miércoles, 19 de septiembre de 2007

Un tacón roto




Alicia volvió a casa tras pasar por la peluquería. Esa misma tarde estaba invitada a la boda de un compañero de trabajo, así que se había comprado un vestido rojo sin mangas para la ocasión. Sacó de su armario el vestido y la ropa interior del mismo color que se había comprado a juego. Buscó las sandalias de tacón infinito de las que se había encaprichado hacía dos meses al verlas en aquel escaparate en una de sus largas sesiones de tiendas que tanto le relajaban y que ya había estrenado en una fiesta de cumpleaños a la que acudió. Pero al sacarlas de la caja se echó las manos a la cabeza: se había olvidado por completo de que uno de los tacones estaba defectuoso, de hecho en la fiesta a punto estuvo de dar un traspié por dicho motivo. Ya no había tiempo de ir al zapatero para arreglarlo, pero no podía ir con ellos en esas condiciones o de seguro acabaría por los suelos.

Se dirigió a la caja de herramientas en busca de ayuda, hacía meses que no la abría, ni siquiera recordaba lo que había dentro, pero lo cierto es que el bricolaje era algo que no tenía cabida en su vida. Allí había utensilios que no había utilizado jamás, algunos incluso aún tenían el precio puesto, y de algún elemento tenia serias dudas sobre su funcionamiento o para qué servía. Dichas adquisiciones fueron fruto de un día de arrebato comprador al que había precedido el visionado en la televisión de un programa de bricolaje, en el cual todo parecía sencillo siempre que se dispusiera de las herramientas adecuadas. Alicia se imaginaba aprendiendo a utilizarlas en un futuro… futuro que aún no había llegado. Tornillos, clavos y argollas se amontonaban mezclados sin ningún orden. Y por fin encontró lo que necesitaba: un tubo de pegamento ultrarrápido. Ni recordaba cuando lo había comprado, pero había una posibilidad de que aún no estuviera caducado, así que lo cogió y se dirigió ufana a la cocina con las sandalias y su trofeo en la mano.

Pero la tarea de abrir el pegamento resultó más complicada de lo que ella suponía. El tapón estaba prácticamente soldado, parecía sellado por completo. Tras intentarlo en vano unas cuantas veces buscó de nuevo en su caja de herramientas y encontró unos alicates. Apretó con fuerza el tubo con la herramienta consiguiendo que la tapa cediera, pero el pegamento empezó a gotear profusamente. Alicia cogió la sandalia estropeada y rápidamente untó de pegamento el tacón, pero no pudo evitar que se impregnara con parte del contenido sus dedos, sus piernas y sus pies. En cuestión de segundos, el pegamento había conseguido pegar no sólo el tacón, sino también los dedos de ambas manos. Había una orgía de pegamento a su alrededor.

Con los dedos unidos abrió el grifo e intentó separarlos lavándose con agua caliente y jabón, parecía imposible conseguirlo sólo con eso. Corrió al baño y buscó un disolvente, pero lo único que encontró fue un quita esmaltes medio vacío. Se echó las últimas gotas del mismo sobre los dedos pegados y poco a poco fueron cediendo, aunque aún no parecía suficiente.

Salió precipitadamente de casa en busca de su vecino Manolo, un hacha del bricolaje casero dado el elevado número de veces que le oía a través de los tabiques utilizar su taladro. Alicia pensó en la suerte que tenía su mujer, que seguramente no había conocido en su vida algo como el “cuelga fácil”, al que Alicia era adicta.

Llamó al timbre de la casa de su vecino y enseguida le abrió Manolo, que vestía unos pantalones cortos negros y una camiseta de tirantes de color blanco, por la cantidad de virutas que estaban pegadas a esta última, parecía estar precisamente dedicado en cuerpo y alma a la tarea de lijar una tabla para una estantería que asomaba a medio montar en el pasillo.
-¿No tendrás un disolvente para pegamento, verdad? –dijo Alicia.
-¡Madre mía como te has puesto! Anda pasa, que intentaremos hacer algo. Te presento a Adolfo, un amigo mío que ha venido a pasar unos días en nuestra casa.

