domingo, 30 de diciembre de 2007

Los deberes de Mario VI: Una esperada visita

Nerviosa y a la expectativa. Así es como estaba Alicia sentada frente a la pantalla de su ordenador. Sabía que vendría, pero no sabía la hora con exactitud, la incertidumbre sobre el momento y la espera obraban en ella a modo de acelerador de sus emociones, de su excitación y de sus ganas de ser poseída por Mario. Estaba desnuda, con las piernas abiertas y de puntillas para que los tacones de aguja infinita no se clavaran sobre la endeble tarima. Sólo un collar de perlas blancas adornaba su cuello y llegaba juguetón hasta su ombligo. La melena suelta cubría sus hombros de forma caprichosa y las puntas le producían cierto cosquilleo sobre su espalda. En la pantalla de su ordenador, el video que Mario le había dejado una hora antes: desnudo, masturbando su miembro y con órdenes precisas para ella. Alicia miraba el reloj del ordenador, tenía que estar a punto de llegar, notaba su sexo vivo y húmedo, sus pezones duros y la fina piel de sus aureolas erizada por el deseo.

Oyó el ruido de unas llaves y una puerta cerrándose bruscamente. El sonido de unas decididas pisadas subiendo las escaleras aceleró su corazón y el olor de Mario, no cabía duda de que era él, hizo que todo su cuerpo reaccionara y se pusiera en guardia. Sintió los labios de Mario besando su cuello, acariciándolo dulcemente al principio para morderlo con crudeza después. Alicia notaba cada uno de los dientes clavándose en su yugular, le dolía, pero a la par le excitaba. Mario rodeaba sus pechos con ambas manos y jugaba a oprimirlos y a juntarlos entre sí.

Bruscamente, giró la silla donde se sentaba Alicia y se encontró frente a frente con él. Mario llevaba unos pantalones vaqueros, una camiseta blanca y colgaba de uno de sus bolsillos una cuerda que sacó de inmediato. Tocó con la maroma el cuerpo de Alicia, utilizando un extremo para rozarle cada centímetro de su piel hasta llegar a su sexo y recrearse en él acariciando sus labios y abriendo su vulva con ayuda de los dedos. Era áspera y dura, sintió el grosor de su punta entrando levemente en su sexo. La excitación de Alicia se avivó en esos instantes y quiso ayudarse de una de sus manos para deslizarla aún más entre sus piernas, pero Mario se la apartó de un manotazo. Bajó la cremallera de sus pantalones mientras las primeras palabras salían de su boca: “Si quieres estar entretenida, diviértete con esto en la boca” Sacó su verga y la metió en la boca de Alicia. Insalivaba con profusión y en un instante, la sequedad de su miembro desapareció. Alicia se afanaba con tesón en darle placer mientras Mario ataba a la silla a Alicia convenientemente, haciendo que la soga siguiera un insinuante camino por su cuerpo, agarrando sus pechos y pasando entre sus piernas, haciendo que la cuerda quedara morbosamente aprisionada entre sus labios mayores. Alicia se acostumbró a la tosquedad de la misma y comenzó a sentir un placer exquisito por tenerla en tal lugar. Oprimía sus músculos vaginales y se rozaba con la silla para sentirla más aún. Su clítoris estaba abultado y los fluidos que su sexo empezaba a producir profusamente comenzaban a mojar la cuerda irremediablemente. Las comisuras de sus labios pintados de rojo oscuro brillaban por la saliva que resbalaba fuera de su boca en cada entrada y salida que Mario asestaba con su polla. “Así mi puta, cómetela entera” Alicia engullía el instrumento duro e hinchado de Mario, cada vez a mayor ritmo, mientras friccionaba su coño salvajemente con la cuerda. La verga en sus fauces ahogaba sus gemidos mientras sentía sus pechos estrangulados por la cuerda.

