miércoles, 20 de febrero de 2008

Un día de suerte


Marieli subió el volumen de la televisión. Era la una de la madrugada y los ronquidos de Mauro, su marido, le impedían la audición de “Sexo y más”, el nuevo programa de sexo de los viernes por la noche. Contempló a su marido yaciendo abotargado en el sofá, su aspecto no podía ser más lamentable: los pies encima de la mesa de centro, los pantalones de su pijama subidos descuidadamente dejando a la luz sus velludas piernas, la chaqueta irremediablemente abierta por aquella inmensa barriga cervecera que había tomado posesión de su cuerpo. Y lo peor eran aquellos sonidos a los que, después de tantos años, no se acababa de acostumbrar. Porque Mauro no roncaba, aquellos gruñidos que emitía eran comparables a los producidos por un terremoto. Por un instante fugaz lo aborreció, pero rechazó de inmediato aquellos pensamientos, estaba siendo injusta. Intentó verle como hacía 20 años, cuando se casaron y pensó que su memoria apenas conseguía ya recordar al hombre del que se había enamorado. Mauro se había abandonado por completo: al sofá, a la rutina y a la comida. La grasa había tomado un lugar preferente, tanto en su cuerpo, debido a la total falta de ejercicio, como en su mente, por aquel dejarse llevar por la vida sin más pretensiones.

Se miró en el espejo dorado que había heredado de su tía Paqui y colocara en lugar preferente obligada por su madre, y pensó que ella no estaba tan mal después de todo. Tenía 45 años, pero aparentaba menos, no había cogido peso, no sin esfuerzo y sin muchos sacrificios y su rostro tenía tan solo unas pequeñas arrugas alrededor de los ojos. Es verdad que su pelo era cano desde hacía mucho tiempo, pero ya se encargaba de arreglarlo semanalmente su querida Juli, la peluquera de su barrio.

En la pantalla de televisión una rubia gemía de forma estruendosa mientras un hombre con sus ojos escondidos tras un antifaz la sodomizaba salvajemente a la par que amasaba sus grandes pechos rígidos y siliconados. Era increíble que Mauro se durmiera en esos momentos, ni siquiera las morbosas imágenes de la pantalla eran capaces de despertar su aletargada libido. En parte a ella le pasaba lo mismo, tampoco podía decir que el problema único y exclusivo se debiera a Mauro y a su penoso aspecto, su imaginación y sus ganas de sexo se habían ido diluyendo por la monotonía. La rubia de la pantalla seguía gimiendo como un mal tenor recurriendo al falsete por no conseguir llegar a la nota. Marieli pensó que no tenían nada de real aquellos gemidos de pacotilla, ella hubiera sido capaz de hacerlo mejor, y más si tenía al lado el cuerpo del hombre del antifaz, tan perfecto y rebosante de fibras y músculos. Era imposible permanecer impasible ante aquella visión. Marieli apretó sus piernas y sintió que su clítoris parecía querer despertar. Dejó que su imaginación volara hasta sentirse la protagonista de la película: era ella la rubia a la que sodomizaban, ¿por qué no? Sin moverse del asiento se deshizo de su deslavado camisón, sintiendo que la piel de sus pechos se erizaba por la menor temperatura, deslizó una mano bajo sus bragas y frotó su sexo buscando un rápido placer. Miró a Mauro y deseó que se despertara. No era la primera vez que cerraba sus ojos cuando hacía el amor con él y fantaseaba con un nuevo amante en su cama: los compañeros de oficina de su marido resultaban ser una buena opción. Tampoco es que ninguno de ellos fuera algo parecido al hombre perfecto, pero el simple hecho de que no fuera su marido aumentaba su excitación y hacía que saliera por unos instantes de aquella penosa rutina. En esa ocasión, era fácil dejar volar la imaginación, aquel hombre del antifaz estaba sobre ella, poseyéndola brutalmente hasta arrancarle un orgasmo tras otro. Subió bruscamente el volumen y Mauro por fin, despertó del estado de ensoñación profunda en el que había sucumbido.
-¡Qué haces mujer!
-¿A ti que te parece? Limpiando el polvo, pareces tonto.
-Anda, vamos a la cama que estoy muerto.
-Ya me había dado cuenta, me avisas cuando resucites.
-Era broma...
-Podíamos hacer el amor...
-Hoy estoy agotado, me he pasado todo el día de aquí para allá, mañana mejor.

