miércoles, 19 de septiembre de 2007

Un final de verano agitado


Dos semanas de vacaciones en la playa y parecía que había estado únicamente dos días. ¿Cómo era posible que se le hubieran pasado tan velozmente? Había descansado, recargado pilas para la vuelta al trabajo y todo había concluido, para su desgracia. Las maletas, la bolsa de playa, la esterilla, la sombrilla y toda la ropa que había adquirido en los chiringuitos playeros y que, con toda seguridad, moriría en sus armarios sin más, se apiñaban en su maletero que estaba a punto de estallar. Fin de semana y fin de mes, no podía haber elegido mejor fecha para volver, la misma que habían elegido todos los que en ese momento, compartían con ella caravana y hastío en la carretera. El viaje de ida había sido mortal, pero parecía que la vuelta, podría resultar terrible. Los minutos pasaban y su vehículo tan sólo avanzaba unos pocos metros. Lo peor era que acababa de salir de la casa de los amigos que la habían acogido esos días, faltaba una eternidad para llegar a la suya. El infierno estaba a sus pies. Miró el mapa con detenimiento. Pensó en la posibilidad de coger una carretera secundaria y esquivar aquel castigo de coches y aburrimiento. Encontró una pequeña carretera de tercera que distaba de donde se hallaba tan sólo a dos kilómetros, el recorrido era mayor, pero posteriormente volvería de nuevo a enlazar con la autovía. Adelantaría a todos los vehículos que la precedían a pesar de la mayor distancia, de eso estaba convencida.

Tras veinte minutos, por fin llegó su salida. La carretera estaba en perfectas condiciones y no tenía apenas tráfico. Alicia avanzaba por ella a gran velocidad, feliz y contenta por haberse librado del atasco. Los kilómetros se sucedían con rapidez en su cuentakilómetros. Le sorprendió que fuera tan solitaria, no se había cruzado siquiera con un solo vehículo en su camino. Pero la carretera empezó a empeorar, el asfalto comenzó a estar tremendamente estropeado hasta que desapareció por completo, dando paso a un camino que ni siquiera llegaba a la categoría de forestal. Su vehículo daba cada vez más tumbos y tuvo que ralentizar la marcha. De repente, una especie de explosión casi le hace perder el control del volante, haciendo que pegara un brusco frenazo.

Al salir de su coche ya se temía el desaguisado: su rueda derecha delantera había reventado. ¡Menuda suerte…! Cogió su teléfono móvil para llamar a su compañía de seguros. Es lo menos que podrían hacer por ella. Pero su teléfono estaba fuera de cobertura, aquello empezaba a parecer una mala película de carretera.

No recordaba haber pasado por ningún pueblo, miró su mapa y vio que a 15 kilómetros de allí encontraría uno. La idea de la caminata le pareció absurda. Así que optó por esperar fuera del vehículo. Iría sacando la rueda y las herramientas para tenerlo preparado cuando llegara un posible salvador montado sobre ruedas.

Miró su coche como si fuera la primera vez que lo tenía enfrente. ¿Su vehículo tenía rueda de repuesto? ¿Y dónde estaba? Dio una vuelta alrededor del mismo, como si de un misterioso monolito se tratara, buscando una pista que le ayudara, pero no la encontró. Abrió su maletero y comenzó a sacar todo su equipaje hasta que el lugar quedó vacío. Intentó quitar la alfombrilla que recubría el mismo, pero parecía imposible de despegar a no ser que la arrancara. Suspiró y buscó en la guantera el libro de instrucciones del coche hasta que por fin dio con el escondite: la rueda se hallaba bajo el vehículo, agarrada con un tornillo.

Se tiró al suelo con cuidado y buscó con la mirada la dichosa rueda, pero contempló con disgusto que el lugar se encontraba vacío. ¿Se la habían robado? Tras unos cuantos exabruptos, pensó que podría haber otra posibilidad que descartaba la idea del hurto. Hizo memoria. Haría cosa de tres meses, cuando circulaba a 60 por una carretera por la que como máximo se podía ir a 30, sintió que algo se desprendía cuando cruzaba un resalte de la carretera. Sí que recordó haber parado y colocado de nuevo una especie de gancho, pero jamás pensó que ese gancho sostenía precisamente lo que ahora tanto deseaba…

No había rueda, no encontraba el gato por ninguna parte y ni un solo vehículo se dignaba pasar por aquella zona. Todo perfecto. No podía haber mejor forma de acabar sus vacaciones. Pero Alicia no se iba a angustiar por ello. Acabaría pasando alguien. Empezó a imaginar la escena como si la viviera: un camionero guapo, alto y musculoso la recogería y la llevaría al pueblo más cercano, no sin antes follarla salvajemente en la parte de atrás del camión. Se estremeció por unos instantes pensando en dicha posibilidad. O quizás no sería un camionero, sino dos amigos de vacaciones que, al verla desamparada, le arrancarían la ropa en medio de la carretera y se turnarían en darle placer. Podía verse de rodillas sobre el asfalto, turnando su boca con uno y con otro, tumbada sobre la hierba con sus piernas al cielo y gozando con ambos. Todo un haz de morbosas posibilidades se agolpaban en su cabeza.