Sintió su boca llenarse aún más, la polla de Mario se endureció y se hinchó hasta estallar en un fulminante orgasmo que llenó de semen el paladar de Alicia, no dando abasto a tragarlo y resbalando en parte por fuera de sus labios. Una explosión siguió a la otra y Alicia percibió la maroma latiendo entre sus muslos. Alicia hizo un gesto a Mario con los ojos, suplicando que la desatara, pero Mario le guiñó un ojo y sonriendo, movió su cabeza de izquierda a derecha...


sábado, 22 de diciembre de 2007

La cena de Navidad

Hacía frío, tenía los pies doloridos y ya empezaba a estar cansada de buscar infructuosamente. La ocurrencia de su jefe no podía haber sido más peregrina: celebrar la ya tradicional cena de Navidad de la empresa de todos los años disfrazados de gatas y perros. De buena gana le hubiera dicho que le parecía una idea estúpida, como casi todas las que procedían de él, pero aún no las tenía todas consigo a la hora de que le renovaran el contrato. Lo único positivo de esa cena era que Arturo, del departamento de publicidad, acudiría también y tenía bastantes posibilidades de acabar en la cama con él. Ya habían tenido algún que otro escarceo en los servicios y en el almacén del material, pero la mala suerte y la casualidad habían evitado que aquellos encuentros no fueran más que una mera aproximación, unos fugaces roces robados al tiempo, demasiado poco para tanta pasión... Esa podría ser la noche perfecta para desquitarse y satisfacer al fin sus deseos. Arturo, como todos los integrantes de su empresa, acudiría sin su pareja, no había que desaprovechar la ocasión.

Pero no iba a ser tan fácil encontrar un disfraz de gata. En estas épocas y a pocos días de la Navidad, las tiendas de disfraces estaban saturadas de vestidos de Papá Noel, Reyes Magos y alguna que otra Virgen despistada. Ni rastro de animales provistos de cola. Después de visitar cuatro tiendas, comprobó que había llegado demasiado tarde a todas ellas y que sus compañeros de trabajo habían arrasado con las existencias. Se había descuidado un poco, la fiesta se celebraba a la noche siguiente, necesitaba encontrar de inmediato algo que le valiera. Al pasar por delante de una sex shop detuvo sus pasos y tras dudar unos segundos, decidió entrar. Preguntó al encargado y ante sus secas indicaciones se dirigió a la zona donde se exponían las prendas de ropa y lencería.

Allí había de todo, pero pocos disfraces: corpiños dorados, vestidos transparentes, livianas tangas, antifaces, disfraces de criada, vampiresa y enfermera... Toda una variedad de prendas para incentivar la imaginación calenturienta de más de uno. Alicia deslizó sus manos por todas las prendas, reconociendo los distintos tejidos, sintió la fría seda resbalando entre sus dedos, el sugerente brillo del látex, los excitantes vestidos de cuero. Sus manos tocaron algo largo, negro y peludo. Cruzó los dedos y sacó la prenda de la percha: nada menos que un disfraz de sugerente felina con todos sus complementos; body negro, enorme cola y medias de rejilla. Unas orejas que bien podrían pertenecer a alguna conejita de playboy completaban el conjunto. Alicia lo miró una y otra vez, le dio la vuelta e intentó imaginarse mentalmente como le quedaría. El encargado le advirtió que iba a cerrar una hora para irse a cenar, ese día no tenía sustituto. Alicia sospechó que en esos instantes, no había nadie en las cabinas del local y sólo estaba ella. No se había dado cuenta de lo tarde que era. La talla parecía la suya, así que, al ver la impaciente mirada del encargado, optó por llevárselo sin probar. Por fin tenía su disfraz para la fiesta.

Al llegar a casa, comprobó con agrado que Arturo le había dejado un mensaje: ya tenía su disfraz de perro bulldog dispuesto a enfundarse en él y atacar con su robusta mandíbula a una gata indefensa como ella. La fiesta prometía. Cenó y se acostó pronto, quería estar radiante para al día siguiente.

