martes, 8 de abril de 2008

Días de rebajas

Cada mañana a las once me encamino al centro comercial que se encuentra situado enfrente de mi lugar de trabajo. Prefiero acudir a él en vez ir a las cafeterías que profusamente adornan la calle a las que van el resto de mis compañeros. Puedo abstenerme del café diario, del pincho de tortilla de patatas o del croissant a la plancha, pero siento debilidad por los centros comerciales y las grandes superficies, principalmente en época de rebajas.

Es en los meses de enero y julio cuando disfruto con más intensidad de mis visitas. Me gusta mezclarme entre la marabunta de gente que acude a esas horas en que ponen sugerentes descuentos especiales. Mi intención sin embargo, no es el consumo compulsivo, soy parco en gastos y tampoco me he enamorado de ninguna de las bellas dependientas que trabajan en el lugar. Al contrario, siento debilidad por lo desconocido, por el peligro de ser descubierto, por la posibilidad de que puedan sospechar de mis acciones.

Mi sentido más desarrollado es el tacto, quizás debido a la miopía que he sufrido desde niño y por las veces que he tenido que valerme de mis manos en las reiteradas ocasiones en las que fastidiosamente se me rompían mis gruesas gafas. Tengo una sensibilidad especial en mis dedos, son ellos los que me trasmiten intensamente todo tipo de emociones y pasiones.

Soy un hombre curioso y no puedo conformarme tan sólo con lo que tengo: quiero a mi pareja, no lo niego, pero es ya un amor templado por el paso de los 8 años que llevamos juntos, la pasión por ella se ha convertido en calmado deseo. He de decir a nuestro favor que nos unen demasiadas cosas como para pensar en una posible ruptura; entre ellas, la hipoteca de 300.000€ a 30 años que recae sobre la casa que compramos juntos ya hace dos años.

No me considero un hombre infiel, los escarceos sexuales que he tenido han sido demasiado escasos para calificarlos de relevantes. A ella jamás se lo contaría, dudo que lo entendiera como lo entiendo yo. Tampoco le he hablado de esta pequeña afición mía que ha nacido hace muy poco. Es una buena forma de liberarme de la rutina y de tentar al destino.

Mi atuendo de hombre de negocios con traje y corbata me hace pasar desapercibido entre toda la multitud. Es cierto que a veces algunas mujeres me miran con sorpresa cuando observan curiosas como me acerco a los puestos donde se amontona la ropa rebajada. Mi objetivo principal son los puestos de lencería femenina.

A ellos me acerco en principio cauteloso, me uno al grupo de mujeres simulando ser el perfecto marido que busca ilusionado un nuevo conjunto de ropa interior para su esposa. Alguna de ellas no puede reprimir cierta mirada de envidia, quisieran que fuera su propio marido el que estuviera allí en ese momento. Pero se equivoca, no me considero perfecto.

Es justamente entre aquellas desconocidas mujeres donde me dedico a mi particular debilidad. Me aprieto a ellas y trato de percibir entre mis dedos la suavidad de su piel. Precisamente por ello, mi mes favorito es julio, cuando las mujeres muestran parcialmente su piel desnuda. Es en ese mes cuando disfruto más intensamente: acerco mi cuerpo a ellas, percibo su calor, toco con disimulo sus brazos, como si realmente mi pretensión fuera hacerme un hueco entre ellas para buscar más fácilmente entre todas las prendas. Me gusta provocar, empujar levemente con mi rodilla sus pantorrillas, usar mi codo a modo de escudo rozando al mismo tiempo sus pechos. Tampoco es algo malo...

Sus reacciones son dispares: algunas vuelven su cabeza bruscamente con cierto enfado, mas al verme, cambian su mirada e incluso me sonríen. Me considero un tipo atractivo, tengo 35 años y mi atuendo me dota de cierta respetabilidad. Sé que les queda la duda, la intriga de pensar si mis movimientos son provocados por mí o por la casualidad y el gentío.

