viernes, 30 de enero de 2009

La chica de la azada

Cuando levanté la vista de los folios y miré por la ventana, busqué su silueta recortada entre los arbustos que ornamentaban el jardín de la urbanización. Solía venir siempre a la misma hora, vestida con unos shorts vaqueros gastados de fábrica, una camiseta blanca y unas zapatillas de deporte. Era el capricho del nuevo presidente de nuestra comunidad, jubilado anticipadamente pero con demasiada energía y fogosidad como para quedarse en casa viendo pasar la vida que le restaba por disfrutar. Volví la vista de nuevo a la mesa y al tedioso tema que me tocaba aprender ese día. Los artículos me bailaban en mi cabeza y los confundía por mucho que intentara domarlos con tesón y paciencia. Ese día estaba cansado, había dormido mal y me costaba concentrarme. La noche anterior había tenido una pelea con mi novia, que como yo, arrastraba el mismo cansancio y estado de nervios típico de los aspirantes a notarios. Miraba hacia atrás y me entraba vértigo pensar que nada menos cinco años de mi vida los había pasado recluido entre códigos y temarios. No quería reconocerlo, pero de alguna manera, me había dejado arrastrar por las circunstancias. Primero por mi padre, que por arte de magia logró hacerme creer que mi verdadera vocación era el derecho, luego por mi madre, que no podía dejar de repetir lo buen notario que sería, como mi padre, posteriormente por la misma oposición, que fue acaparando cada vez más parcelas de mi vida hasta que ya no cupo siquiera la novia que había tenido durante toda la carrera y a la que aún, pese a todo, seguía queriendo. Ahora tenía una novia de conveniencia, otra opositora como yo que había conocido en la academia donde preparaba las oposiciones a notarías. Era una relación donde el objetivo a seguir por ambos superaba todo lo demás: nuestra pasión, las ganas de salir con los amigos, de ver una película en el cine. Todo giraba en torno a las oposiciones, el resto era secundario. No podía permitirme otro tipo de relación, ninguna mujer hubiera aguantado la desatención que yo le proporcionaba a Verónica, la misma con la que ella me obsequiaba. Pero no había malas palabras, ni malentendidos, sabíamos que primero había que nutrir a aquella bestia que cada vez pedía más.

Miré de nuevo con cierta frustración por la ventana mientras mesaba mis cabellos haciendo relucir mi estado de ánimo. Mi corazón pegó un vuelco cuando la vi aparecer. Jamás pensé que las jardineras pudieran llegar a ser tan hermosas. Su ineficiencia para cuidar el jardín se veía recompensada con creces por el cariño que mostraba a la naturaleza que le rodeaba. Era alta y curvilínea, de altivos pechos y nalgas prominentes. Su pelo era dorado, no en vano el largo tiempo que pasaba al sol debía de habérselo aclarado. Lo llevaba recogido con una coleta baja, su cabello cimbreaba de un lado a otro de los hombros, juguetón y remolón a quedarse quieto en mitad de la espalda. Su mirada era limpia, sus ojos, de color miel y su boca larga y fina.

Hoy no ha aparecido el pesado de Antonio, sabía que le debía un favor por haberme contratado y a veces hasta le dejaba que se acercara a mí para que siguiera requiriendo mis servicios, pero no le soportaba, era de ese tipo de hombres que constantemente chupaban sus labios, dejándolos siempre húmedos. He descubierto gracias a él, sin embargo, una faceta oculta en mí, el placer de trabajar al aire libre. Espero seguir pensando lo mismo cuando llegue el invierno.

Sentía envidia de Ruth, que así dijo que se llamaba un día cuando saludó a mi padre mientras se encontraba en una de las tumbonas leyendo en nuestro jardín. Fue en su primer día de trabajo cuando ofreció a mi padre ocuparse de nuestro jardín privado una vez hubiera terminado su jornada en el de la comunidad. Lamentablemente, mi padre rehusó de inmediato la propuesta. Era el típico manitas que le gustaba ocuparse de todo y que además disfrutaba y se relajaba cuidando del jardín.

Desde que ella apareció, sentí un resurgir en mi monótona vida sexual, mis erecciones se volvieron constantes, y eso hacía siglos que no me pasaba. El caso es que estaba convencido de que sus movimientos no eran inocentes, la había pillado ya varias veces mirándome y mi pene había reaccionado de inmediato. Me gustaba retarla cuando no estaba mi mujer y manoseaba mi miembro para que se diera cuenta de lo mucho que me excitaba. Volvía a sentirme un adolescente.

