miércoles, 19 de septiembre de 2007

Revisión dental

La sala de espera estaba abarrotada de gente y Alicia no paraba de mirar el reloj cada cinco minutos. Ya había ojeado todas las revistas que, de forma desordenada, se ubicaban encima de una pequeña mesa esquinera. Caras largas y silencio total en el lugar, roto por alguna que otra tos de alguno de los que allí esperaban. Una hora de retraso y ella era la última cita del día. Pensó marcharse y pedir de nuevo hora otro día, pero le volvería a pasar lo mismo. Fermín era un buen dentista y se lo había recomendado más de un amigo. Era la primera vez que iba después de abandonar al suyo tras hacerle una pequeña chapuza con un empaste.

El tiempo iba pasando y la sala de espera vaciándose paulatinamente hasta quedarse a solas con un hombre de unos cuarenta años que la miraba de vez en cuando mientras leía su revista. Era bastante alto, de pelo castaño, ojos color miel, ropa de marca y un aire en conjunto bastante aceptable. El anillo de oro que tenía en su mano derecha era prueba inequívoca de su estado civil. Alicia, ante el aburrimiento que la invadía, empezó a fantasear con ese hombre que tenía enfrente, se lo imaginó dejando su revista a un lado, acercándose hacia ella y besando su boca de forma inesperada, poniéndose a su lado y buscando un resquicio en sus pantalones para introducir una mano en su sexo, que empezaba a calentarse por la presencia de la mano aún desconocida. Sintió la mano como si fuera real, inconscientemente, sus piernas se abrieron físicamente al deseo mientras seguía imaginando escenas morbosas con su compañero de sala. Su mente iba rápido cavilando cada uno de los movimientos de la escena. Imaginó las manos del hombre recorriendo su piel, posándose en sus pechos, estrujándolos entre sus dedos. Se imaginó ella misma chupándole el pene mientras él permanecía de pie con sus manos descansando sobre sus hombros y balanceaba su cuerpo hacia delante y hacia atrás en busca del placer de su boca. Se vio sentada sobre él, cabalgando apresuradamente antes de que la enfermera le avisara de que entrara en la consulta. Y fue precisamente eso lo que le distrajo de sus pensamientos, el hombre de sus ensoñaciones desapareció tras la puerta y ella se quedó completamente sola en la sala. Cruzó sus piernas y las friccionó sintiendo su sexo caliente. En ese momento estaba tan excitada que hubiera podido masturbarse allí mismo. Sentía al máximo su clítoris abultado, sus bragas humedecidas por el deseo comenzaban a molestarle, no encontraba la postura adecuada. Abrió sus piernas y puso una mano sobre su sexo, moviéndola de arriba abajo por encima de los pantalones, sintiendo el roce tanto de sus bragas como de sus toscos vaqueros. Se sorprendió a sí misma tocándose los pechos por debajo de la blusa, palpando los duros pezones bajo el sostén. No podía más, sentía que podría correrse en ese momento, pero un ruido procedente del exterior la distrajo, así que cogió una revista para disimular e intentar hacer desaparecer aquellos pensamientos. Pero ni eso le sirvió.

Pasados diez minutos desde que su compañero se marchara, entró de nuevo la enfermera en su busca. Por fin le tocaba a ella, ya ni recordaba el tiempo que había estado esperando. Se sentó en la silla y enseguida apareció el dentista. Alicia pensó que no era especialmente guapo, pero parecía tener un cuerpo robusto y unos brazos musculosos, posiblemente de pasarse la vida haciendo esfuerzos para sacar las muelas de algunos de sus pacientes. En esos momentos, cualquier hombre le hubiera resultado digno de consideración.

Alicia abrió la boca y su dentista miró su interior con detenimiento. La enfermera le preguntó si no la necesitaba y si podía irse ya a casa y éste asintió sin perder de vista los blancos dientes de Alicia. La agitación sexual que tenía desde que saliera de la sala de espera no la había abandonado y la cercanía de su dentista no le sirvió precisamente para tranquilizarse. En esos momentos, la razón desaparecía de su conciencia y el sexo dominaba sus movimientos, era algo que no podía evitar.

Así que a pesar de la indefensión de su posición y de la incomodidad de permanecer tanto tiempo con la boca abierta, comenzó a coquetear descaradamente con su dentista. ¿Era casualidad o no que al flexionar una de sus piernas rozara ligeramente el bulto todavía relajado que descansaba bajo sus pantalones? ¿Podía ser el azar caprichoso el que hubiera abierto aún más el escote de su blusa, dejando entrever su sostén de color Burdeos? ¿La agitada respiración era fruto de los nervios de la mujer a la que estaba mirando por motivo de la revisión o se debía a algo más? Todo eso es lo que pasaba por la cabeza de Fermín, que llevaba sin catar una mujer desde que le abandonara Susana, de eso hacía ya meses, ¡no que va!, era ya más de un año el que había pasado. Desde ese entonces, ni su trabajo ni los múltiples cursos de reciclaje le habían dejado tiempo para conocer a nadie, en ningún sentido de la palabra.

