miércoles, 19 de septiembre de 2007

Los deberes de Mario III: una caja de sorpresas

"El vestido de Alice" Ilustración: Rafael Robas

Cuando Alicia llegó a casa y abrió su buzón, se encontró con una sorpresa: una nota de una empresa de mensajería urgente que había intentado hacerle entrega de un envío y al no encontrarla en su domicilio le había dejado una indicación con un teléfono y una dirección. No parecía venir ningún remitente y tampoco esperaba nada que hubiera pedido, pero llamó de inmediato al teléfono que venía en el aviso. Una amable señorita le indicó que podía optar entre esperar a que se lo enviaran a su domicilio al día siguiente o ir ella misma a las oficinas a recogerlo. La curiosidad enfermiza de Alicia hizo que decidiera ir ella en ese momento a recoger el misterioso envío.

Llegó a la pequeña oficina de mensajería y le entregaron su paquete, tenía un tamaño considerable, similar al de una caja de zapatos, pero apenas pesaba. Lo hizo sonar al salir del lugar, igual que hacen los niños al intentar averiguar el juguete que se esconde tras el papel de regalo. Pero no descubrió nada, así que se sentó en un banco y lo abrió, era incapaz de esperar a llegar a casa para hacerlo. Quitó el papel de estraza que lo cubría rasgándolo por completo. La caja era de color marrón, quitó el celofán que pegaba su tapa y por fin su interior vio la luz. La caja estaba llena de diminutos corchos blancos que hacían de amortiguador. Rebuscó entre los corchos y encontró dos pequeños paquetes y un sobre en blanco con una nota dentro. Sacó el papel y lo leyó:

“Mi querida Alice,
Estoy convencido de que ahora mismo estás en la calle abriendo el paquete, yo mismo dije a la empresa de mensajería que fueran por la mañana, sabía que no ibas a estar y quería precisamente que hicieras lo que estás haciendo ahora: abrir mi regalo en la calle. Como verás, hay dos presentes dentro de la caja.. Los deberes que hoy te mando son muy fáciles, simplemente, mándame un mensaje al móvil para saber que ya lo has recibido, ponte lo que hay dentro ahora mismo y ven a mi casa, te espero.
Besos, Mario.”


Cogió su móvil y sonriendo, mandó el mensaje solicitado a su amante. Le encantaban estos juegos que se traían entre ambos, eran divertidos y muy excitantes. Sin dilación, abrió uno de los dos paquetes, parecían unas medias negras de rejilla, quitó el plástico apresuradamente y descubrió su error, en realidad era una especie de camiseta de tirantes con el cuerpo de rejilla. Su equivocación se hizo evidente al observar que en la etiqueta había una foto precisamente de dicha prenda que llevaba una mujer de curvas generosas: se trataba de un vestido.

El otro paquete era más pequeño, lo abrió y esta vez no tuvo duda alguna: el segundo regalo de Mario consistía en unas bolas chinas de metal plateado, de tamaño bastante considerable. Cuando la fascinación del momento le dejó levantar la cabeza de la caja, observó que en ese instante la calle parecía haberse llenado de gente como por arte de magia e intentó disimular como pudo tan excitante contenido. Cogió los corchos y los esparció por encima de los regalos, tapándolos de miradas indiscretas, se levantó y caminó en dirección a la casa de Mario, que se encontraba a unas pocas manzanas de allí. Al cruzarse con una cafetería abierta un impulso le obligo a entrar, pidió un café cortado y con su regalo se fue al servicio. Se quitó la ropa que llevaba, cogió el vestido y se lo puso como si de unas medias se trataran, lo hizo delicadamente, intentando ajustar el vestido a sus curvas. Era realmente ceñido, pero esa misma estrechez del elástico era estimulante, sentía como si fuera Mario el que le estuviera dando un cálido abrazo que contuviera todo su cuerpo. El vestido era mínimo, apenas cubría parte de su culo, sus pezones exultantes asomaban entre el tejido de red, pareciendo mayores y más duros. No, realmente estaban más duros, dado que sentía una oleada de calor que le subía desde las entrañas. Se miró al espejo y asintió complacida por la visión: sus curvas estaban bien marcadas, su trasero parecía más redondo y apetecible, sus pechos comprimidos parecían haber aumentado de tamaño y asomaban voluptuosos. Tocó su cuerpo con las manos, se relamió con el tacto suave de la red negra sobre su cuerpo, acercó sus manos a los senos y rozó sus aureolas, cada vez más turgentes, acarició sus nalgas y tiró de la tela para cubrirlo más. Estaba realmente sexy.

Apresó las bolas chinas y las tuvo entre sus manos observándolas con detenimiento. Pesaban algo más que las que ella poseía en su colección de juguetes y eran mucho más grandes. Abrió sus piernas y lentamente introdujo las bolas en su vagina, una tras otra, hasta acomodar la cuarta esfera en su interior, sintiendo como su sexo las engullía hambriento sin ningún tipo de reparo, dado que su humedad era más que evidente. Por fin las tuvo en su interior, únicamente asomaba de sus labios mayores un pequeño cordón de cuero que terminaba en una especie de cadena plateada que tintineaba en cada paso que daba. Ese detalle era típico de Mario.

Cogió su ropa interior y la guardó en el bolso. Se volvió a vestir con la camiseta blanca que llevaba y la falda color pistacho y se miró. Se distinguía a la perfección bajo la camiseta el indiscreto vestido, no podía haber escogido nada mejor precisamente para ponerse ese día. Se veía el relieve de la red, sus pezones desafiantes bajo la tela, sus pechos ligeramente aplastados por el elástico.

Había que estar muy ciego para no darse cuenta de que Alicia parecía tener una doble vida bajo aquellas prendas retacadas que llevaba. Cogió su café y se sentó en un taburete alto. Percibió la pequeña cadena de plata y sintió las bolas jugando entre ellas en su sexo. No pudo evitar comprimir sus músculos vaginales para sentirlas aún más. Cruzó las piernas y se frotó los muslos mientras tomaba su café y distraída miraba el periódico del día. No iba a ser capaz de llegar a casa de Mario en ese estado así que intentó relajarse. Tomó por fin el café, pagó al camarero, que la miró con ojos lascivos y se marchó de forma apresurada.

Mientras caminaba por la calle, el tintineo parecía avisar de su presencia. Las bolas tenían vida propia dentro de su sexo y la excitación que sentía era cada vez mayor. Notaba sus muslos húmedos, su clítoris a punto de explosionar y sus pechos que anhelaban deseosos ser liberados de aquella impúdica opresión. Podían ser imaginaciones suyas, pero Alicia sentía que la miraban, que la gente que pasaba a su lado oía el tintineo y la observaba curiosa intentando descubrir el origen del sonido. Caminaba divertida con esas ideas ya que, cada vez le preocupaba menos lo que la gente pudiera pensar de ella, estaba disfrutando y el paseo resultó de lo más placentero.

Llegó a casa de Mario y llamó al timbre. Éste abrió de inmediato, ya le esperaba desnudo asomando tras la puerta…


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