El día trascurrió a un ritmo vertiginoso, la jornada de trabajo discurrió sin apenas darse cuenta y por fin llegó la noche. Alicia llegó a casa, se duchó y comenzó a ponerse el disfraz. Las medias de rejilla hacían sus piernas largas y atractivas. El body de satén negro era visualmente provocador, tanto por su generoso escote como por su descarado remate trasero que dejaba sus nalgas completamente al aire, imposible llevar ropa interior debajo sin que se viera. Fue en ese momento cuando se dio cuenta de un pequeño detalle: no sólo quedaban a la vista sus nalgas, la estrechez de la tela en la entrepierna era tal que se observaban con toda facilidad sus labios mayores a poco que se agachara. El disfraz que había comprado era de gata, pero de gata callejera. Tendría que mantenerse en posición erguida durante toda la celebración a no ser que quisiera conocer profundamente a todos los compañeros masculinos de la plantilla.

Se colocó las orejas de peluche y el antifaz, comprobando que tenía visión suficiente como para caminar sin darse contra ninguna pared. Se le echaba el tiempo encima así que pintó con rapidez unos largos bigotes en su cara, cogió el abrigo y salió velozmente de casa.

Al llegar al restaurante comprobó el sorprendente impacto de su vestimenta: ni un solo perro que pasaba a su lado quedaba indiferente. Sólo confiaba en no tener que recoger nada del suelo para no ser la gata más conocida de su empresa.

El pastor alemán que charlaba con una jocosa siamesa tenía que ser el jefe de ventas, le delataba su oronda barriga. El caniche que llevaba gafas encima del antifaz era el contable, no cabía la menor duda. La gata persa tenía que ser Lucía, la secretaria del señor gerente, su disfraz parecía haber hecho incrementar por dos su ya enorme trasero. El dálmata apostado con una copa de vino en la mano que no paraba de tocarse la cola era Felipe, el encargado del almacén y asiduo lector de revistas porno.

Su jefe, disfrazado de doberman, hablaba con una escuálida siamesa, Alicia sospechaba que se trataba de María, su secretaria de dirección, y según rumores, con la que parecía que había tenido alguna aventura en horas de trabajo.

Alicia miraba a uno y otro lado pero no veía a Arturo por ninguna parte, ningún bulldog a la vista o nadie que se le pareciera, así que optó por sentarse entre dos perros a los cuales no fue capaz de poner nombre, ni siquiera respondían a sus preguntas. Quizás tenían un grave problema de audición o formaban parte del departamento de recursos humanos, que inmutables al pie del cañón hacían oídos sordos a todas las quejas de sus empleados.

Cuando ya se hallaban sentados en su mayoría todos los asistentes, apareció el bulldog que esperaba. Se colocó en una de las mesas que aún tenía sitios libres. Alicia le hizo un pequeño gesto para que supiera donde estaba, pero ni siquiera se fijó en ella, parecía muy apurado por haber llegado tarde.

La cena trascurrió entre chistes, maullidos y algún que otro ladrido subido de tono. Los camareros miraban al grupo entre risas y realmente debían de pensar que la cena no la había contratado una empresa, sino un grupo de chalados recién salidos del manicomio que celebraban de esa forma su liberación de la camisa de fuerza.

Tras la cena vino el baile. Dos camareros dirigieron a la comitiva a una de las salas donde un pinchadiscos comenzaba a poner música discotequera. Alicia no tuvo más remedio que bailar con más de un insistente compañero, pero seguía con la mirada a su bulldog, que ahora charlaba amigablemente con otra felina negra. Sintió celos y algo de mal humor por no haber tenido siquiera el detalle de saludarla, así que ni se dignó en acercarse. No iba a ser ella la que fuera en su busca.

