismo de siempre y esa misma sorpresa por su atrevimiento avivaba su deseo por él. Tal vez era una forma de aplicarle el castigo que supuestamente merecía por haber pecado repetidamente...

José María contempló su tentador cuerpo desnudo y sintió deseos de echarse a ella de inmediato, pero no lo hizo. Una voz en su conciencia de nuevo se lo impidió, sintiendo remordimientos por haberle obligado a desnudarse por completo.
-A ver cuánto has engordado esta semana...
Ruth se subió a la báscula y no quiso mirar la consecuencia de sus pecados culinarios: las celebraciones por las fiestas y las repetidas cenas de restaurante habían hecho mella en su voluntad, olvidándose del régimen que le había puesto José María hacía ya medio año, su atractivo médico nutricionista que le había recomendado una amiga.

-Sólo has engordado un kilo mujer, no es para tanto. Pero te voy a tener que quitar el pan por completo.
-¡Oh Dios...! ¿El pan?
-Lo siento. –Se disculpó izando sus cejas.
-Será duro... No sé si podré. ¿No hay más remedio?
-No lo hay. Piensa en el verano. Tienes que bajar esos kilos de una vez, podrías tener un cuerpo escultural si lo hicieras.

Miró a Ruth y deseó de nuevo abrazarla, pero se contuvo. Quizás en la próxima visita... Tenía el pleno convencimiento de que ella se sentía igualmente atraída por él.

Ruth se vistió y salió de allí resignada a cumplir con el castigo. Tenía muchas dudas sobre si lograría llevar a rajatabla el régimen, y como consecuencia tendría que volver pronto a ver a su maravilloso médico. Pero intuía que sus próximas visitas podrían depararle gratas sorpresas.

¿Se atrevería su médico la próxima vez a algo más?




viernes, 7 de marzo de 2008

Fiebre de viernes en la noche (Por Margarita Ventura)


Nuevo relato de mi amiga Margarita Ventura, esta vez con una historia plagada de descripciones explícitas, visuales y muy excitantes. Mi enhorabuena para ella. Espero que os resulte placentera su lectura...



La otra noche lo oí llegar muy tarde. No me moví de la cama, no quería que supiera que estaba despierta, aunque no entiendo cómo no captó que fingía dormir: con el alboroto que hizo hasta una piedra hubiera despertado.

Abrió y cerró la puerta del dormitorio sin ningún sigilo. Sus botas taconeaban fuerte el piso de madera flotante, haciéndolo crujir. Se quitó el reloj y el anillo y lo estrelló desde lejos en la mesita de noche.

Caminó hasta el cuarto de baño, encendió la luz que me hizo fruncir el ceño y apretar los párpados. Sin cerrar la puerta abrió la ducha y se dio un baño corto. Se lavó los dientes, se peinó el cabello con los dedos y vino a acostarse.

Yo estaba molesta, como todos los viernes. Harta de sus salidas “sólo para hombres” que, según me juraba, eran sólo para jugar póquer o ver algún partido en el plasma de sesenta pulgadas de su amigo Alex.

Eso de los viernes para él y los jueves para mí –“Ladies Night”- había sido un acuerdo pactado incluso antes de decidir vivir juntos. Pero… ¿cómo hacía cuando las ganas de hacer el amor venían justamente el viernes por la noche?

Los últimos meses se había convertido en un hábito, casi un ritual. El se iba directo del trabajo y yo aprovechaba la soledad del departamento para “consentirme”. Abría una botella de Cava, tomaba una lata de almendras, aceitunas o lo que tuviera a mano y me llevaba mis provisiones hasta la bañera. Encendía velas aromáticas, ponía música “chill out” y me entregaba a las caricias del agua tibia y jabonosa abrazándome la piel.

Las burbujas de jabón hacían sobre mi piel el mismo efecto que las del vino en mi cabeza. Me encendían, me excitaban, y sin darme cuenta cómo ni cuando, me encontraba a la vuelta de una media hora, acariciando mi pubis y recorriendo con mis manos mis pezones duros y flotantes.

Mi piel se tornaba tan sensible que podía sentir el recorrido de cada burbuja buscando la superficie, rozando intermitentemente mis nalgas, la cara interna de mis muslos o mi cintura.

El agua bien caliente y la reacción de mis músculos contraídos provocaba un ligero sudor que me perlaba el rostro. Se me antojaba verme como una virgen de cera, iluminada por las velas en un altar pagano.

Mis fantasías eran de lo más variadas. Comenzaban siendo inocentes, pero el ritmo frenético de mi mano en el clítoris subía también la clasificación de mis pensamientos, para luego de muchos orgasmos, terminar indefectiblemente pensando en Tom, necesitándolo, ansiando urgentemente la penetración de su inmenso miembro, sacando el resto de mi lujuria para diluirla en el agua hasta soltar el tapón y dejarla correr en centrífuga fuga.

En mi imaginación habían duetos, tríos, orgías descomunales, mujeres, negros esclavos, animales con rostros humanos y una variedad infinita de juguetes, algunos de los cuales, ni siquiera creo haber visto alguna vez. Pero siempre… SIEMPRE necesitaba a Tom y sus demoníacas embestidas, llevándome al inicio de los tiempos, al comienzo de la vida, donde todo era uno y nada era pecado.

Horas después lograba calmarme, reunir fuerzas para salir de la tina sin tropezones mortales, colocarme la bata de paño y caminar a tientas hasta la cama. La botella de Cava que llevaba entre cabeza y pelvis, hacía su trabajo, abandonándome en un sueño profundo y aletargado que sólo era interrumpido con la llegada de Tom, muy tarde en la noche.

Era difícil despabilarme después de tamaña batalla. Por eso me hacía la dormida y Tom creía que realmente me despertaba cuando, después de una dedicada sesión de besos en el cuello y la oreja y caricias magistrales en mi entrepierna, encontraba, como quien no está buscando, mi clítoris. Yo me retorcía y me daba vuelta entre las sábanas para recibir lo que durante horas había estado esperando.

Llegaba así el momento de la verdadera culminación, el acto último de mi ópera. Tom, recostado detrás de mí, hurgaba con su lengua el lóbulo de mi oreja izquierda mientras me masturbaba suave y rítmicamente. El sonido de su respiración tan cerca y el chasquido de su lengua ensalivada me producía un cosquilleo eléctrico a lo largo de la espina dorsal, convirtiéndome en una aprendiz de contorsionista. Su dedo medio frotaba mi clítoris, al tiempo que el pulgar masajeaba mi ano, distendiéndolo. Poco después, su dedo medio penetraba en mi vagina, empapada y lista para recibirlo, y su pulgar entraba y salía acompasadamente de mi culo, haciendo un ruido similar al de las botellas de refresco cuando se le hace lo mismo que me hacía Tom a mí.

Tom podía hacer eso por horas, y cuando ya estaba al borde, me daba vuelta para encontrar su portentoso falo que nunca dejaba de impresionarme. Su aliento mentolado, su olor a jabón de avena, sus mechones de pelo goteando sobre mi cara, cada detalle era para mí una razón más para excitarme hasta el límite.

Cuando finalmente Tom decidía penetrarme, tanto él como yo estábamos exhaustos, de a toque, listos para entregar en un gemido largo y profundo el más intenso de los orgasmos.

Su semen y el mío le daban la bienvenida al amanecer. ¡Menos mal que es sábado! Tom me ovaciona con un largo beso y un “te amo” sin aliento. Yo me doy la vuelta y le respondo: “Odio tus viernes por la noche…”

Margarita Ventura