Mi sentido del tacto se encarga de encenderme. Cada uno de los furtivos roces en aquellas desconocidas me excita al máximo. Siempre intento llegar a más, acercarme todo lo posible a mis “víctimas” y ver hasta dónde puedo llegar sin ser descubierto. No quiero que por un descuido, se descubran mis juegos y no pueda volver de incógnito en más ocasiones al centro comercial.

Hoy lunes hay más gente que nunca. El sol del verano hace mella en el termómetro e incita a la gente a protegerse del calor en los centros comerciales, su aire acondicionado es un paraíso en medio del desierto. Además la suerte me acompaña, observo que hay un 50% de descuento en la lencería de marca, no puedo pedir más.

Me acerco por detrás a una mujer de aproximadamente 30 años. El olor dulzón de su perfume me obnubila al principio, hasta que por fin consigo acostumbrarme a él. Lleva un vestido de tirantes, mis dedos lo examinan de inmediato: se trata de un vestido de seda. El color no me importa, aunque en este caso es rojo. El tacto de la seda enciende mis alarmas. Me aproximo más aún. Ni siquiera se ha percatado de mi presencia. En su mano derecha sostiene dos tangas de color negro y un sostén de encaje color Burdeos. Me atrevo a rozar su brazo, mis dedos resbalan por su piel, casi tan suave como la tela de su vestido. Comienzo a sentir el miembro entre mis piernas, éste me incita a que prosiga. Me aprieto contra ella, siento el calor de sus nalgas en mi pelvis, es un culo perfecto, redondo y duro. Aprovecho el gentío para tocarlo con una mano. No necesito más que un segundo para darme cuenta de que bajo la seda no hay nada más que su piel. Quizás llevé tanga pero mi calenturienta imaginación me invita a pensar que no lleva ropa interior. Ella sigue concentrada en la búsqueda de sus prendas y yo sigo investigando su cuerpo. Ahora toco su espalda, no me he equivocado. El vestido es la única prenda que lleva puesta. Mi excitación se aviva, siento la sangre agolparse en mi sexo y el corazón retumbar en mi sien. Estoy completamente empalmado y no tengo nada a mano para tapar mi vergüenza. Miro y remiro y por fin encuentro mi escudo en una revista de ofertas del centro que alguna clienta ha dejado caer descuidadamente al suelo. Sigo a lo mío, a mi trofeo de seda y blanca palidez. Ella parece no darse cuenta de nada, creo que su excitación por encontrar la lencería rebajada es casi tan grande como la mía al tocarla.

Mi objetivo ahora es su cintura, arrimo mi mano con precaución, pero mi teléfono móvil me hace abandonar bruscamente la posición tomada. Me alejo de las trincheras, pero siento prisa por volver de inmediato al reconocer el número de teléfono, se trata de un inoportuno amigo que parece no tener nada que hacer esa mañana. Contesto con monosílabos y por fin le cuelgo. Vuelvo a mi puesto de lencería y me llevo una desagradable sorpresa: ya no está la mujer del vestido de seda. Me enfurezco por ello pero intento buscar una nueva víctima, oteo a mi alrededor hasta que encuentro la presa: me dirijo ahora hacia una gruesa morena de pantalones piratas y blusa de manga corta. No es lo mismo, pero en esos momentos puede servirme.

Sus anchas caderas duplican las mías, desprende aún mayor calor que mi primera víctima, palpo su trasero y lo siento mullido, quizás en exceso, toco el algodón de la tela de su blusa, añoro la seda, rozo su muslo ligeramente. Llego hasta sus brazos, pero su piel cubierta de vello me desagrada por mi anterior recuerdo y decido buscar una nueva desconocida, no consigo alcanzar el grado de excitación que necesito con ésta. Hoy el sexo femenino no escasea y encuentro con prontitud una nueva mujer, alta y esbelta, quizás más joven que las anteriores, soy torpe a la hora de adivinar la edad. Vuelvo a mis andanzas, suelo seguir el mismo ritual de movimientos y roces. El lino de su vestido me gusta, vuelven a despertarse todos mis sentidos.

