sábado, 26 de enero de 2008

Un viaje en bus


Alicia levantó la vista de su libro y miró el reloj. Aún quedaban dos horas de viaje hasta llegar a la capital. Todavía se sentía furiosa, no podía creerse lo intolerante que se había mostrado su jefe con ella. Ninguna explicación le había parecido plausible para eximirla del viaje y del curso: ni la premura con la que se lo había comunicado, ni la imposibilidad de utilizar su vehículo pendiente de revisión en el taller. Y lo peor es que el destinatario del curso era un compañero suyo que con toda la desfachatez del mundo se había inventado una oportuna gripe al enterarse por terceros de lo que le podía esperar, quedando liberado por sus supuestas dolencias.

Así que el día en que su jefe le comunicó la noticia no había podido hacer nada más que coger el dossier, mirarle sin decir una palabra y darse media vuelta hacia su despacho mientras mil demonios bullían en su interior.

La noche era cerrada y llovía en el exterior. Las gotas resbalaban por el cristal, se unían unas a otras y se dejaban caer hasta el suelo mojado de forma sumisa. Volvió a mirar a su compañero de viaje ubicado a su derecha: semi recostado, con su cazadora vaquera tapando su cuerpo a modo de manta. Seguía profundamente dormido. Había tardado unos cinco minutos tras salir de la estación en caer en brazos de Morfeo y no parecía dispuesto a salir de ese feliz estado hasta llegar al final del trayecto. Su rostro era inquietantemente atractivo, su aspecto plácido contrastaba con dos pequeñas cicatrices paralelas en una de sus mejillas, eran marcas demasiado recientes para tratarse de una antigua pelea de juventud. Quizás su compañero había sido víctima de un atraco o tenía muy mal tino a la hora de afeitarse con el método tradicional. Una mandíbula ancha y una prominente barbilla acogían sus labios, grandes y carnosos. Varios rizos de su cabello castaño caían sobre su frente dándole cierto aspecto heleno. Alicia vio su nuez abultada sobresaliendo descarada de su cuello, tan bronceado como su rostro.

El limpiaparabrisas del autobús apenas daba abasto a limpiar el agua que caía sobre el cristal cada vez con más intensidad. Una ligera niebla entorpecía la ya poca visibilidad de la carretera. Alicia abrió los ojos al oír unos extraños ruidos, unos gemidos ahogados. La pareja sentada delante de ellos, aburrida del largo viaje, había decidido distraerse con demostraciones mutuas de pasión. Entre los asientos, podía observar, no sin cierta dificultad, como se tocaban. Cerró los ojos y dejó que su imaginación se encargara de suplir la falta de visibilidad por la escasa iluminación del interior del vehículo.

Se recostó sobre el lado derecho observando con más detenimiento a su compañero. La cazadora se había desplazado unos centímetros y Alicia pudo comprobar gratamente que tenía dos de los botones de sus pantalones desabrochados, seguramente por motivos de comodidad. Sintió deseos de acercar su mano y meterla juguetonamente en esa puerta que le habían dejado abierta. Cruzó sus piernas y las frotó entre sí suavemente sintiendo un leve cosquilleo en todo su cuerpo. No tenía sueño y aún quedaba mucho viaje por delante. ¿Qué mejor que abandonarse a sus excitantes pensamientos? Se acercó traviesa al asiento de aquel hombre hasta rozar su brazo contra su cuerpo y sus piernas contra las suyas. Por un segundo, su compañero abrió los ojos y la sorprendió mirándole fijamente. Pero los volvió a cerrar mientras se recolocaba en su asiento y continuaba con su siesta. Alicia no se amilanó al ser supuestamente descubierta, quizás no había percibido el deseo reflejado en sus ojos, ni siquiera se molestó en corregir su postura. En ocasiones le gustaba ser provocadora y desafiante, aunque en más de una ocasión se había arrepentido de no parar en el momento adecuado, pero era una rueda y ella no era capaz de detenerla. En ese momento su cerebro hacía cábalas sobre la manera en que podría satisfacer los deseos que su amo, el cuerpo, tenía.

Cuanto más le miraba más le deseaba, sus labios querían rozar aquellos grandes labios, acariciar la piel de su tez afeitada el día anterior. Bajó su mirada y contempló con sorpresa que todos los botones de sus pantalones se hallaban desabrochados, asomando unos calzoncillos de color gris oscuro. La tensión de los mismos evidenciaba un abultamiento que no recordaba de hacía unos momentos, ni siquiera se había dado cuenta del instante en que su compañero se había desabrochado.

Su compañero seguía dormido, o eso es lo que pretendía parecer, así que cuando Alicia sintió que una mano cogía la suya, pegó sin querer un brinco en el asiento. El hombre abrió los ojos y sin decir ni una palabra, la miró trasmitiéndole su deseo de jugar con ella. Alicia dejó que guiara su mano como señal de aceptación definitiva, sabía de sobra cual era su objetivo y codiciaba llegar hasta él. Su compañero depositó la mano de Alicia sobre su paquete incitándola a moverse a sus anchas. Colocó la cazadora por encima de forma que nada pudiera verse y al amparo de la misma, se sintió valiente. Apartó el elástico de los calzoncillos y zambulló su mano dentro, notando al instante su miembro en erección. Corrigió su forzada postura con un ligero movimiento de dedos. Lo rodeó, lo acarició desde su base y consiguió llegar hasta sus testículos para toquetearlos traviesamente buscando su placer.