Si Manolo era un hombre corpulento, Adolfo lo era todavía más, parecían dos rocas humanas grandes y pulidas por el esfuerzo de sus músculos. Alicia sintió, ante la visión que se le presentaba, que su sangre empezaba a moverse por su cuerpo y se ubicaba convenientemente en sus zonas erógenas.

Adolfo miraba a Alicia con curiosidad y ésta sintió cierto rubor por el descaro de su mirada. Se sentó en un sofá y esperó a que Manolo viniera con el disolvente. Mientras tanto, Adolfo se sentó a su lado y, para sorpresa de Alicia, cogió su mano derecha.
-Tienes los dedos hasta arriba de pegamento.
-Soy un desastre para estas cosas...

Adolfo, sin cortarse lo más mínimo, acarició los dedos rugosos y ásperos de Alicia manchados por el pegamento y ésta, aunque un poco sorprendida, no intentó apartarlos.
-También se te ha caído el pegamento en las piernas...
-Sí, creo que el tubo entero ha acabado entre mis piernas, ups, quería decir que se me ha caído entero sobre ellas...
Y Adolfo, tras el comentario, pasó de rozar sus dedos a rozar sus muslos. Alicia miró hacia la puerta, pero Manolo parecía enfrascado en la búsqueda del disolvente que parecía no encontrar. El salón estaba desordenado, cuando viniera María, la mujer de Manolo, se iba a llevar una desagradable sorpresa: latas de cerveza vacías luchaban en un frágil equilibrio encima de una mesa por no caerse al suelo, varias películas con imágenes sugerentes y con la letra X como reclamo principal del título reposaban encima del video. Parecía que Manolo estaba disfrutando de la ausencia de su mujer…

Adolfo tenía una mano grande y caliente y Alicia no tenía la fuerza suficiente para decirle que dejara sus caricias, le estaban resultando muy cálidas y placenteras. Alicia era propensa a excitarse en cualquier momento y situación y una especie de resorte en su cerebro hacía sacar a la luz el lado más libidinoso que cada vez más, le dominaba. Así que, dejó que Adolfo, que apestaba a cerveza, siguiera acariciando sus piernas. Se relajó sobre el sofá y le miró instándole a seguir con sus caricias. Adolfo continuó con sus piernas y tras los embelecos en éstas, se arrodilló en el suelo y acarició también sus pies, igualmente estaban embadurnados de pegamento. Volvió a sentarse al lado de Alicia y Adolfo, ya seguro de la situación, se atrevió e meter una mano por debajo de la camiseta, buscando los senos de Alicia. Adolfo los encontró libres bajo de la tela, Alicia no solía llevar sostén en su casa, el tacto con ellos provocó en Adolfo un incremento de su grado de excitación, que pasó de acariciarlos con timidez a manosearlos cual si fuera dueño de ellos.
-Va a venir Manolo de un momento a otro...
-Tardará. Es difícil que encuentre el disolvente porque precisamente hoy mismo lo he necesitado yo y lo tengo en un bolsillo...

Adolfo acercó su otra mano al sexo de Alicia y, por debajo de los pantalones, lo apresó entre sus dedos, moviendo su mano con gran destreza para goce de ésta. Al sentir sus dedos fue consciente de que estaba empapada en su propio flujo, en ese momento ya estaba rendida al placer. Adolfo se desabrochó los pantalones y le brindó su verga, Alicia se chupó juguetonamente unos dedos y agarró firmemente el instrumento, propinándole un delicioso movimiento de balanceo. Adolfo, ya no se contuvo más y en ese instante, subió la camiseta de Alicia y lamió sus pechos, mordisqueó sus pezones y dejó que sus dedos, que ya estaban completamente humedecidos entre las piernas de Alicia, resbalaran obedientes al interior de su sexo.
Manolo ya no buscaba el disolvente. Hacía tiempo que contemplaba la escena que se estaba desarrollando entre Alicia y Adolfo a través del espejo del baño y únicamente disimulaba haciendo ruido para no desconcentrarles. Pero se estaba excitando con ambos y mientras veía a la pareja, como había hecho muchas veces delante del televisor con sus películas, no pudo dejar de meter su mano debajo de los pantalones y comenzar a masturbarse.