Mauro se levantó dando un cándido beso a Marieli, quedándose ésta furiosa en el sofá. Se había olvidado del hombre del antifaz, de las tetas de la rubia y de todo. La rabia le invadía. ¿Cómo era posible que su marido se hubiera vuelto tan manso y tranquilo con el paso del tiempo? Ser rechazada le hacía sentir poco atractiva, y era esa la idea que de nuevo le daba vueltas en la cabeza en esos momentos. Había aprendido a descartar aquellos pensamientos gracias a los consejos de la psicóloga a la que acudió dos años atrás, cuando cayó en una tristeza que, según su marido, no tenía justificación alguna.

En el intermedio, el programa anunció un concurso en el que enviando tan sólo un mensaje de texto se tenía derecho a participar en un sorteo en el cual el premio eran 6.000€. No les vendrían mal unas vacaciones, hacía siglos que no salían de casa, echaba de menos la arena de la playa entre sus dedos y el sabor del agua salada en sus labios. Cogió el teléfono y sin pensarlo más, envió el mensaje, jamás le había tocado nada en su vida excepto un bingo en el que participó en la boda de una de sus primas y que malgastó de inmediato el mismo día intentando repetir suerte.

Tras las reiteradas llamadas de su marido desde el dormitorio, apagó la televisión y se dirigió a la cama. Se echó con desgana. Mauro al instante se arrimó a ella quedándose plácidamente dormido trascurridos unos segundos. Era envidiable la facilidad que tenía para conciliar el sueño, ¡con la cantidad de vueltas que daba ella cada noche! Cerró sus ojos e intentó dormir, pero no era capaz, Mauro había comenzado su serenata nocturna, así que hizo denostados esfuerzos por concentrarse en el hombre del antifaz y en la imagen de la despampanante rubia hasta que por fin, logró sentir al musculoso hombre encima de ella y se masturbó habilidosamente, consiguiendo la paz necesaria para conseguir dormir de una vez.

El lunes por la mañana, mientras Mauro estaba en la oficina, recibió una llamada de un número oculto a su móvil. Una amable señorita le informaba que había sido ella la concursante agraciada con el premio de “Sexo y más”: 6.000 euros y una noche con Rouco.
-¿Cómo me dices?
-¡Es usted la ganadora de esta semana!
-Repíteme el premio porque hay algo que no he entendido bien.
-Le han tocado a usted 6.000 euros y toda una noche en la que Rouco se pondrá a su disposición, ¿no se acuerda del programa? Lo repetimos con insistencia el otro día.
-Sólo presté atención al dinero. ¿Y qué voy a hacer yo con ese Rouco? ¡Estoy casada!
-Usted verá, pero yo no dejaría perder la oportunidad...

Tras dar los datos de su cuenta bancaria para hacer efectivo el ingreso del premio, llamó a su marido para contarle su buena suerte. Nada dijo del premio en especie, no lo creía necesario. No es que tuviera ninguna intención de pasar una noche a solas con un desconocido, pero... La señorita del teléfono le había comentado que tenía un mes para fijar la cita, que era ella la que elegía noche y lugar y que tan sólo debía comunicárselo con tres días de antelación. Era una completa locura, ¡nada menos que le había tocado en suerte un hombre!

Los días iban pasando y Marieli no podía quitarse de la cabeza al tal Rouco, imaginándose una y otra vez cómo podría ser. Miraba a su marido y por una parte, sentía que debía serle igual de fiel que lo había sido él con ella todos los años que habían pasado juntos, pero otra parte de ella, la morbosa y la que no se rendía tan fácilmente al hastío, le incitaba a hacerlo. El diablo rondaba su vida, dado que precisamente su marido tendría que ausentarse próximamente por motivos de trabajo de la ciudad dos días, toda una tentación para no ser “buena”.

Sólo tardó tres días más hasta decidirse por fin: conocería a Rouco, sería su regalo de cumpleaños, aunque faltaran todavía tres meses para la fecha. Era un premio que le había tocado a ella, nada más, ni siquiera podría considerarse una infidelidad, tenía que ver más con una necesidad. No quiso darle más vueltas, así que llamó al teléfono que le habían dejado y concertó la cita para el martes por la tarde, el mismo día que su marido salía de viaje. Por la tarde, Mauro ya estaría a cientos de kilómetros de allí.

El martes por la mañana, tras despedir efusivamente a su marido, se marchó a la peluquería y allí pasó la mañana entera: cabello, manicura y maquillaje. Tenía que estar presentable para la recepción del “premio”. Por el nombre, tenía toda la pinta de ser un actor porno o algo parecido, sólo pensar en el posible tamaño de su verga le sacaba de sus casillas.

Comió frugalmente y sin apetito, los nervios podían con ella. No sabía cómo reaccionaría cuando llegara Rouco, pero tenía miedo de que su timidez pudiera con ella y acabara mandándole a su casa sin más. Era lo más posible, jamás se había acostado con nadie más desde que conoció a Mauro. Realmente no había conocido ningún otro varón en toda su vida.