La bebida caía y todos tenían cada vez más dificultades para mantenerse en pie. Gatos y perros se habían dispersado y ya se había formado más de una extraña pareja que intentaba esconderse de miradas ajenas. Alicia empezaba a ver borroso, había bebido demasiado, pero a pesar de todo se dio cuenta de que al lado de los servicios, dos gatas se lamían y acariciaban sin ninguna mesura. Intentó observar disimuladamente sus movimientos y descubrir quienes eran, pero no fue capaz. Una de ellas acorralaba a la otra, descubría sus pechos con el tacto de sus manos, rozaba con una de sus piernas los muslos de su compañera y Alicia incluso se imaginaba como ronronearían. Era excitante y morboso contemplar a ambas. Dio media vuelta intentando evitar ser indiscreta, pero sus ojos esta vez se quedaron fijos en un sorprendente hecho: una de las mesas en la que se habían colocado las bandejas de canapés tenía vida propia, los cubiertos depositados encima brincaban y el mantel parecía estar sometido a una corriente de aire. Alicia se agachó todo lo que pudo y pudo comprobar que debajo, un perro salvaje parecía estar entreteniéndose con una gata blanca. El hermoso culo y los sonrosados labios mayores de Alicia pudieron verse en ese momento con toda nitidez por todos los allí presentes. Alicia no se dio cuenta de que era el centro de atención. Ni siquiera el largo rabo negro que llevaba le cubría lo más mínimo. Seguía agachada, bebiendo su copa y pensando que la cena de empresa se empezaba a convertir en una orgiástica celebración. El tono de la fiesta había subido de nivel y también el de su excitación. Alicia se había dejado contagiar por la alegría del momento y ante la llegada de unos cuantos perros atraídos por la visión con la que les había deleitado, no dudó en echarse a los brazos de uno de ellos y juntar sus labios a los de él.

Por fin el bulldog se acercó a ambos, Alicia se olvidó del perro al que espontáneamente acababa de besar, de los demás canes que pululaban a su alrededor y se llevó a su posible compañía de cama de esa noche a una de las pocas esquinas discretas que aún quedaban libres. El ruido era ensordecedor y era inevitable gritar para ser oídos.
-Tenía ganas de estar contigo.
-Eres una gata realmente sexy. Me gusta como vas.

El bulldog reconoció la suavidad del satén con sus dedos y se paró en sus pechos, los acogió en sus manos y sintió una erección al sentirlos libres de ataduras. Acercó sus manos a sus nalgas y atrajo el cuerpo de Alicia hasta sentir todo el calor que manaba de ella. El disfraz tenía la holgura suficiente como para impedir que su miembro no siguiera una trayectoria ascendente. Se acercó aún más, hasta sentir su pene latiendo entre las piernas de Alicia.
-¿Te vienes a mi casa? –Dijo Alicia entre jadeos.
-No, mejor aquí, puede ser divertido…

Alicia miró a su alrededor y observó que la fiesta había degenerado en un gran bacanal. Sólo los más viejos del lugar se habían retirado hacía tiempo. Observó a su jefe besando sin control a su secretaria, al señor contable, que observaba con todo detenimiento los juegos sexuales de una pareja vencida por el alcohol, a Felipe, que, como en una de sus revistas, se masturbaba compulsivamente al ritmo de la música. Ella misma se había olvidado de todos sus prejuicios y ahora dejaba que Arturo se la comiera a mordiscos como si de un sabroso hueso se tratara. Éste había conseguido encontrar un hueco entre el pelaje para sacar su miembro y ahora luchaba por insertárselo a Alicia, que a pesar del alcohol aún sentía ciertos recelos en continuar. Sus pechos, fuera del body, vibraban cual gelatina con cada uno de los magníficos empujones con que Arturo la comenzó a torturar. Alicia cerraba los ojos, dejándose envolver por el goce de tener aquel miembro en su interior resbalando por su gruta oscura y húmeda, y los volvía a abrir al instante para volver a la realidad. Fue en ese momento de apertura visual cuando vio que en el otro extremo de la sala había otro bulldog, distinto al que gozosamente le atacaba. Quitó el antifaz del que la poseía y descubrió con horror que no era Arturo. Su compañero de juegos hizo lo mismo, quedando igual de confuso y sorprendido que ella. Ni siquiera sabía su nombre, debía de ser Iván, uno de los nuevos técnicos recién llegados de la empresa matriz. Pero el desconcierto duró tan sólo unos segundos, ni Alicia ni Iván, parecían estar dispuestos a quedarse en mitad de la función. Tan sólo unos empujones por parte de éste bastaron para que la excitación supliera sus prejuicios. Iván lo estaba haciendo muy bien, demasiado bien como para parar…

Alicia sentía estar en el momento cumbre de su excitación, miraba a su alrededor y flotaba como en sus sueños nocturnos. A su alrededor, el sexo era la palabra principal, el motor de la fiesta y el que seguía provocando peculiares parejas unidas por la lujuria. Al día siguiente nada se recordaría, nadie haría la más mínima referencia a lo vivido y más de uno se abochornaría sólo de pensar lo que había hecho por culpa del alcohol y de los extraños efluvios hipnóticos que parecían manar en aquel local.