Ruth llevaba siempre en sus manos unas tijeras de podar y una azada para quitar las malas hierbas, eran sus armas de destrucción masiva con las que arrasaba no sólo la grama y el trébol, sino también los bulbos guardados con mimo bajo tierra meses antes y alguna que otra flor que sin querer, acababa desfalleciendo entre sus manos. Porque es cierto que tenía algo de patosa, pero era tremendamente dulce y cariñosa con lo que mataba. Creo que Verónica jamás me trató de la forma en que ella trataba a las plantas que atacaba, bien es cierto que de vegetal tenía poco, por lo menos la sangre seguía fluyendo por mi cuerpo a pesar de la terrible vida que llevaba. La apodé cariñosamente la chica de la azada.

Sabía que me observaba, me seguía constantemente con sus ojos tras las gafas, simulando estudiar. Era atractivo aunque sentía cierta lástima por su eterno enclaustramiento. No era como su padre, que a pesar de haber rehusado mi oferta no me quitaba ojo, y lo hacía además con descaro, intentando provocarme posando la mano sobre la entrepierna. Me excitaba saberme deseada, deseada por ambos. Me gustaba el juego y yo misma lo seguía, mi cuerpo era todo deseo, hacía tanto que no hacía el amor tras la ruptura con Pedro, que dudaba si se me habría olvidado ya practicar sexo.

La chica de la azada comenzaba a despistarme cada vez más frecuentemente de mis estudios. Sus movimientos me parecían todos tremendamente sexuales. Su forma de abrir las piernas sobre el suelo manteniendo el equilibrio mientras trabajaba con la azada, su manera de ponerse de rodillas sobre el césped cuando plantaba alguna nueva flor. Me gustaba verla empapada por completo en sudor, mojando su camiseta hasta que su sostén se podía claramente percibir bajo la tela. Ruth alzaba su brazo sobre la frente y con el antebrazo se quitaba el sudor que le corría por el rostro. Era morboso y excitante, tanto, que mi erección en esos momentos era tan fulminante, que de inmediato me iba al baño y calmaba mis ansias de tenerla entre mis brazos.

Mi mujer había decidido acudir a clases de tai chi, cualquier cosa era buena siempre que me dejara solo. Me fastidiaba no haberla podido contratar para tenerla más cerca, las mujeres tienen un molesto sexto sentido para estas cosas. Daba igual. Iba a aprovechar las clases de mi mujer para relajarme. Era evidente que ella me deseaba.

Mi necesidad de sexo la aplacaba con mi novia de conveniencia, aprovechábamos los fines de semana para hacerlo, cuando mis padres me dejaban solo para irse a cenar fuera. Verónica no era nada apasionada, los estudios habían hecho el mismo efecto en ella que hacía el bromuro. A pesar de todo, habíamos cogido una rutina en hacerlo, igual que si se tratara de otra tarea más en nuestro largo camino hacia el aprobado.

Poco a poco mi concentración se debilitó y el tiempo que pasaba contemplando a la chica de la azada por la ventana superaba el que pasaba leyendo y releyendo mis manoseados apuntes. Por una parte la deseaba con todo mi ser, pero por otra, también la envidiaba, al poder estar bajo el sol sin más preocupaciones que la de ejercer un trabajo físico que en ese momento anhelaba mi cansado cerebro.

Hoy Javier me ha acorralado en el cuartucho donde guardo las herramientas. Apenas nos hemos mirado y hemos sabido que nos deseábamos intensamente. No han hecho falta siquiera palabras, Javier ha bajado sus pantalones y yo he hecho lo mismo con mis shorts de trabajo. Hacía mucho que no follaba de pie, pero ha sido tremendamente morboso y placentero. Cuando he tenido que seguir con mi trabajo, he sentido como resbalaba el semen de mi sexo mojando ligeramente mis shorts. Estoy acalorada y mis poros rezuman sudor por todo mi cuerpo. Me siento tremendamente relajada.

No sabía qué extraña relación mantenía con el presidente de la comunidad, pero mis largas estancias frente a la ventana me permitieron contemplar algún que otro acercamiento por parte de éste a mi jardinera. Odiaba que la tocara, pero ella se dejaba hacer sin detenerle. Yo quería pensar que simplemente sentía lástima por el hombre que la había contratado pese a su inexperiencia. Cuando más se acercaba a ella, más ganas tenía yo de apartarle y hacer lo mismo que él.

De nuevo he discutido con mi mujer, Por más que le he jurado que no miraba a la jardinera, no me ha creído. Si supiera que encima follo con ella mientras está fuera creo que me mataría. La he invitado a irnos solos de vacaciones para que se relaje. Dejaremos a Santiago solo y estudiando, dudo que apruebe jamás, esa novia suya que tiene le distrae demasiado.