A las 5 de la tarde y un minuto llamaron al timbre y Marieli se atusó en el espejo antes de abrir la puerta. Sus ojos tuvieron que bajar unos centímetros hasta que por fin se toparon con la cabeza de aquel hombre, parco en estatura y tacaño en atractivo, tan sólo le salvaba la musculatura de sus brazos.

-Buenas tardes señora: vengo por el encargo.
-Lo sé, te esperaba. Pasa.
Marieli se abalanzó sobre aquel hombre, desabrochando con nerviosismo su camisa mientras se subía las faldas de su vestido y buscaba bajarle la bragueta de sus pantalones.
-No sabes cuanto deseaba que llegara este momento. ¡Fóllame! ¡¡¡¡Lo deseo tanto!!!!
-Yo...
Marieli no le dejó articular palabra, le tiró al suelo, se puso a horcajadas encima de él y con gran prisa, sacó su pene y lo devoró dentro de su boca. El pene de Rouco era más largo y ancho que el de Mauro y reaccionó como un resorte ante la cálida saliva de Marieli. Tenía un hambre voraz de sexo, había perdido el dominio sobre sí misma. Se quitó el vestido hasta quedarse únicamente con la ropa interior de color negro que se había comprado para las ocasiones especiales: realmente ésta era una ocasión especial.
-Venga, soy tuya, fóllame, necesito tu pene dentro de mí.

Rouco, con la polla tiesa, se desprendió de su camisa, se puso sobre ella y ensartó su miembro en el orificio profusamente húmedo de aquella mujer. Ésta, en el suelo del pasillo gemía y gritaba como la rubia de bote de la película, pero sus gemidos eran reales, nada fingidos, las embestidas de Rouco no eran fruto de su imaginación y el placer que estaba sintiendo en nada era comparable a lo que había sentido con Mauro últimamente.
-Tienes el coño caliente y húmedo, ¡qué placer!
-Venga, dame más fuerte Rouco.
-¡Me voy a correr!
-¡Y yo! No puedo más...

Rouco respiró agotado sobre Marieli, eyaculando profusamente fuera de ella mientras Marieli había disfrutado de uno de los orgasmos más intensos que podía recordar.
-Esto no me lo esperaba...
-Me ha encantado Rouco.
-En mi vida me he llamado así.
-¿¿¿¿Quéeee????
-Me llamo Mariano, desde que nací.
-¿Pero no venías por lo del premio?
-No sé de que premio me hablas, yo he venido a revisar la caldera, había quedado en venir hoy, creo que hablé contigo, ¿no lo recuerdas?
-Se me había olvidado por completo...

En ese instante, sonó el timbre de la puerta. Marieli escondió a Mariano en la cocina y se puso de nuevo el vestido.
-¡Hola cariño! Soy Rouco, tu amorcito, el que te va a dar gustito esta tarde.
Un hombre alto, moreno, musculoso y con acento cubano asomó por la puerta. Marieli le contempló, anonadada aún por su error.
-Pasa, por favor... llegas con retraso.

Marieli condujo al dormitorio a su adonis y se escapó de nuevo a la cocina.
-Mira, que casi te puedes ir ya ¿vale? –dijo nerviosa.
-No he revisado la caldera aún, ¿no quieres que lo haga ahora?
-No, no, acaba de venir mi primo y estaré ocupada, ven mañana mejor.
-Encantado, cuando quieres zorrita...
-Vete a la mierda tío, y no se te ocurra volver a llamarme así.

Dio un portazo y volvió al dormitorio. El cubano le esperaba desnudo tumbado en la cama, sobaba su inmenso miembro preparándose para darle el regalo a la afortunada Marieli. Ésta se quitó el vestido y desconectó el móvil.

Esa tarde no la olvidaría en su vida...


2 comentarios:

Lydia dijo...

Como escribes Alice... eres tremenda... Siempre en tus relatos hay historias cotidianas, pero llevadas a otro lugar, a ese lugar prohibido y fantasioso al que siempre se quiere viajar. Pero es que además consigues darle el color máximo con las sorpresas finales. Bravo, bravo, bravo.

el pez tiburon dijo...

ESTIMADA ALICE:
HOY DESCUBRI TU BLOG POR UNA CASUALIDAD AFORTUNADA. EL MODO REFINADO Y SENSUAL DE EXPRESAR LAS SITUACIONES QUE DESCRIBES, TAN COTIDIANAS Y TAN HUMANAS, HACEN DE LA LECTURA DE TUS RELATOS UN INMENSO PLACER. BIEN POR TI Y POR LOS QUE TENEMOS EL DELEITE DE LEERTE.
SALUDOS.