En ese momento, Arturo, que había observado a Alicia de lejos, se acercó sin ánimo de interrumpir a la pareja sino más bien de unirse a ellos, comenzó a acariciar los brillantes y acalorados pechos de Alicia, a palpar sus nalgas, besar y mordisquear sus labios. Alicia se sentía en otro mundo, estaba con dos hombres a la vez, uno de sus anhelados sueños, la sensación de varias manos masculinas en su cuerpo fue superior a lo que ya podía aguantar. Sintió una explosión de palpitaciones que recorrió su cuerpo, mientras Iván, excitado por la presencia de Arturo, sacó su miembro y masturbándose, eyaculó sobre su disfraz.

Arturo sustituyó a Iván como pareja de Alicia. Ésta comenzaba a sentirse algo mareada tras el orgasmo, pero no por ello iba a descartar a su nuevo acompañante. Arturo era más suave en sus movimientos, menos rudo en sus empujones y su miembro era algo más grueso. Alicia sentía aquel tronco entrando y saliendo de su sexo mientras Iván, apoyado en la pared, observaba con detenimiento a los dos.

Un ruido ensordecedor proveniente de los altavoces hizo parar a la pareja por un instante, el pitido era tremendamente agudo y los tres tuvieron que tapar sus oídos. Era cada vez más fuerte y desagradable. Parecía que el pinchadiscos tenía un grave problema de acople.

Alicia abrió los ojos y paró el despertador con furia: eran las seis de la mañana y tenía que ir a trabajar. Vio su disfraz de gata en la silla, sintió la humedad entre sus piernas, el sofoco en su rostro y sonrió. Había tenido uno de los sueños más excitantes de toda su vida. ¿Acaso se convertiría en realidad esa misma noche?




viernes, 14 de diciembre de 2007

Concurso de Relatos Erotikugao

El relato "Querido pedro" ha sido seleccionado para la final en el Concurso de relatos eróticos Erotikugao. Os dejo el enlace para que lo podáis leer y dar vuestro voto si os gusta. El plazo de votaciones termina el 31 de diciembre de este año. Muchas gracias!!!!
"Querido Pedro,
Hoy, aprovechando mi día libre he pasado la mañana enganchada al ordenador. Por fin he puesto orden a la ingente cantidad de archivos que tenía en la carpeta de “mis documentos”. En ella me he encontrado las fotos y videos que tú y yo nos hemos hecho este año. Mirando hacia atrás, siento que estos doce meses se han esfumado sin quererlo, el tiempo a tu lado desde aquel día en que te conocí ha trascurrido rápidamente. Las fotos y los videos hablan por sí solos de todo nuestro pasado..." (LEER MÁS) (VOTAR)

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Mobbing

Ya se estaba empezando a hartar de Gloria. La persecución psicológica a que la estaba sometiendo era cada vez más insoportable. Y el caso es que, desgraciadamente, comenzaban a hacerle mella sus comentarios. De alguna forma se notaba más cansada, dormía peor, su estado de ánimo había caído y se sentía más insegura que nunca. Recordó el momento en el que Gloria llegó a su departamento, sustituyendo a Roberto tras un lustro en el cargo. Parecía una mujer abierta de miras, muy competente y bastante cercana en el trato. Y así resultó al principio. Alicia conectó con Gloria desde el primer momento e incluso en más de una ocasión, quedaban fuera de las horas de trabajo para ir de compras o tomar juntas una caña. Pero la relación de amistad duró no más de cuatro meses. El carácter de Gloria fue tornándose más arisco coincidiendo con un accidente que tuvo al caerse por las escaleras de su casa, increpaba a todos los trabajadores y el ambiente de trabajo se fue enrareciendo. Alicia percibió más que nadie el cambio, dado que, la amistad con Gloria se evaporó rápidamente e incluso sintió que la mayoría de sus protestas y de sus broncas iban dirigidas fundamentalmente contra ella.