De repente, noto como se aprietan por detrás contra mí. Es una mujer, de eso no cabe la menor duda: siento sus pechos, sus punzantes pezones sobre mi espalda que hacen que me incorpore como un resorte. Estoy a la espera de sus movimientos. Me asaltan las dudas sobre sus intenciones. ¿Querrá aproximarse realmente al puesto de lencería o quizás busca lo mismo que yo? Siento su mano recorriendo con disimulo mi espalda, como si tratara de apoyarse para hacerse un resquicio entre la multitud. Sigo dudando, mientras dejo a mi mente fantasear. He dejado de palpar mi presa de delante. Estoy alerta y en guardia, aunque disimulo buscando entre la lencería. Ahora noto su mano en mi cadera e instintivamente cojo mi cartera del otro bolsillo y me la guardo dentro de la chaqueta del traje. El olor dulzón de su perfume hace latir furiosamente mi corazón: ¡Es la mujer del vestido de seda! Me felicito por mi buen tino a la hora de mi anterior elección y sonrío pensando que ha jugado conmigo simulando no darse cuenta de mis travesuras. Es la primera vez que juego en el bando contrario. Dejo que me toque, es atrevida en sus movimientos, roza mis brazos abiertamente, frota su pierna contra la mía cual minina en celo. El traje comienza a molestarme y el fuego que siento en mi sexo se propaga a todo mi cuerpo. Tengo miedo de moverme y que pare, que todo sea un nuevo sueño de mi imaginación, me gusta el tacto de sus dedos, a su paso mi piel despierta suplicando más caricias.

Deseo en silencio que sea más osada y que llegue hasta mi pene, ¡cómo me gustaría que jugueteara con él! Que lo apretara contra su palma, que subiera y bajara sus dedos por todo su tronco. Me conformo incluso que lo haga sobre la tela. Percibo su agitada respiración, está excitada, tanto como yo. Siento como restriega su pubis contra mi culo, dejo que siga, me gusta sentir que soy su objeto de placer. Creo que me pegaré a ella, le diré que la deseo ardientemente. Los probadores están cerca ¿qué mejor que encontrarnos allí y satisfacer nuestros deseos? Mientras sigue tocándome me imagino a mí mismo despojándole de sus livianas telas, apremiándola contra la puerta del probador, bajando mi bragueta y hundiendo mi miembro en ella mientras se deshace de placer. Mis pensamientos me sacan de quicio, me calientan, aumentan mi atrevimiento. Acerco mi mano para encontrarme con la tela de su vestido, quiero llegar hasta sus muslos y tocarlos. Pero bruscamente la dejo de percibir, nuevos empujones por parte de nuevas hordas de compradoras me apartan de mi espontánea donante de caricias. Me doy la vuelta y la busco, pero no la encuentro.

Tras mirar a cada una de las mujeres que siguen ensimismadas alrededor de la lencería de saldo, me topo con unos ojos sonrientes posados en mí que me hacen sospechar desagradablemente: es la gruesa morena la que me mira de forma sugerente. ¿Y la dueña del vestido de seda? ¿Acaso no era ella la que me acosaba? ¿Y el perfume dulzón? ¿Tal vez mi deseo ha confundido mis glándulas pituitarias?

Miro la hora y regreso al trabajo algo decepcionado por mi error. Aún siento la hinchazón de mi miembro en mis calzoncillos. Creo que antes de sentarme en mi despacho pasaré previamente por el servicio...




2 comentarios:

Anónimo dijo...

Podrías subir alguno de tus relatos en www.topfanfics.com ;)

Lydia dijo...

Eres tremenda Alice... como me gusta tu forma de transportar de las letras a la acción, me quedé ensimismada viendo la acción de ese perverso juego, tan sutil como morboso, tan cálido como inocente, tan sencillo como excitante.
Una ovación para tí y un beso fuerte,
Lydia