Alicia y Adolfo seguían con los mutuos juegos onanistas y alerta en todo momento a dejarlos si se presentaba Manolo de improviso. Pero Manolo ya no podía más, hacía siglos que no follaba “de verdad”, como él se imaginaba que tenía que ser, mientras culeaba tristemente en la postura del misionero a su mojigata esposa. Estaba a punto de explotar, así que, sin dejar que su cerebro decidiera sobre el desenlace correcto de la situación, se acercó sigilosamente al salón con el nabo en ristre.

Alicia fue la primera que le vio y con un gesto, apartó la mano de Adolfo de su sexo, e intentó bajarse la camiseta, pero Manolo, sin decir una palabra, se acuclilló delante de Alicia, abrió las piernas de ésta y comenzó a morder con avaricia sus muslos. Alicia, que ya estaba excitada al máximo, no pudo remediar gozar con su vecino y no encontró la sensatez suficiente para decirle que lo dejara, que quizás después se arrepentiría cuando María hubiera vuelto. En el momento en que Manolo apartó sus pantalones y hundió la cabeza en su coño, Alicia empezó a notar un calor agobiante en todo su cuerpo y sintió que le sobraba toda la ropa, así que ni corta ni perezosa, se quitó la camiseta y dejó que Manolo bajara sus pantalones y sus bragas mientras Adolfo, que parecía divertido con la situación, se quitaba la ropa para ambientar el nuevo escenario que se estaba desarrollando.

Alicia se tumbó en el sofá, dejó que Manolo siguiera recorriendo con su lengua toda su orografía y se explayara con su vulva, mientras Adolfo, de pie, acercó su miembro a la boca de Alicia. Cada uno de los movimientos con que Manolo agasajaba su sexo era un nuevo aliciente para engullir por entero el pene de Adolfo y darle placer. Sentía el glande en la misma campanilla, pero antes de provocarle una arcada, el movimiento de retroceso de aquella polla, evitaba la misma. Los tres personajes se acompasaban a la perfección, Manolo alternaba su afilada lengua con sus gruesos dedos y Alicia devoraba el tronco de Adolfo, jugueteaba con los huevos y acariciaba con sus dedos no manchados por el pegamento, la base del pene.

Manolo se incorporó y se acercó a su vecina agarrando con su mano el pene y clavándoselo en su coño, provocando que ésta imprimiera un ritmo aún de mayor desenfreno al miembro de Adolfo. Las embestidas de Manolo transportaron a Alicia a uno de los orgasmos que tendría en esa sesión, y como si de un juego de dominó se tratara, fueron cayendo uno tras otro. Manolo era fuerte, los empellones con su verga eran potentes y Alicia gemía mientras seguía afanándose en el miembro de Adolfo, el cual como por simpatía, había adaptado el ritmo de embestida bucal al de su compañero. Una explosión de líquido blanco y caliente inundó la boca de Alicia hasta anegarla, provocando que corrieran por sus comisuras hilos de semen, mientras que a la par, era regada por Manolo, que sacó su pene y dejó que fluyera un manantial sobre los pechos de Alicia.

Tras el desenfreno en el sofá, Adolfo sacó el disolvente del bolsillo e hizo desaparecer todo el pegamento de la piel de Alicia. Ésta volvió a su casa, relajada y feliz, aunque su alegría duró poco al observar en el espejo el lamentable aspecto en que había quedado su peinado tras la diversión…