viernes, 18 de abril de 2008

La gran aventura de Silvia

De nuevo, María y Manuel habían tenido una discusión. Esta vez, parecía que iba a ser la última y definitiva. El motivo de aquellos altercados entre ellos siempre era el mismo: María era una persona tranquila, sosegada, meditaba todas sus decisiones antes de actuar y esta forma de ser se reflejaba también en su vida sexual. Manuel, al contrario, era ardiente, inquieto, un buscador incesante de nuevas emociones y sus ardores encontraban el perfecto lugar donde elevarse a la enésima potencia: en la cama. Y precisamente era éste el foco de todos sus conflictos: Manuel deseaba que María fuera más ardorosa, que no se relajara tras su primer y único orgasmo y que las noches de lujuria y pasión enlazaran con el rocío de la mañana. Esta cuestión se la echaba en cara insistentemente cada noche. Pero María, tranquila y calmada tras gozar y hacer gozar a su amado, lo único que deseaba era abrazarle y dormir unida a él.

La ruptura parecía inevitable y Manuel cortó con María ante la sorpresa de ésta, que, a pesar de la escasa compenetración que tenía con su amante en el plano sexual, le amaba y deseaba seguir a su lado. Manuel, tras una semana de intensa sequía sólo aderezada con unos solitarios orgasmos proporcionados por su generosa mano, se lanzó a la calle en busca de consuelo y calor humano, femenino, evidentemente.

Fue en un bullicioso y nebuloso bar con aroma a nicotina donde la encontró. Estaba acompañada por dos amigas. Era alta, esbelta, delgada, rubia como la cerveza que estaba degustando en ese momento y con unos brillantes ojos verdes. Reía sin parar, sonreía y bailaba, era imposible permanecer impasible ante ella.

A Manuel le pareció maravillosa. Quizás en su apreciación tuviera parte de culpa el alcohol que inundaba sus venas o las luces de neón que impedían una adecuada visión de lo que había a su alrededor. Pero esos eran mínimos detalles que carecían de importancia, así que comenzó su ataque, que en primer término fue visual: miradas furtivas al principio, para hacerlas más sostenidas posteriormente. Cuando comprobó que la atacada respondía favorablemente a sus indirectas, dejó que en sus ojos se trasparentara el deseo que sentía por ella.

Silvia, que así se llamaba, no tardó en percatarse de la presencia de Manuel. Era imposible no darse cuenta de su existencia, dado el poco disimulo con el que actuaba. Lo cierto es que aunque en un primer momento no parecía gran cosa con sus gafas, su pelo cano, sus ojos azules y su cara de buen chico, no le pasó desapercibido sin embargo el grueso paquete que parecía atesorar dentro de sus pantalones. Ella había ido a divertirse y precisamente el sexo era uno de los mejores entretenimientos que conocía. Por lo que cuando vio que por fin se decidía a acercarse a ella, pidió a sus dos amigas que les dejaran solos.

Manuel se presentó y tras dos besos comenzaron a bailar. Resultaba misión imposible entablar una conversación mínimamente audible entre ambos, la música resultaba ensordecedora, así que optaron por utilizar simplemente gestos y miradas para darse a conocer. Eso fue suficiente para darse cuenta de la salvaje atracción que les impulsaba el uno hacia el otro.

Sin más preámbulos comenzaron a besarse, unieron sus cuerpos, probaron la piel del otro, dulce y algo empalagosa la de ella, ciertamente salada la de él. Se degustaron con mimo y paciencia. Paulatinamente Manuel, al ver la positiva reacción que mostraba Silvia ante sus avances, comenzó a ser más atrevido. Resbaló una mano por debajo de su vestido, notó agradablemente el calor que sus nalgas desprendían, se aventuró a rozar sus pechos e incluso su pubis, pobremente tapado por una fina tanga.

Pero necesitaban un terreno más tranquilo para seguir. La discoteca en ese momento no resultaba ser un agradable lugar y Manuel invitó a Silvia a seguir sus juegos en su pequeño apartamento.

Nada más abrir la puerta, Silvia comenzó un firme ataque, desnudándose con parsimonia y ofreciendo a Manuel su cuerpo. Él degustó en primer lugar sus pechos mientras ella comenzaba a desnudarle. Caminaron completamente desnudos al dormitorio, se tumbaron, y comenzaron los juegos. Pero el comportamiento de Silvia súbitamente mutó: se volvió salvaje, desenfrenada, su frenético ritmo era imposible de seguir, cambiaba de posiciones a gran velocidad. Parecía un militar en maniobras. Él intentaba seguir sus pasos, su ritmo y sus subidas y bajadas. Silvia no gemía, gritaba, chillaba de goce, tiraba del pelo de su amante, dejaba las uñas en su espalda. Y Manuel se dejó ir de inmediato nada más percibir las primeras palpitaciones de su amante exprimiendo su miembro y provocándole inevitablemente una intensa erupción de blanquecina lava.

Descansaron unos segundos, pero Silvia, al contrario de lo que pensaba Manuel, no había terminado, su deseo aún se mantenía a flor de piel. Volvió a besar a su amante, acogió en la boca su miembro flácido y éste forzosamente cobró vida con aquellos mimos. Y de nuevo volvieron a amarse y a disfrutar el uno con el otro. A él le resultó más costoso esta segunda vez ponerse a tono, pero ya se encargaba Silvia a la mínima muestra de relajación o debilidad, de llevar reiteradamente su miembro a la boca y hacerle una terapéutica felación que le devolviera la vida. Silvia tuvo un orgasmo tras otro, Manuel había perdido ya la cuenta. Era increíblemente multiorgásmica, la primera vez en su vida que se acostaba con una mujer de esas características.