La fortuna sin embargo se hizo mi aliada el día que mis padres decidieron irse de vacaciones dejándome a mí en casa. Para que no me preocupara lo más mínimo por los quehaceres del hogar, decidió contratar a Ruth para que se ocupara del jardín y de paso, echar un vistazo a la casa para que yo no tuviera que dejar de estudiar. No podía haberme hecho mayor favor dado que en esos momentos, y de manera inusual, el jardín estaba bastante descuidado, las malas hierbas campaban a sus anchas y el seto que dividía nuestro jardín del de la comunidad amenazaba con su inmensidad.

Y Ruth pasó al otro lado, al mío. En aquel tiempo, el calor comenzaba a ser sofocante y con esa excusa, trasladé mis bártulos desde el dormitorio de la planta primera al jardín. Tenía un motivo creíble para estar a pocos pasos de ella y poder percibirla con todos los sentidos. Aquel primer plano que me dispensé fue suficiente para que mis folios se adormecieran aburridos entre mis dedos, por más que intentara leer un párrafo una y otra vez, un aire gélido lo empujaba fuera de mi cerebro para dar paso a otro más dulce y suave que acariciaba mis sentidos. Ruth trabajaba incansable, agasajándome con unas posturas que me ponían cada vez más y más nervioso. Veía su culo perfecto a pocos pasos de mi alcance y sentía mis dedos temblorosos ansiosos por tocarlo, en esos momentos agarraba con fuerza los folios en un intento de sosegarme pero tan sólo conseguía emborronar la tinta azul con mi propio sudor hasta hacer ilegible su lectura.

Me sorprendía lo diferente que era Santiago de su padre, la contención frente a la libertad, la frialdad frente a la fogosidad. Por más que me insinuaba, coqueteaba y dejaba que la camiseta se subiera hasta poder enseñarle algo más de mí, él se mantenía impasible. De todas formas, era ya un triunfo que se hubiera trasladado al jardín y ahora pudiera contemplarme con más detenimiento.

Evidentemente mis masturbaciones eran la manera más sencilla de calmarme y no tirarme sobre ella cual si fuera una presa y yo un ave rapaz con hambre de varios días. Las llamadas de Verónica al teléfono preguntándome dudas sobre los temas me importunaban hasta tal punto, que en más de una ocasión sentí que el amor que sentía con ella a veces se mezclaba con cierto desprecio por su insistencia. Yo le decía siempre lo mismo, que me desconcentraba del tema, burda mentira para cualquiera que me viera en esos momentos en los que era todo deseo por la chica de la azada.

Ruth venía todas las tardes tras su trabajo en el jardín comunitario y pasaba en mi casa una hora, demasiado corto periodo para lo mucho que la deseaba. Mi falta de concentración en los estudios era suplida por una desbordante imaginación acerca de cómo la abordaría, cómo se echaría en mis brazos y cómo follaríamos salvajemente una y otra vez.

Contaba los días para volver a casa y sobre todo al lado de Ruth, cada vez que hacía el amor con mi mujer, me concentraba en verla a ella en su lugar e imaginarme su cuerpo junto al mío en el cuarto de las herramientas que se había convertido en mi rincón favorito.

Los días pasaban y yo era ya fuego desbordado, echaba de menos mis encuentros con Javier y se había convertido en todo un reto en conseguir que su hijo se acostara conmigo. No obstante, parecía haber discutido con su novia y eso me llenaba de alegría. El calor me hacía más fogosa, más desprendida con todo mi ser, más necesitada de ser penetrada. Todo lo que había a mi alrededor me excitaba: caminar descalza sobre el césped sintiendo en las plantas de mis pies el frío húmedo de la hierba recién cortada, suave como el terciopelo. Me arrodillaba frente a Santiago mostrándole mis nalgas y rogaba que perdiera la razón y se echara sobre mí. Una y otra vez me imaginaba que dejaba a un lado la azada y me desnudaba para él.

