miércoles, 19 de septiembre de 2007

Al volante



¿Quién iba a decirle a él que aquella mujer con la que intercambiaba miradas insinuantes en la parada del bus iba a ser su próxima alumna de prácticas en la autoescuela? Parecía una demostración evidente de que el azar se estaba encargando en cierta manera de dirigir el destino.

Así que el primer día de clase, cuando Alicia se presentó a la hora acordada para empezar con sus prácticas, le dio un vuelco al corazón. Algo parecido le pasó a ella, que se había sentido atraída por el hombre de la parada del bus desde hacía mucho tiempo.

Julián no tenía mal aspecto con sus cuarenta años recién cumplidos, y eso a pesar de su sedentaria vida. Nada de deporte excepto el televisado, nada de ejercicio excepto el que hacía con su dedo índice para cambiar de canal, nada de agua para beber excepto la que de forma fortuita entraba en su boca al ducharse. Existiendo la cerveza ¿Quién necesitaba algo diferente para saciar la sed?

Julián presentía días muy felices en las clases de prácticas que iba a impartir a su nueva alumna. Alicia tenía muy buen aspecto, alta y delgada, rubia y con los ojos color mar. Ni un solo día llevaba pantalones, se contaban con los dedos de una mano las veces en que no llevaba escotes sugerentes. En la parada del bus, ambos se miraban siempre de forma distraída, ahora tenían la oportunidad de mirarse a sólo un metro de distancia. Alicia, en el asiento del conductor y Julián, a su lado, indicándole a cada paso la forma correcta de actuar al volante.

Pero las horas de prácticas resultaron desastrosas. Alicia era una auténtica calamidad al volante, un peligro evidente y Julián apenas tenía tiempo de mirarle las piernas y recrearse en su escote. Forzaba su sonrisa, apretaba los dientes, asía sus manos al asiento e intentaba disimular su terror mientras procuraba recordar alguna de las oraciones que le enseñaron de pequeño.

Julián tenía agujetas de mantener su pie de forma tensa sobre su pedal de freno. Alicia parecía estar completamente ciega ante las señales de tráfico. Ni un stop, ni un ceda el paso se salvaba de su ataque.

Pero a Julián se le mezclaban las emociones, produciendo en él un baturrillo de sensaciones diversas. Por un lado, el pánico a darse un trompazo a la mínima, por otro, la excitación de pasar el tiempo al lado de esa mujer. Era como estar al borde de la asfixia y cercano al orgasmo, los efectos placenteros parecían multiplicarse en esos momentos. La sensación de peligro provocado por esa mujer le excitaba, le apetecía echarse sobre ella, pero los motivos eran dispares dependiendo del momento. Cada noche Julián, para aplacar sus calenturas, se entregaba a un sinfín de juegos onanistas pensando en ella y deseando que al día siguiente tuviera una oportunidad para sentir su piel junto a la suya.

Lo cierto es que Alicia y Julián se encontraban muy a gusto el uno al lado del otro. Alicia le veía como su héroe, como el hombre que dirigía brillantemente su cuadriga hacia el éxito en el circo de asfalto de la M-40 y Julián la veía como una fuente inagotable de recursos, dado que el número de clases que le impartía superaba con creces las que la mayoría de la gente solían recibir.

Una tarde, Julián decidió llevar a Alicia más lejos que de costumbre. Llegaba la fecha del examen y Alicia ya se dedicaba en cuerpo y alma a las clases. Así que como disponían de dos horas en vez de una, cogieron la carretera de Burgos y de ahí accedieron, por la desviación que conducía a un pequeño pueblo llamado “El Molar”, a carreteras más modestas y con menos tráfico. Julián quería que Alicia cogiera soltura en las curvas, parecía no comprender aún cómo debía tomarlas, así que la sometió a curvas y contra curvas durante un buen rato. En una de esas, un despiste de Julián, unido a una de las múltiples distracciones de Alicia, llegó la catástrofe: el coche salió de la carretera y fue derecho a parar a la única señal de tráfico que había en un kilómetro a la redonda. El choque fue fuerte pero ninguno de los dos sufrió mayores perjuicios. Fue el parachoques del vehículo el que acabó llevándose la peor parte. Julián estaba fuera de sí, mientras Alicia intentaba disculparse. Ambos hablaban a la vez, sin escucharse, hasta que, llegaron las tablas en la lucha verbal y el silencio se impuso. Alicia miró a Julián y rompió a llorar, echándose en sus brazos. Julián comenzó a acariciarle el pelo y aunque su objetivo inicial era el consuelo de ésta, el sentirla entre sus brazos provocó en él una repentina e inevitable excitación a pesar de las circunstancias. Alicia alzó la cabeza, miró de nuevo a Julián y se besaron apasionadamente.