Gloria comenzó a hacerle la vida imposible. Los proyectos que presentaba le parecían deficientes, a todo le sacaba pegas y se había hecho rutinario el hecho de que Gloria alzara su voz delante de todos para decirle lo inútil que era y lo mal que hacía su trabajo.

A Alicia le costaba cada vez más madrugar cada mañana para ir al trabajo. Era sonar el despertador y la angustia se apoderaba de ella, sintiendo que la desgana se hacía dueña de su cuerpo. Su apetito también había disminuido radicalmente. Malcomía al mediodía en el chiringuito de enfrente de su trabajo: un sándwich vegetal y una manzana componían su menú habitual. La ropa comenzaba a quedarle demasiado holgada. No podía abandonarse de esa manera.

Y para colmo, acababa de romper con Gabriel, su tabla de salvación en los malos ratos. No es que fuera el amor de su vida, ni siquiera tenía una gran conversación y un humor delirante, pero tenía una gran virtud: follaba de maravilla. Era en la cama el lugar donde Alicia olvidaba sus problemas laborales y sus roces con la jefa. Ahora estaba sola y sentía una gran necesidad de contacto físico, de alguien que la abrazara y le convenciera de que pronto, todo cambiaria.

Paco era el jefe de de los electricistas de la empresa. Llevaba trabajando dos años en la misma y dependía directamente de Gloria. La relación entre ambos era mala, peor incluso que la que tenía Gloria con Alicia, a Paco, directamente le ignoraba y no se molestaba siquiera en saludarle al cruzarse con él en el pasillo. No eran infrecuentes los rumores que achacaban esta indiferencia a una ruptura entre ambos tras una esporádica relación sexual en la que Paco tuvo el osado atrevimiento de dejarla por otra mujer, y encima compañera.

Porque Paco solía zascandilear con todas las mujeres del lugar, no en vano podía presumir de musculatura, ojos verdes y buen tipo rematado con un culo duro, pequeño y perfecto. Su baja estatura no mermaba en nada su atractivo. Paco hablaba frecuentemente con Alicia, le comentaba su descontento, lo harto que estaba de trabajar allí, de la agraviante política de reparto de productividad que nada tenía que ver con los objetivos conseguidos sino con preferencias personales y de amistad y más de una vez criticaba a Gloria abiertamente. Eso era de las cosas que más les unía.

Alicia siempre había evitado a Paco mientras mantuvo su relación con Gabriel, no le gustaba mezclar las relaciones personales con el trabajo, pero no podía evitar sentir cierto morbo por él. Más de una chismosa compañera le había narrado con todo detalle las hazañas sexuales de aquel hombre en la cama. Por lo que escuchaba, Paco era un experto en provocar más de un excitante cortocircuito…

Paco hacía tiempo que había dicho a las claras a Alicia que deseaba acostarse con ella. Seguramente se lo había pedido ya a todo el personal femenino del lugar, de eso no cabía la menor duda. Alicia rehusaba una y otra vez, siempre con una sonrisa en su boca.

Pero ahora todo era distinto: Gabriel había desaparecido de su vida, su moral estaba por los suelos y hacía siglos que no tenía sexo compartido: necesitaba a Paco. Así que se dejó “querer” por él y pensó que tampoco le vendría mal ahorrarse el tratamiento psicológico por el acoso laboral al que la estaba sometiendo aquella bruja y pegarse un sano y reparador revolcón con Paquito.

Lo primero que hizo fue comprar un programador para la calefacción. Aún tenía un mando manual y jamás se había molestado en cambiarlo. Ahora resultaba una excusa perfecta. Invitó a Paco a comer ese viernes, dado que era el único día que ambos libraban por la tarde, a cambio de que se lo instalara. Paco aceptó gustoso la invitación y más sabiendo que acababa de cortar por fin con su novio.

El viernes por la mañana, Paco se acercó a la mesa de Alicia.
-Tengo mis herramientas preparadas para instalarte el aparato.-Alicia no pudo evitar soltar una carcajada.
-Vale, espero que no me cobres por los servicios prestados.
-Esta vez no, pero cuando compruebes mi profesionalidad no querrás contratar a nadie más.
-Habrá que verlo…
-Te haré unos empalmes perfectos, mi técnica es la mejor.
-Eres un presumido...
-Presumo con razón, sino no lo haría.