Un día, mientras Ruth estaba cuidando del jardín, sentí un intenso mareo, mi cerebro me daba un serio aviso, todo me daba vueltas. Miré con asco los folios que quemaban entre mis dedos y los tiré al suelo, me levanté y me acerqué a ella, caía la noche y la urbanización estaba completamente en silencio. Nada me preocupaba, era mi otro yo, el que había estado tanto tiempo aprisionado en una vida que no quería, el que estaba actuando. Y le dejé hacer. Agarré la cintura de Ruth y la besé, sorprendiéndome gratamente cuando comprobé que mis besos no eran rechazados, al contrario, Ruth me besó intensamente, palpó mi cuerpo entre gemidos y yo, ardiendo en deseos por hacerla de una vez mía, me tiré sobre ella en el césped recién segado. Estaba completamente mojada tras el trabajo y me encantaba. Me gustaba sentir mis dedos humedeciéndose al tocar su piel. Agarré fuertemente su camiseta con ambas manos y tiré de ella hasta desgarrarla, liberando por fin sus lozanos pechos. Le desabroché el sostén y le bajé sus pantalones. No llevaba bragas y su pubis estaba minuciosamente recortado cual si fuera un boj. Mis dedos encauzaron pronto su camino, buscando conocer otra humedad distinta, más calida y espesa. Sentí tal placer al palpar con mis yemas las paredes internas de su cuerpo, que tuve que darme prisa y desprenderme de mis pantalones, sacando mi tronco viril y haciendo un trueque entre mis dedos y él. Ruth era salvaje y arañaba tan fuertemente mi espalda, que estaba convencido de que en esos momentos alguna gota de sangre resbalaba por mi cuerpo, o quizás era sudor, el mío o incluso el suyo que se había fundido con el mío en la misma danza. La embestí como si me fuera en ello la vida, y de alguna forma así era, dado que la vida que había llevado hasta ese momento se alejaba como por arte de magia, como si cada vez que la embistiera, apartara más y más la vida que me habían impuesto y que por mi culpa no había sabido rechazar. Me sentía yo mismo por primera vez, vivo, consciente de lo que tenía que hacer en esos momentos, todo pasaba fugaz por mi mente: dejar a Verónica, mandar a la mierda las oposiciones, buscar un trabajo que me sacara de esa casa y de ese enclaustramiento...

Jamás me había sentido tan llena de placer y tan intensamente, siento que me estoy dejando seducir a una nueva droga y que no va a ser fácil desengancharse de ella. Miré hacia la casa y por un instante creí ver la figura recortada de Javier, no me preocupaba lo más mínimo.

Y eyaculé como nunca lo había hecho, sabiendo que echaba con ello todo lo malo que me había apartado de ser yo mismo, sabiendo que no había vuelta atrás y que empezaba una nueva etapa de mi vida.

Sabía que mis encuentros con Ruth habían terminado, mi mujer y su maldita intuición habían adelantado nuestro regreso. Por unos instantes, odié a mi propio hijo y odié a Ruth por estar con él. Corrí las cortinas y simulé no haberles visto, me fui al dormitorio y como si nada pasara en el exterior, hicimos el amor. Todo iba a ser distinto a partir de esa noche, o quizás no, realmente todo iba a ser igual que antes, antes de que ella llegara.


8 comentarios:

Su dijo...

Impresionante Alice, estaba tan metida en el relato que podia sentir la tensión y el deseo de cada uno de los protagonistas, el olor a hierba recien cortada, a tierra mojada..
me ha encantado leerte como siempre..
Besos dulces..

Lydia dijo...

Apasionada jardinera y todos los personajes que se suman a formar parte del juego...

Besitos

Anónimo dijo...

en "huelga del metro" escribiste: "Le gustaba sentir aquel tronco frotando sus nalgas, presionando con fiereza su raja y en ese momento deseó haberse puesto faldas mejor que aquellos rudos pantalones."

bueno, quizás sea hora que subas al metro con polleras y veamos qué sucede, no?

Anónimo dijo...

y por qué no esperar una foto tuya... o ya que sos especialistas en relatos, algún textito que ilustre el material que me llegue, no?

acola.blogspot.com/2009/02/que-linda-manito-que-tengo-yo.html

te espero

Valencia y che dijo...

Mi enhorabuena más sincera por tu blog. Ten tengo en mi lista de blogs que valen la pena

Besos desde Grecia

Valencia y che dijo...

te tengo en mi blog sin derecho a reclamar http://sinderechoareclamar.blogspot.com/

Anónimo dijo...

Me encantó.. no solo el relato en si... la narrativa tan cruda y al mismo tiempo tan intensa, la sustancia del dolor de la rutina mezclado con la lujuria y el cansancio de un hombre por su vida... todo esta muy bien ligado, tanto que podria pensarse que ya lo habeis vivido. seguire leyendo los demas textos.

Anónimo dijo...

Por cierto. ¿Alice Carroll? me gusta u nombre me recuerda mucho a lewis pero desde el punto de vista de la pequeña, si que tienes un pensamiento morbido eso es interesante.