sábado, 25 de abril de 2009

Dos años de blog

Muchas gracias por estar al otro lado de la red y por leerme. Tan sólo deseo que disfrutéis de mis relatos y que sean capaces de llenaros de deseo.
Besos

Alice Carroll

Los deberes de Mario XI: El comienzo

La conocí ya hace dos años, en aquel bar de un amigo mío en el que me encontraba mejor que en mi propia casa. Las caras ya eran conocidas y la música de mi estilo. Me sorprendió que estuviera sola, pero no parecía importarle. En la barra del bar demostraba más seguridad que todos los que se le querían acercar. Ella les apartaba con un giro negativo de cabeza, una media sonrisa o un “no” rotundo si el candidato se ponía muy pesado. Yo la observaba atentamente. Era alta y delgada, tenía el cabello ondulado y de color castaño claro. Me sorprendieron sus grandes ojos verdes, era difícil no quedarse ensimismado mirándolos.

Me acerqué a la barra y pedí una copa, estaba a dos metros de ella y pensaba cómo podría acercarme sin que fuera otro candidato rechazado. Su vestido negro y corto con un generoso escote era toda una invitación a perderse en un mar de sugerentes pensamientos.

Sentía mi propia excitación dentro de los pantalones. Sabía que tenía que ser cauteloso, que no podía abordarla sin más, tenía que encontrar la mejor manera de poder empezar a hablar con ella y no dejarla indiferente. Pero no se me ocurrió nada más que mirarla intensamente. Su instinto advirtió mis ojos y lejos de sentirse abrumada me sostuvo la mirada.

No sé cuánto tiempo pasó, si fueron apenas unos segundos o varios minutos. Pero sentí toda su fuerza sexual en su mirada, quizás incluso sintió la mía. Sus ojos me hablaban de deseo, de imaginación, de curiosidad. Y sin saber muy bien cómo, me acerqué a ella y le pregunté algo que jamás hubiera dicho a otra mujer sin conocer siquiera su nombre. Ella respondió como yo quería: tras unos segundos algo confusa por aquella pregunta tan directa y extraña, me sonrió y obtuve un “sí” por respuesta.

-Por cierto- dijo ella cuando salíamos del bar en dirección a su apartamento- mi nombre es Alice Carroll. ¿El tuyo?
-Puedes llamarme Mario.

Al entrar en su apartamento lo primero que sentí fue el intenso olor a rosas que había en él. Al encender la luz, pude comprobar que varios ramos de rosas multicolores reposaban en jarrones distribuidos por todo el salón.
-¿Todas esas flores son de tus amantes?

Alice se río pero no contestó, se limitó a acercarse a mí y con su voz sensual me retó al juego que yo le había propuesto en el bar.
-¿No ibas a hacerme tu esclava sexual? ¿Cuándo empiezas?

Sus palabras entraron por mi cerebro y alertaron a todo mi cuerpo excitándolo como hacía tiempo no lo estaba. La besé y recorrí aquel cuerpo que hasta ese momento desconocía disfrutando de sus formas curvilíneas, amasé sus pechos hasta forzarlos a salir de su enconsertado cubículo, subí el vestido por detrás hasta hacer mías sus perfectas nalgas. Saber que no llevaba ropa interior me puso aún más caliente. Alice gemía mientras acariciaba mi cuerpo y me iba desnudando lentamente. Yo empecé mi juego, cogí la tela del escote de su vestido con ambas manos y lo rasgué por completo.
-Te compraré unas rosas para compensarte por el vestido -Dije yo irónicamente.

La abracé y nos tiramos en la alfombra. Mordí suavemente su cuello y ella gimió intensamente. Cogió mi miembro con sus manos y con sus húmedas yemas inspeccionó cada milímetro de él. Aparté su mano y agarrando sus brazos con mi mano derecha, zambullí mis dedos de la otra mano en su sexo, acuoso y cálido. Estaba completamente depilado, algo que me encantaba. Alice se retorció de placer cuando los introduje más profundamente hasta encontrar su punto G. Quería desasirse de mí, pero no podía. Mi miembro ya no podía aguantar fuera de tan cálido lugar así que quité mi mano y de un empujón, la poseí. Alice tenía una cara de intenso placer. Rodeó mi cintura con sus piernas y mi miembro penetró más profundamente hasta sentir que hacía tope. Liberé sus brazos y ella me abrazó, arañando suavemente mi espalda. Levanté sus piernas y la embestí repetidas veces.
-¿Vas a ser mi puta? –Dije yo
-Sí, claro que sí-Dijo ella sin apenas dudarlo.

La insté a que se pusiera a cuatro patas y ella obedeció de inmediato ofreciéndome un hermoso culo que yo agarré con mis manos a modo de asideros para penetrarla de nuevo en aquella posición. Veía sus pechos moverse ante mis embestidas en un espejo que tenía en una de las paredes. Estaba más hermosa así incluso que cuando la conocí en el bar. Sus paredes vaginales se comprimían rítmicamente una y otra vez en compulsivos orgasmos. Sujeté su pelo cual si fuera mi montura y cabalgué hasta que sentí que un torrente de semen salía de mí. Me dejé caer sobre ella cuando sentí que mis piernas ya no me sostenían tras gozar.

Después de unos segundos nos sentamos en la alfombra recuperándonos de la intensa sesión de sexo.

-¿Cuándo te volveré a ver? –Dijo Alice intuyendo que yo era el que ponía las normas.
-Yo te llamo, tendrás que hacer deberes para mí, si no los haces no me volverás a ver.-Contesté yo.
-De acuerdo.

Por primera vez, miré su apartamento con una mayor atención. Me sorprendió ver su mesa llena de papeles escritos a mano, algunos arrugados víctimas de un destino peor.
-¿Y todos esos papeles?
Alice sonrió.
-Soy escritora. Escribo relatos eróticos.
-¿Y son producto de tu imaginación o de tus experiencias? –Pregunté yo intrigado.
-Eso no te lo voy a decir. Tendrás que descubrirlo…
-Lo haré- dije yo levantándome del suelo-

Me despedí de ella con un hasta pronto y volví a casa. Estaba convencido de que había encontrado por fin lo que yo había buscado muchas veces en una cama con una mujer.

La había encontrado a ella.