Pero esa mujer le estaba poniendo muy nervioso. Lo cierto es que tenía la boca perfecta, pero alargó el proceso de revisión para poder contemplar de cerca sus pechos turgentes, sus pezones estaban duros, no cabía la menor duda. Su perfume le atraía como un animal en celo, las sensaciones que le provocaba aquella mujer se dirigían todas a un único lugar: su pene, que había despertado hacía ya unos minutos y hacía intentos desesperados por buscar la luz. Pero no podía dejarse llevar por sus instintos… y menos con una de sus pacientes, no estaba bien. Contrólate Fermín, se decía a sí mismo. En esos casos, su mente intentaba pensar en otras cosas, en su madre por ejemplo o en la tía Jacinta, que era un dechado de virtudes pero era la imagen de la anti lujuria. Sentía su polla palpitante, henchida hasta el extremo, mientras Alicia seguía con sus provocadores devaneos. Miró cada uno de los dientes de Alicia como si quisiera fotografiarlos en su mente, su lengua era rosada y húmeda, sentía ganas de morderla, sus labios, pintados intensamente de rojo parecían pedir a gritos que los chupase. Acuérdate de la tía Jacinta, se repetía una y otra vez. Alicia se contoneaba insinuante, le miraba con lascivia y deseo, era todo sensualidad. De repente, la tía Jacinta, se esfumó como el humo y Fermín, a punto de estallar, tiró a un lado el instrumento que tenía en sus manos y se echó sobre ella.

Alicia no se esperaba el brusco ataque pero lo agradeció enormemente, había resultado victoriosa. Estaba mojada por completo. Se besaron, se lamieron y se reconocieron rabiosamente. Fermín mordió su lengua, chupó sus labios y desabrochó la blusa de su paciente con ansia, arrancó como pudo el sostén y hundió la boca entre sus pechos, mientras Alicia palpaba el bulto que tenía ya un considerable tamaño y lo liberó de sus higiénicos pantalones. Fermín había recorrido con su boca el norte de Alicia y fue directo hacia el sur, desabrochó su cremallera, bajó a Alicia sus pantalones y sus bragas ligeramente y volvió a hundir su boca en el nuevo terreno. Alicia jadeaba, gemía con desesperación, la silla del dentista chirriaba con cada uno de sus movimientos. Fermín la aguijoneó con su lengua, succionó su clítoris y Alicia empezó a sentir los primeros espasmos de placer. Fermín ya no podía más, su pene necesitaba un lugar donde relajarse así que subió posiciones y embistió a su paciente. Su polla entró suavemente, el terreno era húmedo y resbaladizo, deliciosamente cálido. Estuvo a punto de correrse en ese mismo momento, pero aguantó, su tía Jacinta pasó por un instante por encima de su cabeza y pudo volver al ataque. La silla no era nada cómoda, pero estar encima de su paciente lo compensaba. Alicia se había desprendido de sus pantalones y sus bragas y había conseguido subir las piernas encima de los hombros de Fermín, sentía la polla de su dentista entrando y saliendo de ella cada vez a mayor ritmo. El foco de luz de la silla incidía sobre su rostro, dándole un aspecto aún de mayor vicio. Y lo tenía, no quería que Fermín se corriera, quería disfrutarle más tiempo, y de vez en cuando dejaba laxos sus músculos vaginales hasta que ya no podía más y los volvía a comprimir con deseo para absorber su polla, consiguiendo de nuevo otro orgasmo. Pero el dentista sentía que se iba, sacó su pene y eyaculó sobre ella, Alicia actuó rápido y cogió con su boca aquella polla latente de Fermín, paladeando con placer el semen de su dentista hasta que no quedó ni rastro del lechoso elemento. Fermín cerró los ojos y saboreó su orgasmo en la boca de Alicia, le gustó sentir aquella boca succionando cada gota de su semen, esa lengua juguetona lamiendo cada milímetro de su verga, fue una sensación de placer absoluto.

Fermín no quiso cobrar la revisión a Alicia y le instó a que no tardara demasiado en volver a la consulta para una nueva cita. No podía abandonarse a una posible caries dado lo golosa que había demostrado ser…








1 comentario:

Ocilobrepih dijo...

Señora Alicia, es un placer tenerla de vuelta. El "vaciado" de tu blog me había dejado perplejo. Ahora veo que estabas en obras.

La protagonista del relato debería comer muchos caramelos con azucar, para segurarse una buena provisión de caries y continuas visitas a tan atento, higiénico (me remito a la forma de correrse que se describe, ¡jajaja!) y trabajador dentista.

Lo siento por el maduro del anillo, con el que me identifico (no por anillo, sino por maduro). A éste le ha tocado hacer algo así como la tarea de los corredores "liebres" en las competiciones de larga distancia. Después de "lanzar" la carrera a tope, han de dejar que otros cosechen las mieles del triunfo.

Como he visto que tengo el honor de figurar entre tus enlaces, te enlazo igualmente como uno de mis "blogs amigos".

Una última cosa. Yo también tengo muchos problemas de caries, ¿te apetece que vayamos un día juntos al dentista? ¡jajaja! Besos, Alice Carroll.