Así que cogió su bolso y se pintó los labios, retocó de negro sus ojos y depositó sobre los lóbulos de las orejas y sobre su ombligo, unas gotas de perfume. Ahora sí que estaba preparada para ser salvada. Mientras tanto, cogió el último libro que había estado leyendo en la playa y prosiguió su lectura sentada sobre una roca. Leer le haría la espera más agradable. Los párrafos que comenzó a leer en voz alta nutrieron su calenturienta imaginación: “…En el fondo del sexo esa carne exigía ser penetrada; se curvaba hacia dentro, dispuesta para la succión…”; “…sin soltar el pene, lo sostuvo por encima de las nalgas del hombre, que ahora la penetraba. Cuando se incorporó para arremeter de nuevo, la joven empujó el falo de goma entre las nalgas…”

Alicia sentía cada uno de los párrafos en su carne, entre sus piernas, en su sexo. Saboreaba cada una de las líneas del libro como si tuviera que memorizarlas para representarlas posteriormente. Comenzó a sentir la humedad de la excitación, la tensión de sus pechos, el calor invadiendo su cuerpo. La lectura acrecentaba su fogosidad, el deseo acumulado por la espera comenzaba a ser angustioso, su piel, se había tornado tan sensible, que podía notar, a través de sus pantalones cortos, cada una de los ángulos de la roca en la que se sentaba, cada una de sus protuberancias. Alicia dejó de leer, no podía seguir concentrándose en la lectura cuando su cerebro le mandaba señales más explícitas aún que las de su libro.

Se levantó de la roca y caminó hacia su coche, aún hacía calor. Se apoyó sobre el mismo y desabrochó el botón de sus shorts de color rojo, bajó la cremallera y dejó que la mano buscara su propio goce. Su sexo acogió con ansiedad aquella invasión, las yemas de sus dedos sentían cada milímetro de sus entrañas, oprimió sus músculos, encarceló por unos instantes sus dedos en tan jugoso lugar para, posteriormente, concederles una breve libertad provisional. El juego se repetía, Alicia, recostada en su vehículo disfrutaba de su impuesta soledad. Subió su sostén por debajo de la camiseta y acarició sus senos semi aplastados. El silencio absoluto del lugar se vio alterado por sus gemidos, Alicia no pudo evitar gemir, gritar, suspirar y sollozar de placer mientras se masturbaba. Decidió prescindir de la camiseta, tiró el sostén al suelo y dejó que bragas y shorts cayeran sin más. Tan sólo sus zapatos de tacón y sus pendientes tuvieron el privilegio de seguir en su sitio. Deslizó su cuerpo hasta el capó y, con sus pechos pegados al mismo, abrió sus piernas y volvió a disfrutar de su cuerpo. Estaba fuera de sí, nada le importaba, nada podía parar tan sublime momento. Incluso deseaba ser pillada in fraganti. No hacía nada malo, tan sólo darse placer. Sentía el calor del sol en el horizonte recalentando sus nalgas, le dolían las rodillas de apretarlas contra el frontal de su coche, pero Alicia no sentía ningún tipo de dolor. Y de nuevo el silencio, Alicia se derrumbó de rodillas en la tierra y dejó que su respiración agitada recobrase su ritmo normal. Pasaron unos instantes y Alicia volvió al mundo, a la carretera, a la situación penosa en la que se encontraba. Se vistió y siguió leyendo.

El sol comenzaba a descender en el horizonte, pronto se haría de noche. Oyó un ruido a lo lejos, levantó su mirada y sonrió. Se acercaba un coche. Alicia extendió los brazos y el vehículo frenó. La ventanilla del conductor bajó y una mujer de mediana edad asomó por ella.
-Por favor, ¿he tenido un reventón? ¿Me podría llevar hasta un lugar civilizado donde pueda llamar?
-Claro, sube. Pero muchacha, ¿cómo es que has venido por aquí? ¿No has visto la señal de la autovía? ¿Pone bien claro que es una carretera cortada?
-No me he dado cuenta. ¿Y usted porque viene por aquí?
-Yo soy del lugar, a mí las normas me resbalan. Me sé un atajo, anda sube.

Y el vehículo reanudó la marcha. Alicia, sentada al lado de aquella mujer pensó que no era precisamente su camionero, ni los amigos de vacaciones, pero había que reconocer, que esa mujer le había salvado esa noche de dormir al raso…

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