Al día siguiente, tras compartir la cama que no el sueño, se despidieron, no sin antes tener una buena dosis de sexo matutino.

Las noches de sexo continuado se repitieron día tras día. Silvia no tenía pereza, era imposible visionar media película sentados en el sofá sin que ella no acabara arrodillándose y lamiendo su pene en busca de un nuevo encuentro. No parecía viable disfrutar de una conversación con ella cuya duración superara los dos minutos, que era lo que tardaba en desnudarse y llevarle al lecho. Manuel al principio estaba encantado, jamás había disfrutado tanto y tan seguido, pero poco a poco el encanto se transformó. Sentía el cuerpo machacado, escozor en todo su miembro y hasta cojeaba en ocasiones de pura debilidad. Su falta de sueño atacó sus nervios, imposible concentrarse en el trabajo. Cada vez que se enfrentaba a los expedientes sentía sus ojos emborronarse, e incluso le invadía un deseo irremediable de acostarse encima de aquellos tristes papeles. Fue en uno de esos momentos de paz y sueño reconfortante cuando su jefe le sorprendió, y cansado por haberle descubierto en reiteradas ocasiones de la misma forma, le echó de inmediato del trabajo.

Tras el despido, otra desgracia le esperaba en su casa. Los vecinos se habían quejado, todos sin excepción. Los gritos que Silvia emitía mientras gozaba eran demasiado elevados, las palabras subidas de tono que salían de su boca escandalizaban a los moradores del inmueble, que temían por la buena educación de sus pequeños retoños. Así que su casero sin dudarlo le puso de patitas en la calle.

Llamó a Silvia y le contó lo que le había acontecido ese aciago día. Ésta, de inmediato le invitó a vivir con ella, por lo menos hasta que encontrara un nuevo trabajo y una nueva casa. Manuel cogió sus maletas y se fue sin pensarlo, no le quedaba otra opción.

Pero Silvia no paraba. Su deseo por él no había disminuido ni un ápice a pesar de verle más tiempo y más continuado. Manuel no podía con su alma, deseaba que Silvia no fuera tan fogosa, quería poder pasar con ella algún tiempo como una pareja normal, o como él recordaba que era una pareja normal. Echaba de menos a María, a la que, a pesar de todo, aún no había olvidado. Se acordó de su forma de ser, de sus noches de sexo más tranquilas pero intensas, de las tardes de sofá viendo una película abrazados tiernamente. Silvia era un torbellino de pasión, pero él no. Amaba a María, a pesar de su tranquilidad, o quizás por esa misma razón, la amaba a pesar de sus discusiones. Tenía muchas más cosas en común que las que compartía con Silvia, así que habló con su fogosa amante, cogió sus maletas y se fue de allí, dejándola llorando desconsoladamente.

Al llegar a la calle, sacó su móvil y marcó el número de María, que tras unos segundos de nervios e intriga por la tardanza, acabó respondiendo su llamada:
-Te echo mucho de menos. María, te amo…Quiero volver a tu lado.
Pero había llegado demasiado tarde y la respuesta fue negativa: había conocido a otro hombre.

Manuel dejó la maleta en una consigna y vagó sin rumbo sin saber muy bien qué hacer, hasta que por fin decidió que la solución era volver con Silvia. Tampoco le quedaba otra posibilidad, no tenía casa ni trabajo, y la opción de dormir debajo del puente no le atraía en absoluto.

Ella le acogió sin reproche alguno y tras unos besos y abrazos de perdón comenzaron a excitarse, principalmente Silvia, que volvió salvajemente a la carga sobre él. No obstante, Manuel la detuvo en seco.
-Hay algo…Algo que llevo tiempo pensando que me gustaría hacer y que nunca te he comentado.
-¿De qué se trata? Sabes que tus deseos son los míos- dijo ella sin parar de besarle-
Se acercó suavemente y le susurró unas palabras al oído. Ella, tras escucharle, le miró algo confusa, pero tras unos segundos de dudas aceptó su proposición.

Manuel sin demora llamó a su amigo Jorge, antiguo compañero de escapadas nocturnas y de seguro buen complemento para montar un trío estable y duradero. Quizás con su ayuda podría por fin agotar a la insaciable de Silvia y al mismo tiempo, la falta de conversación de su amante podría compensarse con creces con la amigable conversación de Jorge, fundamentalmente los sábados por la noche, mientras ambos veían el fútbol.

Todo iba a ser perfecto por fin.


3 comentarios:

mauricio dijo...

Un buen relato erótico, y no me canso de decirlo, se mide en la capacidad que tiene para excitar al lector. La empresa no es fácil, ya que al escribir solemos racionalizar y eso le resta sorpresa, ritmo y alcanzar el objetivo de todo buen relato erótico.

Creo que tienes muchos elementos para progresar, pero sería poco honesto decirte que ha sido el mejor relato erótico que he leido

saludos y fuerza, para seguir...hace falta buenas escritoras de relatos eróticos.

vangelis! dijo...

Excelente ralto, me encanta este blog, es mi primera visita y desde ahora lo visitare mucho mas seguido, me encatan tus relatos!

Su dijo...

Hola:
Es todo un placer visitar tu espacio y perderse en la lectura..lo visitaré mas a menudo..


Un saludo.