La mañana transcurrió entre risas y frases con dobles sentidos. Paco iba calentando el ambiente y ninguno dudaba ya a esas alturas que esa tarde acabarían acostándose juntos. Por primera vez desde hacía tiempo, Alicia trabajó con ilusión y haciendo oídos sordos a las reiteradas críticas de Gloria, que no parecía ver con muy buenos ojos los devaneos entre ambos.

Terminaron la jornada y se encaminaron juntos al metro, atestado a esas horas de gente. Paco tomó posiciones detrás de Alicia y pegó la pelvis contra su culo de forma no muy disimulada. Alicia se reía por su absoluto descaro, mas comenzó a sentir que volvía a estar viva de nuevo, sobretodo entre sus piernas. Se apretó más a ella rodeando su cintura con un brazo. Podía sentir el aliento de su compañero en su nuca y su vello comenzó a erizarse en cada expiración. Paco se aferró a ella haciendo que su mano culebreara hasta tocar su suave piel bajo la blusa. La deslizó por debajo de su ombligo y, esquivando las apreturas de sus pantalones vaqueros, consiguió llegar hasta el monte de Venus sintiendo en su tacto el minúsculo triángulo de vello perfectamente recortado. Alicia situó su bolso delante, ahora agradecía haber comprado el más grande de la tienda, muy útil para no ser el blanco de indiscretas miradas en esos momentos. Paco acarició la suave pelusa de su pelvis mientras Alicia intentaba concentrarse en que su excitación no se viera reflejada en su cara. Alicia intuía la dureza y el calor del pene justo en medio de su culo. Cerró los ojos para concentrarse en las manualidades que Paco urdía en su vulva. El vaivén del vagón ayudaba a aumentar la temperatura de su deseo. Alicia presentía que su sexo se desharía en breve en espasmos, pero abrió los ojos y la decepción se apoderó de ella: habían llegado lamentablemente a su destino. Bajaron del vagón y en las escaleras mecánicas, Paco la besó, la estrechó entre sus brazos y aprovechó el momento para sobar sus pechos sobre la tela.

Llegaron a la casa de Alicia y nada más abrir la puerta, Paco se echó sobre ella, desabrochándose su camisa y bajando sus pantalones. Alicia quiso llevarle a su dormitorio, pero Paco, fogoso y salvaje, la empujó contra la mesa de estudio que Alicia tenía en un lateral del salón y sin más, la subió encima. Desvistió a Alicia con prisas, dejando sus bragas a mitad de sus muslos. Alicia intentó agarrarse al endeble tablero de conglomerado sobre el que estaba. Paco asomó su instrumento de electricista, se calzó en un instante un condón aislante y se lo enchufó de inmediato, provocando en ella ardientes chispazos. Se tumbó sobre Alicia, los caballetes que sostenían el tablero chirriaban peligrosamente en cada uno de los empujones que Paco propinaba a su compañera. Alicia confiaba en que tuviera la resistencia suficiente para aguantar a los dos, el tablero se abombaba en cada acometida de Paco como si de una hoja de cartón se tratara. Éste chupaba sus pechos y sacudía su instrumento haciéndolo vibrar en sus entrañas. Ella seguía con su cuerpo los movimientos de Paco y se acoplaba a él, haciendo rozar su clítoris contra su piel. Se sentía morir en esos instantes, estaba a punto de abandonarse cuando, súbitamente, la tabla sobre la que estaban se quebró en dos, cayendo ambos estrepitosamente. El instinto de supervivencia de Alicia hizo que pudiera apoyar sus manos en el suelo y no darse un golpe en la cabeza. Pero se había lastimado una muñeca, en la espalda tenía una herida y su culo estaba completamente dolorido y le ardía, al contrario que Paco, que había salido del percance completamente ileso gracias al mullido cuerpo de Alicia.