Alicia le devoró con sus labios, mientras él, tras quitarle con premura su escotada camiseta, forcejeaba torpemente con el cierre del sostén, intentando desabrocharlo sin mucha suerte. Alicia, ante la poca habilidad de Julián, tomó la iniciativa y con un ágil movimiento de su mano derecha se desprendió de él ofreciéndole sus pechos. Julián notó cómo en sus pantalones crecía su pene, y sin más, probó el sabor de los senos que tenía a su vista. El accidente desapareció de su mente, lo único que deseaba en ese momento era comer esa delicia que le habían puesto a su alcance. Lamió sus pechos y probó a morderlos mientras Alicia jugueteaba con la cremallera de sus pantalones para sacar su falo del refugio impuesto. Se puso de rodillas sobre el asiento y se agachó, metiéndose en su boca húmeda el miembro de Julián. Alicia chupeteaba ruidosamente, sus labios lo succionaban a modo de ventosa y Julián comenzó a sentir que su instrumento ya no podía crecer más, sus huevos le dolían. La situación era tan extraña e irreal, que seguramente la estaba soñando, o era una alucinación fruto de su imaginación o del fuerte golpe que habían sufrido. Pero Julián notaba su verga empinada, palpaba los pechos de Alicia con sus manos y todo parecía tan real…

Alicia dejó descansar su boca y se sentó encima de él, apartando sus bragas, aferrando su pene y haciéndolo desaparecer entre sus piernas como si de una hábil hechicera se tratara. Y eso es lo que parecía, porque Julián sentía una especie de nube envolviéndole y, agarrando a Alicia de las caderas, sometieron al pobre vehículo malherido a una salvaje ITV del sistema de amortiguación, haciendo que el coche subiera y bajara a la par que Alicia se movía arriba y abajo con el miembro de Julián en sus entrañas. Sus pechos temblaban en las sacudidas y Julián los sostenía en sus manos, exprimiéndolos de continuo.

Julián abrió como pudo la puerta del vehículo, estaba asfixiado de calor y a punto de marearse por el esfuerzo. En esos momentos, maldijo su barriga cervecera y prometió solucionar el tema de inmediato, igual que lo hacía cada uno de enero año tras año. Alicia se descabalgó de él y tirando de su mano, lo llevó fuera. Se tumbó en la hierba, se deshizo de sus bragas mientras Julián forcejeaba esta vez con sus pantalones. Alicia observaba divertida, parecía tener guantes de boxeo en las manos. Por un instante, Julián miró el vehículo y vio el desastre, el parachoques hecho papilla y su currículo intachable de profesor de autoescuela, estropeado para siempre. Pero en ese momento le importó una mierda, ya tendría tiempo para buscar una buena excusa. En ese instante, lo único que quería era follar a Alicia en la hierba, si al fin conseguía desembarazarse de sus pantalones, convertidos por su nerviosismo y torpeza en un enorme cinturón de castidad que llegaba hasta los tobillos. Ya no le preocupaba nada más, ni el seguro, ni el vehículo, ni las vacas que a pocos metros de allí pastaban con parsimonia.

Julián propinaba fuertes embestidas a su alumna, mientras rogaba para sus adentros que no le fallasen las fuerzas y, mentalmente, repasaba la tabla del nueve para que se prolongase el desenlace. Ella saboreaba cada uno de los orgasmos que estaba consiguiendo gracias al pundonor de su profesor, que, desfallecido y sin poder aguantar más, derramó su semen sobre Alicia, derrumbándose, a la vez que murmuraba “nueve por diez noventaaaaa”. Descansaron durante unos minutos asidos de la mano y tumbados boca arriba, ella satisfecha y él tratando de recuperar el resuello.

Vuelto el color a sus mejillas, Julián llamó a la grúa y el coche fue escoltado hasta el taller más próximo mientras ambos se miraban sonrientes y cómplices en el taxi que llamaron para que les sacara de aquel lugar.

La forma de conducir de Alicia cambió desde ese día. Las siguientes clases, progresó tanto que Julián pensó que podría llegar a sacar el examen práctico. Y no se equivocó: Alicia aprobó milagrosamente y celebraron el acontecimiento en el mismo lugar donde semanas antes habían tenido el accidente. La idea había surgido de ella y Julián, entre carcajadas, aceptó gustoso la proposición.

Alicia y Julián comenzarán a salir y todo gracias a la puntería de Alicia con aquella señal…