Su compañero de viaje atacó directamente sus pechos, acariciándolos primero sobre la tela y haciéndolos suyos posteriormente bajo la misma, apartando su sostén sin mucha delicadeza y tocando sus pezones respingones. El primitivo descaro de Alicia se tornó por unos instantes en cierta timidez. Era aquel hombre el que llevaba las riendas del encuentro y no demostraba ningún tipo de pudor en que alguno de los pasajeros contemplara el brusco manoseo que imprimía a sus pechos.

Alicia a pesar de todo estaba muy excitada. Su compañero le comenzó a susurrar sus deseos, que con aquella voz grave y firme parecían más órdenes, ¿o realmente lo eran? Empezó a masturbar a su compañero abiertamente tal y como le pedía, respondiendo éste con un leve gemido de satisfacción y bajando sus manos al sexo de su vecina. Desabrochó sus pantalones y deslizó una mano hasta cobijar en su palma su sexo hinchado de placer.

Alicia sentía el pene entre sus dedos cada vez más inflamado, unas pequeñas gotas premonitorias comenzaron a salir de él, podía seguir al detalle el recorrido de su palpitante vena. Su compañero hundió sin mucha delicadeza sus dedos en su sexo, rozando interiormente en su camino su pequeña protuberancia, su diminuto punto G, que le hacía retorcerse de placer cada vez que lo tocaba. Su vecino de autobús era un hombre hábil, aunque de toscas maneras. Por eso le sorprendió que acariciara su cabello en ese momento. No tardó en comprender que tal gesto era simplemente una maniobra para empujar sutilmente a Alicia hasta sus pantalones abiertos, invitando a que degustara de una forma más íntima su pene. Alicia lamió el miembro de arriba abajo, dejando la estela de su saliva en él, lo agarró firmemente entre sus manos, abrió su boca y fue dejando que ésta se llenara por completo con él. Inició un constante movimiento subiendo y bajando su cabeza, intentando taparse de miradas ajenas con la cazadora. Sentía un calor asfixiante, pero prefería que nadie la descubriera. Intentaba chupetear silenciosa aquel pene, saborearlo cuidadosamente sin desperdiciar ni un milímetro de él. Por un instante levantó la cabeza y observó al hombre, los gestos de su cara le decían que estaba haciendo un buen trabajo.

El autocar seguía su recorrido, la pareja que se ubicaba delante de ellos continuaba con sus juegos. Por un instante creyó ver incluso que la mujer había abandonado su asiento para sentarse a horcajadas sobre su compañero. Menos mal que el resto de los pasajeros dormía plácidamente y nadie se había percatado de que el autobús se había convertido en uno de sus laterales en una especie de lupanar. Alicia, exhausta, se incorporó y siguió masturbando manualmente a su compañero, el cual, presa de la excitación, había olvidado el lugar donde se encontraban y había empezado a chupar los pechos de Alicia sin ningún tipo de reparo, a la par que la masturbaba, ahora a un ritmo más salvaje. Alicia apretaba sus labios intentando no emitir sonido que delatara su calentura al resto de los ocupantes del vehículo, pero al sentir la palpitante oleada de espasmos recorriendo su ser, no pudo evitar un leve quejido de gozo. Mientras degustaba la intensidad del momento, sintió sus dedos repentinamente pringosos, viendo como su compañero se reclinaba sobre el asiento, agotado y complacido.

Estaban a punto de llegar a la estación. Alicia y el hombre, de nombre Jaime, ya se habían recolocado sus prendas y esperaban en silencio el final del trayecto. Por fin el autocar detuvo su marcha, ambos se despidieron con una disimulada indiferencia y bajaron a rescatar sus maletas del inmenso maletero. Alicia cogió la suya y percibió claramente que alguien introducía una mano en uno de sus bolsillos traseros. Se volvió bruscamente y vio alejarse a paso rápido a Jaime tirando de su maleta. Sonrió y en ese momento se alegró de que su jefe le hubiera enviado al curso, estaba claro que Jaime quería quedar con ella en otra ocasión. No le venía mal distraerse tras el curso, no conocía a nadie y no tenía la menor intención de recluirse en el hotel. Metió la mano en su bolsillo y sacó del mismo una colorida tarjeta de visita en la que figuraba un teléfono y el nombre de un local de copas llamado “Pub La Noche Caliente”, en ella había anotada de forma acelerada tan sólo una frase “por si necesitas trabajo”.

Alicia, furiosa, rompió la tarjeta y cogiendo la maleta se alejó del autobús. Se prometió a sí misma olvidar a los hombres durante esos días, daba igual que su profesor pudiera ser un adonis, o que sus compañeros de clase parecieran los hombres más maravillosos del mundo. Dedicaría sus ratos de ocio a otros placeres tan intensos como el sexo: comer chocolate negro e ir de tiendas con su tarjeta de crédito.



4 comentarios:

Anónimo dijo...

Demasiado largo el post... e igual que la mayoría de tus relatos...

demonofthekhmer dijo...

Hermoso; tan sutil y a la vez tan sugerente, para llegar a un clímax muy esperado con una afluencia de palabras increíblemente expresivas, para acabar como lo hacen la mayoría de historias de amor.

Una obra maestra, aunque algo corta

Unknown dijo...

si a mi tambien me a gustado

sex shop

André dijo...

Esta bravazo me excitó mucho xd