Alicia explicó en urgencias que se había caído por las escaleras, no quería ser la protagonista de los futuros chistes que de seguro, los médicos hubieran hecho a su costa.

Pasó dos semanas de baja, malamente sentada en un cojín y sin poder plantearse ningún tipo de deporte incluido el sexual en una buena temporada. Compró una sólida mesa para sustituir a la vieja y volvió al trabajo. Quizás ella era demasiado susceptible, pero tuvo la impresión de que a su regreso, sus compañeros la miraban muy a menudo y con una socarrona sonrisa en su boca. Mataría a Paquito por tener la lengua tan suelta… De seguro que había explicado con detalle la historia a todo el mundo, incluida Gloria, que parecía que era la que más se divertía con lo que le hubiera contado su antiguo electricista…

Pasado un mes, Alicia volvió a invitar a Paquito a su casa, entraba el otoño y ella aún tenía su programador sin instalar. ¿Qué le depararía su nuevo encuentro con él?


jueves, 6 de diciembre de 2007

La espera


Mi querido amante,

¡Qué lentas pasan las horas! Mi impaciencia me supera, me desborda y no me deja vivir en paz. Pronuncio tu nombre, Mario, dulcemente, recreándome en el movimiento de mis labios. Éstos se rozan levemente, sólo por unos instantes, para abrirse de inmediato y dejarte el camino despejado. Cierro los ojos y puedo sentir con toda intensidad el sabor de tu miembro en mi boca. Termina tu nombre con un beso, los labios se acercan levemente y siento tu piel. Rozo con ellos cada centímetro de ti, sin prisas, memorizando tu cuerpo. La punta de mi lengua hace el resto, hasta que apenas me queda saliva para recorrerte por entero.

Miro el reloj y sé que queda poco para tenerte de nuevo entre mis brazos, pero aún es demasiado tiempo para mí. Sé que debo tener paciencia para no perder la cordura por el pesado transcurrir del tiempo cuando se espera al amado...

Y mi mente desbocada no deja de escenificar lo que mi cuerpo desea. Siento tu olor a pesar de la lejanía y me dejo llevar por las emociones, tanto las vividas contigo como las que me quedan por vivir.

Siento tus manos en mi piel, se eriza, me estremezco. Tus labios, sabrosos, gruesos, definidos y hechos para el placer se apoderan de mi cuerpo, me absorben y me anulan la conciencia por completo. Ya no soy yo, ni eres tú, es un baile de placer, dos mundos que se difuminan en el éxtasis.

Tu cuerpo encima del mío y tu miembro abriéndose camino lentamente hacen que me derrita. Me rindo, soy tuya y lo sabes. Cierro los ojos, te acojo, atrapo tu miembro y siento cómo resbala fuera de mí. Por unos instantes, muero por la ausencia, para después, retornar a la vida al volver a tenerlo dentro otra vez.

El baile me lleva a saborear tu pene en mi boca, me deleito con él. Mis labios lo tratan con dulzura y mi lengua es su esclava. Lo lamo, lo chupo. Siento que un océano de placer invade mi sexo al sentirlo mío. Está en mi boca ¡por fin!

Espasmos recorren mi cuerpo. Es tu boca la que se encuentra entre mis piernas. Vuelvo a estar a tu merced. Grito, jadeo, araño las sábanas ante la explosión de placer que siento con tu lengua. Mi cuerpo se paraliza, mi sangre bombea de forma acelerada y vuelto a tener deseos de tu pene. Quiero que me penetres, volver a ser tuya por unos instantes y dejarme llevar por el balanceo de tus entradas y salidas.

Mis manos ya no me obedecen. Están sumidas en la danza. Soban mis pechos, los juntan y amasan. Ahora son tus manos las que los recorren, atrapan mis pezones, los agarran fuertemente mientras siento tus acometidas, cada vez más intensas, profundas y apresuradas. Te dejas ir y yo me voy contigo. Reposas sobre mi cuerpo, tu leche caliente riega mis entrañas. Ya no soy yo, tu esencia está en mí.

Cierro los ojos y descanso. Los vuelvo a abrir y miro el reloj, el tiempo pasa lentamente y mi mente vuelve a soñar que estás a mi lado...